Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957): la impotencia de un hombre ante la imponencia de un sistema
“Son, we live in a world that has walls, and those walls have to be guarded by men with guns. Who’s gonna do it? You? You, Lt. Weinberg? I have a greater responsibility than you could possibly fathom. You weep for Santiago and you curse the Marines. You have that luxury. You have the luxury of not knowing what I know; that Santiago’s death, while tragic, probably saved lives. And my existence, while grotesque and incomprehensible to you, *saves lives*. You don’t want the truth because deep down in places you don’t talk about at parties, you want me on that wall.”
Algunos hombres buenos (A Few Good Men, Rob Reiner, 1992)
1. El suceso: un alto en el camino
“El patriotismo es el último refugio del sinvergüenza”
Francia, 1916. De nuevo Kubrick inicia su obra incluyendo la voz de un narrador voz en off nos sitúa en la acción: tras dos años de guerra, las posiciones siguen siendo más o menos las mismas. Ganar unos cuantos metros al enemigo se convierte tanto en un triunfo, como en una necesidad…
Pero antes de entrar en el campo de batalla, el director presenta la escena que mejor va a explicar sus intenciones: dos generales, paseando por la enorme estancia del castillo convertido en cuartel general, conversan animadamente sobre el posible ascenso de uno de ellos. Kubrick se acerca, cámara en mano, y les sigue de cerca mientras maquinan sus provechosos destinos, para quedarse alejado y estático una vez se ha urdido el plan.
La decisión de Kubrick abriendo así Senderos de gloria es más que perfecta: cuando el espectador espera entrar en batalla lo antes posible, se le muestra, muy al contrario, el poderoso nivel superior existente entre soldados y batalla. Y es que la guerra no se decide en las trincheras, sino entre las imponentes paredes de grandes palacios habitados por egoístas que quieren mantener su privilegiada posición el máximo tiempo posible.
Es tras esta escena poco común que entramos ya en el campo de batalla. El general Mireau comienza a conocer su nuevo destino, ese que se ha preparado justo antes, paseando alegre entre los soldados y preguntándoles sobre su familia, entre otras superficialidades. El contraste entre este paseo y su verdadero desinterés y las caras de agotamiento de los soldados es recogido por Kubrick con travelling hacia atrás combinado con medios planos de esos humildes soldados. La aparición del coronel Dax, en su pequeño habitáculo, rompe la sensación de impotencia creada e el espectador en cuanto a la impostura del general ante sus pelotones, haciendo exponencial el deseo de encontrar a alguien que se encare al alto mando. La presentación no decepciona: Kubrick mantiene la cámara frontal para igualar sus condiciones, que no su rango. Una decisión acertada, más cuando viene de presentar al general y sus acompañantes siempre desde una perspectiva contrapicada, que pronto utilizará de forma burlona: si esta posición se utiliza normalmente para ensalzar la personalidad y actos del enfocado, del personaje a destacar… a medida que avance el film Kubrick la seguirá utilizando, cada vez más acentuada, para filmar a los generales y sus inmediatos “súbditos” de forma exageradamente burlona.
Tras el breve encuentro Kubrick continúa en los túneles. Muestra la decisión del coronel y su implicación en la batalla, además de la conexión con los soldados que dirige. A priori parece que se trata de un riguroso ejercicio didáctico sobre las precarias condiciones que estos hombres sufrían a la hora de luchar contra el enemigo, pero pronto los planos generales en pleno campo de batalla (crudas y realistas explosiones que se van sucediendo en la pantalla ayudados de travelling horizontal) convergerán en la explicación concreta de un suceso, epicentro del sermón que es Senderos de gloria. Pero antes, incluso, y a modo de preparación psicológica para el espectador, el director decide incluir una escena intimista, entre dos soldados, clave en el desarrollo de los acontecimientos, envuelta en claro-oscuros determinantes para la concentración de un público que debe centrarse en el diálogo y no en la acción. Uno de ellos se cuestiona si tiene miedo a la muerte (“Si le tienes miedo a la muerte, qué más da el arma?”; “Tenemos más miedo de sufrir que de morir”), el otro es incapaz de responder con una opinión concreta. Al final del film sabemos por qué.
Pero, volviendo al suceso: Kubrick, analítico como ya se vio claramente en Atraco perfecto, expone objetivamente los acontecimientos: muestra la trinchera y la incapacidad de los soldados en avanzar ni un centímetro si no quieren encontrarse con una bala segura, y la monta en contraposición al seguro habitáculo del general, alejado de la batalla, pero enrabiado porque no se consigue terreno. “Capitán, ordene que abran fuego sobre nuestras posiciones”, dice, para horror de los que le acompañan, y del espectador. La crueldad de la escena, con el encuadre a medio plano del general, contrasta ahora con la acción a pie de campo: de repente, Kubrick ha conseguido que el impacto emocional de esa sentencia sea mucho más potente que toda la muerte generada por bombas y pistolas.
Antes de cerrar este primer acto, Kubrick mostrará, por un lado, la posibilidad de retar las órdenes del general (la negativa del hombre a bombardear la propia posición sin una confirmación por escrito) y, por otro, las consecuencias de ese reto: el general pedirá pena de muerte por cobardía a todos los soldados participantes en el ataque. Es el primer paso para avanzar en los senderos de s protagonistas… ahora falta revelar cuáles son, y a dónde llevan, esos caminos.
2. El juicio: el final de los senderos
“Señores, a veces me avergüenzo de pertenecer a la raza humana, y esta es una de esas ocasiones.”
Salimos del campo de batalla, y ya no volveremos a él. Es lógico: en este film a Kubrick le interesa desmenuzar los verdaderos intereses y motivaciones de los dirigentes de una guerra en la que actúan como titiriteros. Seguir en la batalla sólo reforzaría un horror que ya no es necesario, el espectador ya se ha identificado con esos terribles años (un acierto también mantener la acción durante la Primera Guerra Mundial: ubicarla en la Segunda hubiese creado sentimiento de rechazo en un público que seguro aún estaba viviendo las secuelas de la gran guerra. ¿No sería demasiado cruel mostrar una verdad tan incómoda en un tiempo demasiado cercano? Que el ejército sea francés, no americano, también es una forma de salvar las distancias con el potencial público del film… no el francés, claro, que incluso prohibió la comercialización de Senderos de gloria. Herir el amor propio de todo un país, por vergüenza… eso consiguió Kubrick). Además… Senderos de gloria es otro film excusa para Kubrick para volver a su tema favorito: la maldad humana, la falta de autocrítica, la repetición de errores… y la existencia del destino. Y aunque en estos sus cuatro primeros films intenta dejar una puerta a la esperanza (a veces no tanto a los directamente a los protagonistas – El beso del asesino, Senderos de Gloria – como a que el espectador asimile lo visto y reacciones en consecuencia – que sería el caso de Miedo y deseo y Atraco perfecto), a medida que avance su obra será cada vez más pesimista. Pero volvamos a Senderos de Gloria.
La segunda parte del film comienza con una acalorada discusión entre coronel y general. Kubrick sigue los movimientos de Dax como ya le ha mostrado en la trinchera: erráticos, nerviosos, pero firmes. La cámara sigue los micro-paseos del coronel, y capta toda su comunicación no verbal. De esta forma se transmiten perfectamente sus valores: al no dejarse intimidar, incluso permitiéndose ser sarcástico (“¿Por qué no fusila a todo el regimiento?; ”Si quiere dar ejemplo fusíleme a mi”), se reafirma como la figura central del film. Deja de ser un personaje interesante, destacado entre el resto presentado, para convertirse en el estandarte de la evolución del film. En el otro lado de la escena encontramos al general estático e impasible, firme también en su petición, pero destilando la cobardía del que requiere una justicia errática. Una justicia vengativa.
En esta parte central de Senderos e Gloria destaca la secuencia del juicio, tanto por la relevancia de su diálogo como por la mirada de Kubrick. De nuevo volvemos a una enorme sala del palacio visitado al inicio del film. La cámara se mantiene alejada, fría a la hora de captar lo que sucede en la estancia: la majestuosidad del recinto confirma a los tres acusados como meras cabezas de turco, tan pequeños como su declaración. Y, en una esquina del encuadre… Dax impotente ante la creciente injusticia que observa anonadado.
Pero Kubrick utilizará la fuerza de esta propuesta también para mostrar los sentimientos de los tres soldados seleccionados al azar para dar ejemplo a los pelotones. La profundidad de campo tomará especial relevancia durante todo este acto: observaremos las caras de los soldados en primer plano, para vislumbrar, al fondo, que todo lo que les ocurre está bien orquestado: la pose de los que les guardan, la condescendencia del jurado… Kubrick traslada la vergüenza ajena al espectador incrédulo ante lo que se le presenta como una gran verdad: el agresivo comportamiento bélico no es el del campo de batalla, es el que se teje entre documentos y promesas de poder.
Como no podía ser de otro modo, la frustración el coronel y la resignación de los soldados ante el avance de los acontecimientos acaban por sentenciar, al igual que el jurado, los senderos del soldado:
“El alarde de la heráldica, la pompa del poder y todo el esplendor, toda la abundancia que da Espera igual que lo hace la hora inevitable. Los senderos de gloria no conducen sino a la tumba.”
Extracto del poema Elegía escrita en un cementerio rural (Thomas Grey, 1751)
3. El cierre: la (inútil) esperanza de seguir caminando hacia otro destino
“- Las tropas necesitan discilplina. / – ¿Puedo preguntarle si de verdad piensa eso?”
Y cuando el espectador ya se piensa relajado, aunque anímicamente decaído, porque ya conoce el veredicto… Kubrick tiene mucho que decir aún.
Volvemos a una escena similar a otra ya citada, cuando los soldados hablan entre ellos sobre la muerte y el sufrimiento. Ahora, eso sí, la imagen es más sombría, reflejo de su nueva condición como prisioneros. Comparar sus vidas con las de una mísera cucaracha confirma que no son amos de su destino: creyendo estaban haciendo el bien por su país, terminan condenados a muerte. La confesión con el cura no puede ser una imagen más desoladora: los rayos de sol entran por una minúscula ventana iluminando al acusado. En el fondo, ese inexorable destino, atribuido claramente en este plano a la existencia de un Dios, es sólo el camino a la salvación, y el perdón. “No quiero morir. ¿Por qué tengo que morir, padre? No he hecho nada. Yo luché en el campo de batalla. Padre, tengo miedo.”, dice el soldado. Así que no hay miedo sólo al sufrimiento… nadie está preparado para dejar este mundo.
Para el pasaje de la ejecución Kubrick vuelve a utilizar la magnificencia del escenario para convertirlo en aterradora conclusión: con todo el despliegue militar dirigido al fusilamiento de tres pobres soldados, el director demuestra que el peso de toda una institución puede aplastar a las personas más inocentes.
Pero la institución está formada por soldados, también. Así que, en vez de dejar este cierre, Kubrick sigue avanzando, apuntando con el dedo, directamente y de nuevo, al importante papel de los generales en una guerra:
Tras la imponente y emocional ejecución, Kubrick, maestro ya en la contraposición, monta un plano con los dos generales, comiendo y riendo. “Los hombres murieron maravillosamente”, espeta el general Mireau, precursor de toda la situación. La sentencia hiela la sangre del espectador, aún incrédulo ante tanta inmoralidad. La entrada de Dax y la siguiente traición del otro general, Broulard, hacia Mireau hace continuar el estupor, superado aún más con el cierre de la escena en el palacio: el general Broulard ofrece a Dax el puesto de general, el mismo del que acaba de abandonar la estancia abrumado por el trato (al fin y al cabo, ni tan siquiera es consciente de su egoísmo. Es tan altivo como el coronel Jessep de Algunos hombres buenos). Dax sólo puede responder a la condescendencia del general (“es usted un idealista, me da lástima”), con un “qué ha hecho mal. Como no conoce la respuesta a la pregunta, me da lástima”)… y el espectador sólo puede darse cuenta de que el bonachón general Broulard es el más malvado, interesado y cacique de todos.
Eso es la guerra: superponer el interés propio al de toda una horna de inocentes seguidores, con la excusa de que se lucha para la nación, y no para unos pocos.
Pero este cierre era demasiado cruel. O al menos eso pensó Kubrick en esta etapa de su carrera, ya que más adelante no tendría miramiento alguno. Así que rodó una secuencia final.
Los soldados son inocentes. Hay humanidad en ellos. Si se amotinaran y se rebelasen en contra de las órdenes de unos pocos, la lucha entre seres humanos llegaría a su fin. Y esta reflexión la condensa en un escenario:
Una joven alemana es obligada a cantar en un improvisado teatro, siendo observada por decenas de soldados franceses. Al principio la mirada de los hombres sólo muestra lujuria y jolgorio pero, poco a poco, la canción, que no comprenden, les va calando. Kubrick pasea la cámara frente a los chicos, montando primeros planos, también, del cambio de su expresión. Muchos lloran ante la belleza del ritmo. Hay esperanza… aunque el final de sus senderos acabe, con toda seguridad, también en la tumba.
TRAILER – Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957):
Me han hablado tan bien de la película que estoy deseando verla.Se que la ponen en Amazon pero yo tengo Netflix. Alguien sabe donde puedo conseguir verla?