Lolita (Lolita, 1962): de personas normales, genios, y ninfas. De amor, inmoralidad, y perversión. Y de infinita sutileza
“Now that we know who you are, I know who I am. I’m not a mistake! It all makes sense! In a comic, you know how you can tell who the arch-villain’s going to be? He’s the exact opposite of the hero.”
El protegido (Unbreakable, M. Night Shyamalan, 2000)
La obsesión de Kubrick por la psicología del ser humano, y su creciente pesimismo en cuanto a la bondad del hombre, le lleva a interesarse por Lolita, una novela que, en la época, estaba prohibida por considerarse más que obscena. Y es que hablar abiertamente de la relación erótico-sexual entre una niña de doce años y su padrastro era, y aún es en muchas comunidades, un tema demasiado tabú como para defender su adaptación…
Pero Kubrick no estaba tan interesado en la polémica de la relación como en su trasfondo.
¿Qué lleva a un hombre maduro a obsesionarse por conseguir el amor de una pre-adolescente?¿Es amor lo que busca, o es sumisión a su depravación? ¿O simplemente está necesitado de atención?
Atención.
El profesor Humbert necesita liberarse de unos pensamientos que le atormentan (¿resultado de su educación, de sus creencias?). Librarse de una situación de la que no sabe salir. Librarse de su propio carácter.
Porque Humbert es un cobarde. Un hombre incapaz de argumentar sus ideas y opiniones. Se escuda en la poética de la literatura francesa para dejar volar su imaginación e identificar sus soterrados sentimientos. Seguramente se convirtió en profesor para demostrarse a sí mismo que así, al menos, no es tan invisible como se considera. Como él mismo traduce en su mente el trato que recibe por parte de otros.
¿Qué trato?
Desprecio, humillación… ¿Está sólo en su mente?
Pero quizá… tiene toda la razón.
Humbert, bondadoso. Atento. Amable.
Humbert, reprimido.
Humbert, a punto de estallar.
Ni eso se permitirá.
Humbert: el arrepentido pecador
Varias pistas deja el director sobre la personalidad del protagonista a lo largo del film. Ya en la primera escena Kubrick permitirá que cataloguemos a Humbert como indeciso y nervioso. El profesor, aun con un arma en la mano, balbucea ante las burlonas contestaciones (al menos, para él) del hombre al que apunta. No sabemos exactamente el por qué lo hace, pero frases cogidas al vuelo, de esa nota que trae ya escrita y hace leer al borracho que tiene en frente, dejan entrever que se traen, o traían, oscuros actos entre manos…
“… porque se aprovechó de un pecador…”
Ah, interesante. Humbert se (auto)confiesa pecador, antes de disparar a su indefenso “contrincante”. Una confesión que llega imprevista, con voz queda, casi imperceptible al final de una larga escena, igual que lo son sus planos, y los de la mayoría en Lolita. Y es que Kubrick decidió, para este film, que el mejor formato sería el de hacer revolotear la cámara acompañando en casi todo comento al protagonista, siguiéndole en sus pasos, actos, ideas y pensamientos al recorrer una habitación, el pasillo de un hospital, la casa de su amada… Tomas largas que encogen el corazón al ser testimonios de la degradación de un profesor devorado por sus propios deseos.
Un flashback tan largo como el resto de film explicará esta escena introductoria, volviendo a utilizar al narrador, voz en off del propio protagonista, para situarnos en la historia, y en sus propias justificaciones. Es así como pronto le veremos llegar a su futura casa y conocer, y despreciar de inmediato, a la que se será su futura mujer (“Somos muy progresistas. Intelectualmente.”; “Eso se nota enseguida”)… y reconocer a la niña que convertirá en el centro de su vida (“Me vuelve loco la doble naturaleza de esa ninfa”).
La personalidad del profesor está en continua lucha con su obsesión, y se degradará tanto que acabará dejando salga a la luz la terrible frustración de no ver cumplido su sueño. Una simple mirada despierta en Humbert un imparable ¿deseo¿¿amor?: es el momento en el que “descubre” a Lolita en el jardín de la casa en la que piensa alquilar una habitación. Y desde esta mirada, hasta la última escena del flashback, en la que él llora desconsolado junto a la ya chica, sin levantar lso ojos de su regazo mientras le entrega 13.000 dólares, Kubrick capta la mejor interpretación de un a ratos despistado, a ratos travieso, pero siempre asustadizo y dubitativo James Mason. Ejemplos, muchos, pero uno muy concreto: el sincero ataque ira, que se inicia con un apocado “me encanta que me mandes, pero todo juego tiene sus reglas”, cuando su mujer le sugiere que no debería comprar caramelos a la niña sin decírselo. Humbert desata una contenida furia, defendiéndose del “ataque” de Charlotte con justificaciones tan poco acertadas (que se deja exponer como marido guapo ante sus amistades, que le ayuda en la casa, etc. etc.) que se tornan simples excusas, pero que ponen de manifiesto lo incómodo que se siente Humbert hacia sí mismo y su falta de rebeldía en situaciones tan simples como las domésticas.
Pero… ¿es que REALMENTE quiere rebelarse contra ese papel?
En esta escena Humbert declara verbalmente cómo se siente y poco a poco, además, lo demostrará claramente de forma física. Sobre todo cuando se enfrenta a una Lolita malhumorada… Humbert sentado en el suelo pintándole las uñas, o curvado totalmente en el sofá mientras la observa. La niña domina siempre la conversación, la situación, el plano. Y él se deja someter.
Sometimiento. Humbert es tan sumiso como Quilty, el hombre de la primera escena… pero eso lo veremos después.
El profesor se sabe incapaz de sublevarse, y la escena en la que piensa todo el argumentario para matar a su mujer y salir impune es uno de los momentos más reveladores en este sentido: Humbert, mirando a la cámara en el centro de la imagen, apuntando con la pistola a la lente / el baño fuera de plano, se dice a sí mismo, y nos dice a nosotros: “el caso es que no puedo hacerlo”. Y el caso, también, es que su desquiciada mente acabará por ser capaz de cometer un asesinato.
Eso sí, como ya nos había explicado el director en Atraco perfecto… “nadie puede cometer el crimen perfecto, pero la suerte puede hacerlo posible”. Suerte y destino, siempre cogidos de la mano.
Pero Kubrick utiliza también sus conocimientos técnicos para hablar del protagonista y su imposibilidad de enfrentarse al objeto de su deseo. Un buen ejemplo lo encontramos en las escenas en las que comparten coche: cuando el profesor teme la reacción de la niña, o simplemente no se siente cómodo con ella (por no haberle confesado abiertamente su deseo), no aparecerán juntos en el mismo plano. Él siempre saldrá solo, mientras que ella, ajena a los pensamientos de su acompañante (e incluso, por qué no, desconocedora de sus intenciones), no tiene reparo en mirarle fijamente/aparecer juntos.
En cambio, una vez sobrepasada la escena del motel, en la que se nos deja intuir que ya han mantenido relaciones sexuales (“¿Qué hacemos ahora?”; “Pide el desayuno.”; “No quiero, por qué no jugamos un poco? He aprendido juegos muy divertidos en el campamento. Siempre lo jugaba con Charlie.”; “No sé a qué juego te refieres.”;”¿ No jugaste nunca a ese juego cuando eras niño”; y fundido a negro…), por primera vez los dos aparecen juntos, al mismo nivel, y acompañados de una alegre melodía. Humbert, por fin, ha conseguido lo que quería. Y se siente feliz.
Humbert: el inocente enamorado
Hagamos un parón antes de continuar, en este momento de felicidad del protagonista, y planteemos algo que, hasta este preciso momento, puede incluso ser plausible, gracias a la sutileza del director (y su necesidad de evitar la censura):
¿Qué vemos VISTO, en Lolita? A un tímido hombre locamente enamorado de la persona equivocada, escandalizado por un entorno que se le insinúa descaradamente (“Somos una pareja de mentalidad abierta”; “Soy una mujer extremadamente emotiva”) y que apacigua sus deseos escribiendo sus pensamientos y fantaseando en liberarse del error de haberse casado con Charlotte, una mujer bastante alocada pero que, en el fondo, es extremadamente íntegra y religiosa (“Si algún día me enterara de que no eres religioso creo que cometería suicidio.”). Porque Charlotte busca desesperadamente el amor para intentar olvidarse de su difunto marido, al que aún considera perfecto (“Harold, te he sido infiel, siete años es mucho tiempo, si no hubieras muerto esto no habría pasado.”; “Eras la integridad personificada”).
Hemos VISTO a una niña que se comporta como tal, que juega, que busca el aprecio del recién llegado, y del que luego dependerá completamente, buscando su aprobación y sus abrazos, cuando sea el único adulto en el que puede confiar…
Entonces… Kubrick, hasta el momento, no ha decantado explícitamente (aún) la balanza hacia el deseo. Podemos incluso pensar que se ríe de nosotros y nuestras mentes depravadas, al creer ver algo más allá, al SABER que las imágenes y diálogos escritos nos llevan a nosotros, espectadores, a tener pensamientos obscenos en cuanto al comportamiento de una niña que vemos como una seductora e irreverente mujer, leyendo entre líneas donde sólo hay inocencia (“No me olvides”; “¿Formo parte de tus pensamientos”; “Tengo hambre y quiero comer algo”).
El humor negro que salpica todo el film es su clara respuesta: ‘esto no es lo que parece. ‘¿O sí?’, nos dice divertido. Escenas asumibles a los hermanos Marx (el plegatín que se desploma, como de un ‘te lo dije’ se tratara, cuando Humbert no ha podido meterse en la cama con la niña), autoreferencias para recordarnos que puede hacer con nosotros lo que quiera, que es su película (“Soy Espartaco… ¿vienes a liberar a los esclavos?”)… y un Peter Sellers, Quilty, en estado de gracia.
Quilty, el contrapunto de Humbert. Su complementario.
El problema es que es difícil de adivinar quién de los dos es el héroe, y quién el villano…
Humbert (y Quilty): un tipo normal y un genio, dos miradas al obseso sexual
Kubrick comienza enfrentando a los dos personajes en una alocadadamente dramática secuencia, reflejo del tono de todo el film, y, desde ese mismo instante, los compara:
Oscuridad
Humbert y Quilty están unidos por la oscuridad del poema de Edgar Allan Poe. De hecho, el film ya comienza en una “nebulosa región” (el coche de Humbert rodeado de espesa niebla), la definición que otorga el poeta a “oscuridad”, tal y como explicará más adelante el profesor a Lolita. El gran acierto del film es no mostrar demasiado pronto que esa oscuridad se corresponde con la misma obsesión: el deseo hacia Lolita. Pero lo que sí hace es ir dando pistas acerca de la similitud entre los dos personajes antagónicos, que se conocen en la fiesta del colegio de Lolita (uno vestido con chaqué blanco, el otro negro…), y que están llevando vidas paralelas:
Quilty es guionista en Hollywood. Humbert es escritor y profesor de literatura, pero incluso fantasea con escapar de la ciudad con Lolita “gracias” a un contrato para trabajar como consultor en un film de Hollywood sobre el existencialismo (a nadie se le escapa la sorna del comentario). Quilty va acompañado de una misteriosa mujer que no abrirá la boca en todo el metraje, mientras que Humbert se casa con una mujer que no puede estar dos segundos callada. Quilty describe la relación con su mujer, entre risas, comentando que uno tiene cinturón verde y el otro amarillo de karate, que ella le tira al suelo desde los tobillos, y que a él le encanta. Claramente se está haciendo referencia a que les une una pasión sado-masoquista, de dominante y sumiso… la misma relación que Humbert mantiene con Charlotte y más con Lolita, pero no en el sentido estrictamente sexual (al menos con la primera) sino comportamental, y es que ya hemos adelantado que las reacciones del profesor son las de alguien que seguramente encuentra placer en “flagelarse” continuamente al pensar en su pecado… Y tanto Quilty como Humbert tienen el mismo objetivo: quedarse con Lolita, en el sentido más amplio posible.
Destino
Que los dos personajes están destinados no únicamente se conoce desde buen inicio, sino que se irá demostrando a lo largo del film, desde el encuentro en el motel de las dos parejas hasta el fatal desenlace, pasando por el acoso de Quilty, en cualquiera de sus disfraces, hasta las dos pistas que Kubrick nos deja para permitirnos adivinar que Lolita no es tan inocente como parece (y, por tanto, la lectura “inocente” del film antes expuesta, aunque posible, es inviable).
La primera pista, más sutil, la encontramos en la habitación de Lolita: la niña tiene un poster de Quilty en su habitación…
La segunda, cuando Quilty aparece en el escenario del teatro de la escuela de Lolita….
Así que las vidas de los dos hombres deben cruzarse, porque “comparten” a Lolita. Quilty provocará más de un encuentro, en el que las personalidades de los dos sí se muestran contrarias (Humbert siempre nervioso ante las incisivas preguntas de Quilty, o del policía, o del doctor…), y, sin freno, será capaz de engatusar a cualquiera para conseguir su propósito. Que no es otro que desquiciar a Humbert.
Abandono
Humbert como un loco, dispuesto a lo que se había dicho no iba a ser nunca capaz. A asesinar. Y Quilty, conseguido su propósito… simplemente estará hastiado de la vida. Los dos se abandonan a su suerte, pero sus actos tienen consecuencias (volvemos al azar, y al destino): uno acabará muerto, y el otro, en la cárcel.
Quizá es la moraleja de Lolita. Quizá es únicamente un posible cierre. En cualquier caso, Kubrick no filmó ni un film erótico, ni moralista. Se mantuvo fiel a su estilo: exponer los hechos, y que cada mente (más o menos calenturienta) imagine el resto.
TRAILER – Lolita (Íd., Stanley Kubrick, 1962):