La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, 1987): humillación, religión y repetición… del contraste y el ridículo
“War don’t ennoble men. It turns them into dogs… poisons the soul.”
La delgada línea roja (The Thin Red Line, Terrence Malick, 1998)
Contrastes.
Cabezas siendo rapadas al son de la alegre melodía “Adiós mi amor, hola Vietman”.
Canciones sexistas, infantiles, al ritmo de la marcha del entrenamiento militar.
Los gritos de un sargento que pretende formar “hombres” a base de humillaciones y comentarios soeces y que consigue, o desquiciarlos, o deshumanizarlos.
Soldados que encuentran en el sexo la escapatoria al horror, pero que son capaces de regatear 5 dólares para poder seguir sintiéndose superiores al enemigo.
Una mirada objetiva y analítica al día a día de los reclutas, que devienen soldados, interrumpida en el momento preciso por las entrevistas realizadas a estos hombres, a los que se les hacen responder las grandes preguntas de la sociedad americana del momento con respecto al sinsentido de esa guerra.
Guerras más tácticas, más automatizadas y menos sangrientas… con los mismos resultados que la Guerra de los 7 Años (Barry Lyndon), La Primera Guerra Mundial (Senderos de Gloria), la Segunda Guerra Mundial (Miedo y deseo), o la Guerra Fría (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú): ninguno.
Contrastes… con un denominador común: el ridículo como nueva herramienta de Kubrick para la concienciación social.
Primera parte: la creación del buen soldado
Patoso, Bufón, Cowboy… Apodos humillantes para demostrar que el respeto por la jerarquía está por encima de las ideas propias. Y un sargento que grita, también, por encima de sus posibilidades. Que grita estupideces que le hagan sentir superior a sus alumnos (“aquí sois todos igual de insignificantes”). Estupideces que les apoquen: apelar a la falta de destreza, a las comparativas sexuales, al cumplimiento de órdenes sin objetivos concretos. Todo un sistema probado desde hace décadas para crear buenos soldados… es ridículo, y Kubrick nos lo muestra en imágenes, utilizando el recurso de la repetición, y el encuadre.
Repetición: reclutas siendo adoctrinados. Reclutas entrenando. Reclutas siendo inspeccionados. Reclutas corriendo. Reclutas repitiendo instrucciones a pleno pulmón. Reclutas preparando su fusil. Reclutas graduándose. Reclutas convertidos en soldados.
Los salvadores de toda una nación.
El espectador se adentra en la rutina de los reclutas, y acaba no aburrido, sino desesperado al comprobar el absurdo método con el que se convence a los futuros soldados. Herir el orgullo para superarse a uno mismo; señalar al más débil para conseguir que se cohesione todo un grupo. Por convicción personal, o por miedo a ser el siguiente.
Crear un batallón sobre la base del miedo, o la vanidad. Tristemente, funciona.
Así que, en realidad, la historia de recluta Patoso es un (valioso) aderezo, pero si prestamos únicamente atención a la forma en que Kubrick hace chillar a sus protagonistas y, por encima de todo, cómo les consigue retratar (primer plano del sargento mirando a cámara, intimidando también al espectador; cámara baja a la altura de la mano mientras se oye al sargento chillando “¡ahógate a ti mismo!”; travelling para mostrar las alineadas filas de reclutas, todos iguales, todos obedientes)… el mensaje ya queda claro y es igual de intenso: la guerra sólo se gana con soldados muy motivados, o minimizando su libre albedrío. Reduciendo su voluntad a cenizas (“el cuerpo de marines quiere hombres sin miedo. Hombres que maten.”).
Eliminando cualquier atisbo de disconformidad, aunque ésta tenga que ver con un ideología, aparentemente, sin conexión con la disciplina militar: la ideología religiosa.
Religión y milicia. Igual de jerárquicos y obsesionados e intransigentes con respecto a los “rebeldes”.
“Rezad”, ordena el sargento antes de apagar las luces a unos reclutas que deben dormir con el rifle a su lado.
“Este es mi rifle. Mi rifle es mi mejor amigo. Sin mí, mi rifle es inútil. Sin mi rifle yo soy inútil.”
“Este es mi rifle, esta es mi polla.”
Religión contrastada con sexo. Las dos grandes creencias a las que se aferra el ser humano para salir a flote.
Es por esto que se hace interesante que el sargento considere a Patoso un buen soldado en el momento que éste sabe montar su arma minimizando los pasos y reduciendo el tiempo (incluso habla con ella y le pone nombre, Charlene. “Leonard habla con su rifle. Creo que ya no puede más”, dice Bufón, ¿preocupado?). El sargento considera que ha cumplido con su deber (“voy a motivarte, Patoso”), y el recluta, lejos de sentirse integrado, se vuelve loco. Y su enajenación la filma Kubrick igual de exagerada que la de Jack Torrance (El resplandor), cuando acompaña los zooms a la cara del recluta de una nota sorda, o cuando le pide mire a cámara con los ojos penetrantes pero idos, y la sonrisa entre maliciosa y apesadumbrada: al fin y al cabo, la violencia, interna o externa, lleva al individuo a un estado mental sólo visible por los demás cuando es demasiado tarde, así que es necesaria aquí también la exageración para convencer al espectador.
En esta primera parte también se destilan las incongruencias de este sistema, más allá de sus métodos. Kubrick pone en boca del sargento dos frases, separadas en el film: “a los marines no se les permite morir” vs. “los marines mueren, estamos para eso. Pero el cuerpo de marines vive.”. Interesante, y a reflexionar: quizá no sea tanto una incongruencia como una estrategia. Al inicio, el sistema debe apelar al individuo, hablarle a él, convencerle de que su destino es luchar por su país. Tras las ocho semanas de entrenamiento, el individuo ya se ha diluido. No importa, no interesa. Es exclusivamente una herramienta, un arma de destrucción. No un robot, pero sí un número. Una estadística.
Pero el mayor acierto de Kubrick para presentar las incongruencias de una época tan convulsa como tristemente atemporal es el retrato del personaje de recluta Bufón.
Segunda parte: ¿la dualidad del hombre?
Kubrick quiere engañarnos, mostrar a “Bufón” como el más humano. Mostrarle como el que sabe discernir entre el bien y el mal, el que sigue el proceso desde la distancia, pero que acaba siendo abducido por la maldad de una sociedad construida sobre la base del odio, y la venganza. La maldad del ser humano, del mundo. No obstante, su mote dice mucho de él: irreverente con sus superiores, parece que les quiera engañar (– “¿Por qué te apuntaste?; – Para matar, ¡señor!”), pero es el que se suma a la paliza al recluta Patoso con más saña que el resto (eso sí, haciendo ademán de tener remordimientos), y el que se integra mejor en el combate. La primera escena de la segunda parte es, en este sentido, reveladora: al son de ‘This boots are made for walking’, Kubrick sigue a una chica mientras ésta se acerca al soldado y a su amigo acompañante. Ella ofrece sexo por un precio vergonzoso. Él querrá bajarlo al máximo, riendo, prepotente.
Bufón lleva la guerra, y la superioridad, en las entrañas. ‘Born to kill‘, se pintará en el casco… ya lo había dicho desde buen inicio. Así que pronto desconfiamos de la cara de niño bueno del asustado recluta, cuando le vemos a sus anchas en la sala de redacción del periódico militar: escenas en las que Kubrick aprovecha para arremeter no tanto contra los medios y su falta de objetividad a la hora de escribir las noticias, sino contra sus futuros lectores. Porque las noticias se amañan para que se vea más sangre, para exaltar la victoria del fuerte frente al débil.
Para satisfacer un odio autogenerado fruto, precisamente, de las frustraciones personales.
Más pistas sobre Bufón: la cara de asco (contrapicado y zoom hacia atrás) que pone el soldado al ver la fosa común cavada para sus enemigos. No está afectado por lo que ve. “Es mejor estar vivo”, dice para sus adentros. Nos dice su voz en off.
(Nota: aquí seré crítica, quizá la primera y única vez con Kubrick: la voz en off en La chaqueta metálica es innecesaria desde buen inicio, ya que no aporta más información que el trabajo realizado por Matthew Modine. En este caso concreto, su expresión facial es suficientemente inquietante y reveladora como para que el espectador sepa que considera necesarias esas muertes).
Y qué decir de la soberbia enmascarada en inocente sorna que demuestra al responder a su superior acerca de la chapa con el símbolo de la paz que lleva en la solapa el uniforme: “me refiero a la dualidad del hombre”. Y qué decir de su monólogo final, reflejo de todo un movimiento que Kubrick intenta, por quinta vez, descubrir a su sociedad. Un monólogo que nos transporta al cierre de La naranja mecánica, y a un Álex feliz por ser como es, a sabiendas que tiene al gobierno de su parte…
“Mi cabeza vuelve a estar ocupada por los sueños eróticos y los pezones duros de Carmen Calientapollas, y la fantasía del gran follar del regreso. Estoy tan feliz de seguir vivo, de una pieza, y a punto. Este mundo es una puta mierda, sí. Pero estoy vivo. Y no tengo miedo.”
… acompañado de una crepuscular imagen de los soldados, avanzando en fila hacia el particular infierno en el que han convertido su vida (“estamos viviendo una época maravillosa (…). Cuando volvamos al Mundo no habrá nada digno para disparar”)… Iguales. Marionetas. Números, y…
… cerrando con fundido a negro que rescata la canción de los Rolling Stones, ‘Paint it Black’:
‘I look inside myself and see my heart is black / I see my red door I must have it painted black / Maybe then I’ll fade away and not have to face the fact / It’s not easy facin’ up, when your whole world is black.’
Bufón no es un santo. Nunca lo ha sido. Nunca lo hemos sido. Nunca lo seremos.
Epílogo: La objetividad rota
La planificación del film es excelente: el espectador cree que sabe lo que va a ver. Se adentra en la rutina, igual que los soldados. Incluso es capaz de adivinar el cierre de la primera parte, gracias a la ayuda del director. El espectador también cree que va a poder apartar los ojos en los momentos más violentos (al fin y al cabo, las escenas de guerra, ya se sabe). Seguramente piensa que el cierre va a ser moralista, atendiendo a trabajos anteriores del director.
Pero Kubrick está cansado. Se ha hartado de que nada cambie.
Así que, al contrario de lo esperado, introduce no únicamente la sutil personalidad de Bufón y la asimila a toda la especie humana, sino que demuestra que por mucho que nos queramos esconder tras guerras más impersonales, menos cuerpo a cuerpo, estas siguen siendo tan improductivas como cualquiera anterior. Adaptando su expresión cinematográfica al nuevo tipo de batallas sobre el terreno, Kubrick se aleja de innecesarios planos aéreos ni planificaciones de grandes batallas: Un francotirador (además mujer, en clara alusión contrastada con las prostitutas de las que se habrán aprovechado los soldados durante toda la segunda parte), un grupo de soldados… y una decisión.
Las guerras cambian (los inmediatos superiores no acompañan a unos soldados que deben tomar decisiones de mayor responsabilidad que antaño). Los asesinos pueden desprenderse de su sentimiento de culpa al enfrentarse a una gran mayoría de sus objetivos desde un alejado helicóptero (“- Yo me he cargado 157 caras amarillas”; “- ¿Mujeres y niños también?”; “- Algunos.”; “- ¿Cómo puedes hacerlo?”; “- Es fácil, solo tienes que apuntar un poco mejor.”). Pero los intereses, y sus consecuencias, son los mismos.
Kubrick ya lo ha dicho anteriormente. De forma subjetiva, un par de veces; irónica una; objetiva otra. Y, en La chaqueta metálica, mezclará la objetividad con un jarro de agua fría: las entrevistas a los soldados. La rotura de la cuarta pared. La parte más importante del film.
Kubrick decide incorporar cine dentro del cine en un paralelismo brillante por parte del director: el equipo de La chaqueta metálica filmando en travelling al equipo de la cadena militar en Vietnam, filmando en travelling a los soldados en el campo de batalla. Filmándoles a lo busto parlante. Sin escapatoria. Mostrándose tal y como son, tal y como piensan.
Parece que Kubrick encuentre en este pasaje del film la forma de acercarse al espectador, y a la posibilidad de que éste reflexione sobre el significado de las imágenes. La excusa del cine dentro de la película es un revulsivo para el director, y de rebote para un espectador que se cree más las confesiones otorgadas al entrevistador del film, simples y llanas, mirando directamente a aquella cámara (que es la cámara de Kubrick). Los soldados responden a preguntas sobre qué consideran es la guerra, sobre qué opinan de la participación americana… responden, en definitiva, a las preguntas que Kubrick se hace, y también la sociedad. Y las respuestas… son tan pesimistas como reales: “Los amarillos prefieren estar vivos que ser libres”; “[al llegar al campo de batalla] era como la guerra. Como yo pensaba debía ser la guerra”; “hay que matarles a todos”.
Frases automáticas, inculcadas, fruto de un discurso tan absurdo como reiterado para ser aceptado como real, y propio. Frases que responden a un ciclo de entrenamiento absurdo, y ridículo, destiladas de una ideología impuesta por unos dirigentes que ya ni tan siquiera son vistos en el país enemigo.
TRAILER – La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, Stanley Kubrick, 1987):