Un espía en Hollywood: más allá de la comedia
El cine ha sido definido más de una vez como la “fábrica de los sueños”, sobre todo el de Hollywood. El arte en el que todo es posible ante nuestros ojos, donde realidad y fantasía se dan la mano, donde a través de la fábula se abre un camino hacia la verdad. Jerry Lewis fue uno de los directores que mejor lo entendieron, aunque su fama le vino como intérprete, y aún a día de hoy su labor como director no ha sido lo suficientemente valorada.
Tras formar dúo cómico con Dean Martin en los años cincuenta en un total de quince películas —trece como pareja protagonista y dos como secundarios— que gozaron de una enorme popularidad —jugando al contraste ambos actores, por un lado el galán seductor, por otro, el compañero torpe y gracioso—, Lewis debutó como director —por recomendación del mismísimo Billy Wilder— en la sorprendente, y arriesgadísima El botones (The Bellboy, 1960), impresionante carta de amor al cine en general y al mudo en particular, siendo también una clara declaración de intenciones sobre el poder del cine, sobre la relación entre realidad y ficción, tónica que se convertiría en estilo dentro de la filmografía de Lewis como director. Cabe recordar que realizando esa película Lewis tuvo la idea de solicitar a Sony una forma de poder ver al instante lo que estaba rodando, algo que hoy día se hace en todos los rodajes. Un espía en Hollywood (The Errand Boy, 1961) supone la tercera incursión en la dirección, tras la delirante El terror de las chicas (The Ladies Man, 1961), y semeja una especie de continuación de aquélla, esta vez metido dentro de la industria hollywoodiense, narrando la historia de un chico de los recados que es contratado por una gran productora para que se infiltre dentro de la misma para averiguar las pérdidas financieras de la misma, la única preocupación de los jefes, liderados por Tom “T.P.” Paramutual, personaje interpretado por Brian Donlevy, y con el que Lewis se reserva varios dardos envenenados hacia ese tipo de productor ciego incapaz de ver el talento, únicamente preocupado por el dinero. Así lo muestra el primer gag del film, aquel en el que en una reunión de directivos y a la frase de que las películas son el mayor entretenimiento que existen espetan con un “Amén” colectivo mientras rinden pleitesía.
A partir de ese instante Un espía en Hollywood es un producto al servicio total y absoluto de su estrella, que además de dirigir e interpretar la película, escribe el guion al lado de Bill Richmond, su colaborador habitual en aquellos primeros años de los sesenta. Lewis va a por todas caminando sin miedo alguno sobre una mezcla de comedia parodia sobre el mundo del cine y sentido homenaje al mismo. El ejercicio del metalingüismo —algo muy presente en la obra de Lewis— le sirve para ambas cosas, y la película es un non-stop lleno de gags y situaciones más o menos cómicas, más o menos delirantes, con las que además juega con su propia imagen dentro del séptimo arte, mientras homenajea sin disimulo alguno una época del cine que ya en los sesenta parecía lejana: la silente. Así pues, el nombre elegido para la productora, Paramutual, es la evidente suma de Paramount, la productora para la que trabajaba el propio Lewis, y Mutual, compañía que produjo durante un año películas a nada menos que Charles Chaplin —éste llegaría a declarar años más tarde que esa época supuso la de mayor libertad creativa de su vida—; por otro lado, determinados gags, como aquel en el que, sin querer, nuestro protagonista se ve atascado en una cola de figurantes que están esperando a entrar a formar parte de una secuencia; no sólo remiten directamente al cine mudo —muchos de los momentos cómicos del cine de Lewis son visuales—, sino que también realizan una casi salvaje definición de su puesto dentro de la propia industria del cine en aquellos años, algo así como una especie de rebelde desencajado en un mundo en el que todavía no se le ha valorado suficiente.
Precisamente la película navega, entre gag y gag, hacia un final en el que el propio director se está llamando a sí mismo genio de la comedia; eso puede ser visto como un ejercicio de egocentrismo, como algo negativo al lado del excesos de gags —el film parece en un momento dado una sucesión de sketchs, como era habitual en el cine de Lewis— y que, argumentalmente, termina por abandonar la premisa inicial. Sin embargo si enfrentamos ese desenlace con dos secuencias previas encontramos una coherente evolución. Me refiero a aquellos dos instantes en los que el personaje de Lewis mantiene una conversación con dos marionetas. Son dos secuencias que destacan en el resto por la diferencia de tono, e incluso ritmo; marcadas con una melancólica música —una de las pasiones de Lewis, como bien puede apreciarse en esta película— el actor/director conecta de forma inesperada con el espectador al darle a conocer sus deseos, que no son otra cosa que alcanzar el sueño de trabajar en Hollywood, narrado desde la humildad e incluso ingenuidad. Teniendo en cuenta esto el mencionado desenlace no es más que la representación, nunca mejor dicho, de ese sueño. En esta película, cuyo “directed by” aparece formando parte de la historia de film, en una pancarta publicitaria, Lewis habla en esos compases finales de la confianza y seguridad que hay que tener en uno mismo cuando persigue sus sueños. No hay otra forma. Podremos estar de acuerdo o no, pero lo que sí sabemos es que Jerry Lewis, mueca más o mueca menos, fue único, no sólo entre los comediantes, sino subvirtiendo los elementos narrativos clásicos del cine.
TRAILER – Un espía en Hollywood (The Errand Boy, Jerry Lewis, 1961):