The Party

The Party, o la dicotomía fiesta – partido: “una política llamada Rebeca, una política llamada Marianne”

 

“You thought I loved Rebecca? You thought that? I hated her!”

Rebeca (Rebecca, Alfred Hitchcock, 1940)

 

La Rebeca del film de Hitchcock nunca aparecía en pantalla, ni tan siquiera a través de flashbacks. Su enamorado protagonista no únicamente la echaba de menos, sino que su amor, su pasión, se había convertido en una obsesión que marcaba sus pensamientos, sus actos… poco comprensibles por algunas personas de su entorno.

Entender para avanzar. Asimilar para construir.

Rebeca, la no-imagen del deseo. Rebeca, la no-imagen del imposible futuro.


Sally Potter decide hablar en The Party de su propia Rebeca. Una Rebeca omnipresente, una Rebeca que levanta pasiones, ideales, contradicciones. Una Rebeca con nombre propio: Marianne.


Marianne, la política del siglo XXI.  Marianne, amable, cariñosa y dicharachera, como una fiesta de amigos íntimos… pero contradictoria, como las opiniones de los integrantes de un partido, que deberían llegar a un consenso. El título del film, The Party, ya deja entrever que, en estos tiempos convulsos en los que la política interfiere en la justicia o en los intereses y derechos sociales, y que muchas veces deja de ser estratégica para convertirse en un circo de beneficios personales,  ni todo es blanco, ni negro. De hecho, hay todo un abanico de grises tan perceptible como asimilado y, por tanto, olvidado…

Rodar en blanco y negro (lo que significa, en este caso, rodar en gris) es otra de las pistas de Potter para descubrir las contradicciones, a nivel local y global, de la política occidental.

Así que la directora quiere hablar de política, ese ente intangible, inmaterial, que se ha convertido en lo más importante de nuestra sociedad actual porque se inmiscuye en nuestro día a día sin tan siquiera saberlo (o deberlo). Un ente querido y deseado por todos, como lo es la evaporada (y vaporosa) Marianne.

Marianne, a lo sumo, llegará para el café, si es que decide hacer acto de presencia.
La política, tan accesible cuando no se la necesita como desaparecida cuando debe tomar decisiones.

Potter, hablando de política, y de política actual, irremediablemente debe tocar temas tan diversos como el matrimonio gay, la salud pública, la ingeniería económica, la guerra, el idealismo y el realismo… y el engaño piadoso. Y el autoengaño.

 

 

Cada personaje, histriónico y exagerado en su cometido, personificará cada uno de los temas, inicialmente con una postura radical (blanco, o negro), para pasar a dejar entrever las miserias de sus verdaderas posturas cuando, lamentablemente, los intereses del más allegado (quizá incluso de uno mismo) se ponen en entre dicho (la vida está llena de grises…). Y, por si esto fuera poco, cada uno proyecta, también, a un tipo distinto de político perteneciente a cualquiera de los partidos que seguimos, a un tipo distinto de carácter, y de reacción ante la adversidad.

Así que en Jinny encontramos la inocencia del político que ha llegado al poder desde las masas, y que sin quererlo se ha visto expuesto a lo que en verdad es la política: un grupo de personas que han perdido la fe en sus creencias e ideales. Jinny, como cualquier político recién llegado, protestará cuando los sucesos se tuerzan respecto a lo que había imaginado, pero en su interior ya alberga la semilla de la duda, esas propuestas que ya no comulgan con su espíritu aventurero pero que, por mucho que las rechace, deben permanecer ahí para que el sistema, en última instancia, funcione. ¿Qué mejor forma de representar a este tipo de político progresista pero condicionado a su entorno que con una lesbiana a la que le da asco la penetración pero está embarazada? Su “descoloque” es tan mayúsculo que no le será concedido ningún primerísimo plano: la cámara toma distancia, igual que Jinny con su entorno.

En contraposición, Martha: la otra lesbiana, la política que ya ha dejado que sus ideas de juventud se entierren. La que se ha dejado convencer por vivir una vida que en realidad no quiere, o cree no querer. La filósofa de segunda categoría, que sólo convence y enamora con su palique, no con sus ideas, fusionadas ya con las del partido. Martha representa al político que hace lo que el partido dice, que rara vez levantará la voz, o que únicamente lo hará, en su caso, para evitar ser despedido, o menospreciado.

Otro tándem: Bill y Janet, engaño y autoengaño.  La peor calaña de políticos, porque son “chaqueteros” con el objetivo de conseguir, exclusivamente, lo que quieren en su vida. Él, simulando apoyar la carrera de su mujer (que ambiciona la cartera del ministerio de Sanidad – de la oposición, eso sí… no es baladí), mientras prefiere mirar atrás, a la juventud de la política más rebelde (¿Marianne?), no sin acogerse a su lado más conservador cuando su salud, e intereses, lo necesitan. La continua mentira le deja en un estado tan catatónico, tan inservible, que se encontrará durante la mayoría del film al fondo del encuadre, paseando como el fantasma en el que se ha convertido pero que, sin embargo, resulta ser, todavía, imprescindible para que el partido tome decisiones. Y Janet, el reflejo de la lucha, que sin embargo esconde también secretos, muy contrarios a lo que pronuncia con sus palabras. Principalmente primeros planos y planos medios para ellos dos, porque ni los queremos tener muy cerca, ni tampoco muy lejos…. Por lo que pueda pasar.

Gottfried y April son los políticos directos, los que (casi) son lo que son. Los que son lo que dicen, y hacen. Sin duda la pareja que da más juego en The Party, por ser el tipo de político que queremos escuchar. April, cínica pero leal al partido. Gottfried, resentido por ser identificado con un pasado al que no pertenece, pero quizá precisamente por ello escondiendo más que todos los demás… aunque consigue que su trabajo le avale y acabe cayendo más que simpático.

Y Tom… Tom, el político abocado a hacer lo que no quiere por sentirse traicionado por su propio partido. Tom, en continua lucha interna para decidir qué hacer, qué apoyar, qué votar. Tom, primerísimos planos de sus dudas, de sus elucubraciones. Continuar o no continuar. Desenmascarar o no desenmascarar a los miembros del partido. Tom, el que tiene más principios que ninguno, pero cuyos actos del pasado le serán siempre reprochados, aunque sean legales.

Los siete representan a un mismo partido, a una misma sociedad, llena de contradicciones. Progreso sí, pero para los demás. Tom lo dice claramente, entre sollozos y temblores: “¿por qué el cambio es bueno?”. Y en verdad, no siempre lo es. Pero, en verdad, es más que necesario para replantearse el por qué votamos a un partido, o el por qué deberíamos prestar mucha más atención a los que nos representan. Porque la política, en nuestros días, es, sencillamente…
Marianne.

 

 

La contraposición perfecta a los primerísimos planos de Tom. Líquida, etérea, distante, vacía. Con presencia absoluta, pero usando canales que impidan reconocerla (mensajes de texto, mensajes en boca de acompañantes, de compañeros…). Marianne, lo que la política occidental ha devenido. La nada, y el todo.

Potter retrata tan cínica como analíticamente nuestra actual sociedad, politizada (básicamente proyecta sus dudas y comentarios con respecto al entorno que le ha tocado vivir en la figura de April, que se antoja es la propia Potter, boicoteando las “actuaciones” de los otros personajes/políticos), aderezando el estudiado movimiento errático de su cámara con unos personajes a la vez ciudadanos de a pie y políticos prototipo (siempre, siempre, doble lectura de sus actos, y sus papeles), con un negrísimo guion cómico, tanto que a veces pasa desapercibido y se nos olvida reír… por estar viendo, básicamente, la vida misma.

 

TRAILER – The Party (Íd., Sally Potter, 2017):

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Apasionada del cine y en especial del subgénero de viajes en el tiempo, estudia un Máster en crítica cinematográfica (2008-2009) y se convierte en redactora en El Espectador Imaginario hasta 2011, año en el que cofunda Cine Divergente. Redactora en Miradas de cine desde 2013 y cocoordinadora de su sección de Actualidad desde 2016, además de ser miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y Escritura Cinematográfica) desde 2014 (y de su Junta de 2015 a 2019), en los últimos años ha publicado críticas y ensayos cinematográficos, cubierto festivales, participado en programas radiofónicos especializados y colaborado en los libros 'Steampunk Cinema' (Ed. Tyrannosaurus Books, 2013), 'Miradas: 2002-2019' (Ed. Macnulti, 2019), 'El amor en 100 películas' (Ed. Arkadin, pdte. publicación) y 'David Fincher: autoría líquida' (Ed. MacNulti, pdte. publicación). Ahora, y tras cursar un Máster en Gestión Cultural (2016-2018, UOC)- y un Máster en Filosofía (2020-2022) para obtener una visión completamente holística y complementaria también a sus estudios de Ingeniería, amplía sus textos críticos más allá del cine, entrando también en la ficción, y quiere demostrar que "la" realidad no existe y es producto de nuestra imaginación.

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