Rebelión en las ondas

Rebelión en las ondas: Talk Hard

 

Rebelión en las ondas (Pump Up the Volume, Allan Moyle, 1990) es una de esas películas que en nuestro país se estrenaron directamente en lo que por aquel entonces se llamaba vídeo —resulta casi espeluznante saber que ya hay generaciones que no saben lo que es un vídeo, y mucho menos los sistemas VHS o Beta—. Las distribuidoras podían estar enormemente tranquilas y dedicarse a vaguear —eso aún lo siguen haciendo— pues ningún piratilla colgaría la película en Internet para su desgracia y posterior berrinche. Desconozco si la película obtuvo buenos números en el alquiler en los videoclubs allá por el 92, pero sí sé que entre bastantes cinéfilos, sobre todo los que eran adolescentes en aquellos años, el film de Moyle es poco menos que una cinta de culto. Una de esas películas que hablan sobre la adolescencia, en este caso el reflejo de la juventud estadounidense de finales de los ochenta y principios de la década siguiente. Algunos se apresuraron, no sin razón, aunque todo es matizable, a hablar de una continuidad en los films de John Hughes que tanto éxito tuvieron, caso de El club de los cinco (The Breakfast Club, 1984) —para el que suscribe, una de la películas más sobrevaloradas de su director, con una filosofía de andar por casa, y una progresión dramática tan simple que realmente me asusta que el film tenga tantos devotos— o Todo en un día (Ferris Bueller’s Day Off, 1986) —ésta en cambio me parece el mejor trabajo de Hughes, ausente de todos los defectos interpretativos y de ritmo del anterior—, probablemente los ejemplos más citados en el mal llamado cine moderno. Incluso en la reciente Bumblebee (Íd., Travis Knight, 2018) —por cierto, la mejor, con diferencia, película hecha sobre los Transformers— el gesto final de Judd Nelson en la primera de las películas citadas es tomado como vital referencia de una forma de pensamiento y actitud. El grito de rebeldía del adolescente, tan típico en cualquier época. La rebeldía frente a la diferencia generacional; la rebeldía frente al sistema, frente a cualquier tipo de orden establecido, empezando, cómo no, por los padres y las escuelas. Algo que se ha manifestado así en prácticamente todas las generaciones pasadas. En el séptimo arte todas las épocas han tenido su película para reflejar esos vitales años en los que uno, dependiendo del camino que tome —además de las drogas—, se convertirá en una u otra persona.

 

 

Indudablemente el título que más viene a la mente es el clásico Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, Nicholas Ray, 1955), con el que James Dean se ganó el corazón de todos los jóvenes en medio mundo. Aunque personalmente siempre me ha parecido un film sobrevalorado —ni muchos menos se halla entre lo mejor de su gran director—, el título siempre me pareció perfecto, aún a pesar del subrayado. Un adolescente no necesita una causa para rebelarse. Lo tiene todo prácticamente en contra, o al menos así lo creemos muchas veces en esa edad. Lo mismo sucede en Rebelión en las ondas: el personaje encarnado por Christian Slater en una de sus mejores composiciones, Mark Hunter, es una especie de rebelde en la sombra —las ondas radiofónicas del título español, ya que el inglés hace referencia, evidentemente, al famoso tema musical del grupo M|A|R|R|S—, que grita su desesperación interna a través de la radio, una de esas tan de moda en aquellos años, de las llamadas “no oficiales” y de las que, afortunadamente, aún sigue habiendo, escondiéndose de la legalidad que todo lo complica, sobre todo la libertad de expresión. En el sótano de la casa de sus padres, cómo no, Hunter exterioriza sus demonios, todo lo que no es capaz de decir en persona, ya que su otro yo, el real, es un chico aplicado y sobre todo tímido. Su rebeldía contra el sistema establecido —en este caso traducido en todo lo que ocurre en la escuela a la que va el protagonista, en la que se sospecha hay favores a los alumnos más prometedores en detrimento de los más necesitados por algún tipo de problema social, demostrando un repugnante clasismo, uno de las más peligrosas taras del ser humano desde que existe esa cosa llamada sociedad.

Alrededor del tema ‘Everybody Knows’ del insigne Leonard Cohen, que suena varias veces en la película, Hunter —curioso apellido, por cierto— edifica todo un discurso, muy típico de los jóvenes adolescentes de cualquier época, teniendo en cuenta por supuesto la situación social del país, basado en un inconformismo juvenil con prácticamente todo lo que hay alrededor, cuestionando sin piedad cualquier tipo de autoridad, entrando en el espinoso terreno de ser malinterpretado, peligro que corre cualquier tipo de orador con seguidores en cualquier época. Así su discurso, dentro de unos claros límites, antisistema, es tergiversado varias veces en el film por alguno de los oyentes de su programa. Gamberradas de todo tipo de la escuela, actos vandálicos y un suicidio, siguiendo la tónica en el cine coetáneo de aquellos años —recordemos la importancia que se la da al suicidio adolescente en una película tan popular como fue El club de los poetas muertos (Dead Poets Society, Peter Weir, 1989)—, poniendo sobre la mesa otro espinoso tema, el de la responsabilidad que uno tiene sobre lo que dice en un medio, o visto desde otra perspectiva, justificar acciones mediante un discurso ajeno. En poco más de hora y media Moyle pasa por todos esos temas sin necesidad de crear una tesis sobre ellos, sino con la única intención de hacer pensar al espectador, sobre todo al joven, de hacerle reflexionar sin perder el norte. La línea entre la rebeldía bien entendida y la delincuencia es bien fina, sobre todo para quien juzga libremente. O no, puede que la película sea vista por los típicos adolescentes descerebrados y sin cultura —el que habita el siglo XXI— y no entiendan absolutamente nada de la película, quedándose en la superficie y “liarla parda” allá por donde van. Ergo, la intención de hacer pensar al espectador es aquí, y por ende en la mayoría de las ocasiones, un arma de doble filo teniendo en cuenta que la mayor parte del público sufre de vagancia y lo quiere todo masticado.

 

 

Moyle tira de clichés y tópicos sin disimulo alguno, sobre ellos nos toca escarbar, hay material suficiente para hacerlo y es mejor hacerlo desde lo conocido. Esto puede ser visto como un defecto en la cinta, sin embargo el director es lo suficientemente inteligente como para arrastrarnos sin remedio hacia el discurso de Hunter. Un ritmo endiablado gracias al montaje de Larry Bock —atención, el montador de Rambo (Rambo: First Blood Part II, George Pan Cosmatos, 1985)— y Janice Hampton, que no descuidan lo más mínimo la transición de secuencias; pero sobre todo gracias al carisma de un Christian Slater absolutamente arrebatador cuando está metido en su piel de locutor de radio pirata. Todo un showman que contrasta a la perfección con su imagen pública, en las antípodas de su alter ego radiofónico. Cabe citar la anécdota de que el actor se puso seriamente enfermo debido a la cantidad de cigarrillos que tuvo que fumar en muchas de las secuencias. A su lado, la debutante Samantha Mathis, una de la actrices más prometedoras en la década de los noventa para luego perderse prácticamente en el olvido. En ella recae el personaje de una estudiante atraída por la voz de Hunter, siendo la única que descubre la identidad del joven héroe —algo por cierto, muy fácil de conseguir, y que sorprende que otros no lo hayan hecho antes que ella— del que evidentemente se enamorará y también ayudará en su última, y decisiva, aventura radiofónica antes de ser apresado por las autoridades, tal y como mandan los cánones de toda historia anti-sistema.

Rebelión en las ondas, con sus virtudes y defectos, demuestra una verdad irrefutable: el sistema siempre gana. Pero al igual que los alumnos despidiéndose de su profesor preferido gritando “oh, capitán, mi capitán” un año antes, el film se aventura a dejar un legado parecido: “hablad duro”. El encadenado final de voces radiofónicas por todos lados muestra que el mensaje ha calado, que no ha muerto ni morirá. Hasta que aparecieron los Youtubers  y todo se fue a la mierda.

 

TRAILER – Rebelión en las ondas (Pump Up the Volume, Allan Moyle, 1990):

 

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Diseñador gráfico y crítico de cine, trabajó durante más de doce años en la web de critica Espinof, y tres en la revista Imágenes de actualidad. Escritor, colaboró en "Cine XXI: directores y direcciones" (Ed. Cátedra, 2013), y en breve publica "El amor en 100 películas" (Ed. Arkadín, 2019). Invitado/colaborador en diversos programas radiofónicos especializados en cine (Onda Cero y Cope Catalunya, entre otras), también escribe como invitado en diversas webs. Se estrenó como actor en 70 binladens (Íd., Koldo Serra, 2018).

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