Le Mans ’66 (Ford v Ferrari): oda al autoengaño
Al terminar Ford v Ferrari (Le Mans ‘66) me invade la sensación de que puedo haber estado delante de la madre de todas las metáforas. O de la madre de todas las paradojas. No consigo dejar de pensar que el enfrentamiento entre la compañía Ford, un monstruo industrial sin pasión alguna que hace coches sólo para ganar mucha pasta y la Ferrari artesanal, que hace coches por la pura pasión de hacerlos, podría ser una forma de reflexionar de manera indirecta acerca de un Hollywood industrial sin pasión alguna, que hace películas sólo para ganar mucha pasta frente a un Hollywood artesanal que hace películas por la pura pasión de hacerlas. Ford v Ferrari (Le Mans ’66) pretende ser una oda a la pasión de los dos protagonistas, los pilotos y mecánicos de carácter indómito Carroll Shelby y Ken Miles, por encima de la rutina industrial que personifican Henry Ford II y sus mediocres secuaces trajeados, que viven atrapados en sus egos y sus informes de ventas. Sin embargo, es curioso que el vehículo para armar este elogio a la pura pasión por un propósito más grande que el dinero, sea una película tan poco apasionada, tan poco rompedora y tan pensada para satisfacer a una masa consumidora de junk food audiovisual. Una película que es muy Ford y muy poco Ferrari (o muy poco Shelby, o muy poco Miles).
Me gustaría pensar que Le Mans ’66 (Ford v Ferrari) esconde entre líneas un grito ahogado de socorro por parte de su director James Mangold y de los guionistas Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y Jason Keller. Un grupo de personas con talento (no dudo que lo tengan) atrapados en una industria del cine dirigida por ejecutivos que sólo piensan en la cuenta de resultados y se entrometen en las decisiones creativas a base de informes de marketing. Si hubiese una sola pizca de esa intención, qué loable sería, sobre todo por la paradoja que acabaría haciendo de la película una tremenda gamberrada meta narrativa. Me refiero a lo rompedor que hubiera sido que su mediocridad fuese en realidad la forma elegida por los autores para criticar precisamente ese cine tan insulso. Pero claro, será que no. Tengo la sensación de que director y guionistas no son otra cosa que artesanos obedientes que participan alegremente en la cadena de montaje del Hollywood más poco inspirado, y que por eso sirven sin rechistar una película más plana que un Gran Premio de Fórmula 1. No hay grandes sobresaltos, ni sorpresas excesivas más allá de la realidad que retratan, ni tampoco nada que busque ser especialmente sorprendente o rompedor desde lo narrativo o lo visual. Ni tan siquiera la supuesta gran estrella de la película – el coche y sus carreras- resultan especialmente sorprendentes, por correctamente rodado que esté todo.
Si quisiera vivir una vida de rutina y calma el resto de mis días, quisiera que fuese tan poco sorprendente y emocionante como Le Mans ‘66 (Ford v Ferrari). Un producto más de la industria del cine más industrialmente aburrido, en este caso pensado para ávidos lectores de revistas del motor que tienen como sueño húmedo superar el límite de velocidad siempre que puedan. Eso sí, hay que decir que Matt Damon y Christian Bale están a la altura de lo que se espera siempre de sus respectivos talentos: agradable el primero, vibrante el segundo. Solamente la expresión de paz interior del piloto interpretado por Bale en el momento en que se sabe ganador de la carrera, vale por toda la película. Y la interpretación de Tracy Letts como Henry Ford II da para un muy merecido Oscar al mejor actor secundario. Y poco más que decir, excepto que… supongo que lo peor de todo es que tanto los productores (entre quienes está Michael Mann, un tío apasionado cuando dirige) como guionistas y director creen que lo que han hecho es precisamente lo que pretendían, esa oda a la pasión a la que aludía al principio, una pasión que ellos deben creer que saben transmitir con su cine. Pues no.
Al final de la película, Enzo Ferrari, al ver la gesta de Carroll Shelby y Ken Miles, exclama entre dientes: “bellezza”. Sin embargo, la película está lejos de ese ideal, porque todo en ella se orina sobre la tumba de los intrépidos protagonistas a los que retrata. Y por muy altas que sean sus pretensiones épicas, lo que han hecho sus creadores termina siendo –al menos para mí- una oda al autoengaño.
TRAILER – Le Mans ’66 (Ford v Ferrari, James Mangold, 2019):