La ciudad de las estrellas (La La Land)

La La Land: Nostalgia de los días no vividos

 

“Life is a comedy written by a sadistic comedy writer.”

Café Society (Íd., Woody Allen, 2016)

 

Conocer a alguien cuando menos lo buscas, o lo esperas. Enamorarse perdidamente. Que te corresponda. Disfrutar juntos del mayor tiempo posible. Apoyarse el uno al otro, hacer planes… y ver cómo tus sueños se hacen realidad. Los tuyos, pero también los de él/ella.

El sueño americano: Superarse. Avanzar. Ser feliz. No temer el soñar. Y creer en uno mismo, siempre. Arrepentirse, nunca.

¿Nunca?

El famoso “¿Y si…?” acaba apareciendo.

 

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Pura emoción. Eso es La ciudad de las estrellas (La La Land).

 

El perfecto engranaje conseguido por Damien Chazelle

 

Cuando horas después de ver un film recuerdas alguna escena o canción, incluso fotograma o sonido, y te sigues alterando hasta el punto de que se te saltan las lágrimas, puedes asegurar que has sido partícipe de un gran acontecimiento. Y La ciudad de las estrellas (La La Land) lo es.


Aunque La ciudad de las estrellas (La La Land) no explica nada nuevo (sin ir más lejos, pocos meses atrás disfrutábamos de una Café Society de argumento más que similar), ni tiene un guión fuera de lo común, ni unas composiciones que se graben a fuego en la mente del espectador (a excepción de ‘City of Stars’), ni es muy diferente, sobre todo en su parte incial, a la composición de otros musicales a los que homenajea (a priori la comparativa Fred Astaire/Ginger Rogers es la más facilona de todas), y mucho menos es el salvador de la recuperación del género porque en los últimos años no han sido pocos los intentos… el film de Chazelle es único.


Porque no es un homenaje a los musicales de los años 40 y 50, ni quiere transmitir su inocencia.

Porque no es un ejercicio para subir la moral y contagiar la alegría de estar enamorado.

Porque no es un film para animarte a perseguir aquello que más deseas.

 

La ciudad de las estrellas (La La Land) es una bofetada a todo eso, con una progresión que obliga al espectador a descender a los infiernos que supone la toma de decisiones, el subyugarse a las prioridades sociales. Y lo hace sin perder ni un ápice de estilo. Por eso, quien salga con ganas de bailar, de cantar y de superarse a sí mismo… quizá debe volver a revisar la propuesta de Chazelle.

El director encuentra la fórmula del éxito: llegar al espectador, poco a poco, sin prisa, llevándonos desde el cine más ingenuo del que parte su “homenaje” hasta una conclusión técnica, argumental y moralmente excepcional, desde tres flancos tan bien diferenciados (incluso durante el avance del film) que, en cualquier otro caso, posiblemente no acabasen de funcionar. Y es que Chazelle trabaja y conjuga tres niveles de nostalgia que, entrelazados, potencian argumento, puesta en escena y recursos utilizados, con una pareja de protagonistas que ensalzan cualquier escena que comparten.

 

Nostalgia de un tipo de cine: ¿cualquier tiempo pasado fue mejor?

 

Muchos son los musicales ya en este siglo XXI, pero La ciudad de las estrellas (La La Land) es el primero que consigue llegar a muchos tipos de espectador. Por su sencillez, por la naturalidad de unos protagonistas con los que es sencillo empatizar, y porque nos recuerda una época de ilusión, inocencia y despreocupación en la que tenemos ganas de sumergirnos, aunque sea durante dos horas. De hecho, el propio director habla que quería como protagonistas a Ryan Gosling y Emma Stone porque nos trasladan a recordar esos grandes musicales de la pareja Fred Astaire y Ginger Rogers. Y sí, nos traslada… pero no para revivir las emociones de unos films creados con plantilla para no pensar en la miseria de la postguerra.


Los espectaculares escenarios de las producciones de antaño se sustituyen aquí por una puesta en escena atemporal, que sólo nos devuelve a nuestro propio tiempo cuando aparece un móvil o una música ochentera (enorme el pasaje de ‘Take on me’), con la que algunos empatizamos incluso más que con la reproducción de la mítica escena de Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, Stanley Donen, Gene Kelly, 1952). La decisión es importante, ya que tiene que ver con la estrategia de todo el film: no se quiere homenajear/recordar un tiempo mejor (ni en cuanto a industria cinematográfica, ni en cuanto a situación económica y social). No se quiere que nos olvidemos de nuestros problemas. Lo que se plantea, en realidad, es mostrar que ya no vivimos en un mundo en el que los cuentos de hadas pueden ser plausibles. Y es por eso, precisamente, que La La Land nos dice, literalmente, que no.


Que no podemos pensar que podemos aferrarnos aún a aquellas historias de enredos amorosos que siempre acaban bien. El engaño construido para una sociedad patriarcal, pautado al milímetro para mantenerla ocupada y sin ganas de rebelión… Somos más maduros, somos más realistas. Más complejos. Y desconfiados.
No, La ciudad de las estrellas (La La Land) no retoma el musical porque sí. Lo retoma para indicarnos que estamos en otro mundo, en otro tiempo… y el contraste entre el naïf inicio y el desesperanzador cierre potencia la moraleja final. Y es que Chazelle nos invita a despertar, a considerar seriamente que la ilusión de los años dorados (del musical y, por ende, de una sociedad menos exigente)… no es recuperable. Pero sí analizable.

 

Emma Stone and Ryan Gosling in "La La Land"

 

Nostalgia de una ilusión: luz, color, montaje… y mucho jazz

 

Chazelle nos descoloca con los primeros minutos del film (no exclusivamente con la escena pre-créditos, también durante toda la presentación de Mia/Emma Stone)… y nunca hemos estado tan contentos de que se nos engañe.

Y es que La ciudad de las estrellas (La La Land) comienza con una coreografía de una escala poco vista, llena de “buen rollismo” de ese que no viene a cuento, que te saca una sonrisa de incredulidad más que de aprobación. Porque, siendo sinceros: ¿es tan espectacular como se pretende esta entrada al film? No, no lo es. Puede tildarse de bastante estúpida… hasta que llegamos al final del visionado.

Pasaremos, paulatinamente, de los travellings imposibles y planos abiertos; de un montaje al ritmo de cada nota de las partituras, apabullante en su intensidad y ritmo; de los colores estridentes de los vestidos de Mia y sus amigas; de la iluminación forzada y de las canciones de esperanza (“encontrarás a tu media naranja entre la multitud”) amenizadas con discretas coreografías que cualquiera de nosotros podría aprender… a la sobriedad de una tonalidad mucho más realista; a unas expresiones faciales con un sentimiento alejado de las graciosas y torpes “caretas” iniciales de la pareja protagonista; a planos cerrados, al plano/contraplano; a una canción como ‘Audition (The Fools Who Dream)’ en la que Mia/Stone despliega su torrente de voz real… Chazelle nos atrae con su luz, con su inocencia, con su música alegre… y nos atrapa, poco a poco, en una tela de araña de la que no podremos escapar. Incluso la escena final es devastadora: introducir de nuevo la alegría inicial, los bailes en volandas, las sonrisas de quita y pon (eso sí, con decorados pintados, en los que Chazelle se permite llevar su “burla” al extremo… una vida en pareja, sin renunciar a nada, ya no es posible), en medio del dolor ambientado bajo las tenues luces de un local de jazz tradicional, mostrado sin prisa, con un primer plano de Sebastian/Gosling tocando el piano, incluso exclusivamente de sus manos y poco más.

 

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Es entonces cuando miramos atrás. Volvemos a la escena de ‘Another Day of Sun’. Revisamos las decisiones técnicas, de guión y de dirección de actores… y nos damos cuenta de la obra maestra que es La ciudad de las estrellas (La La Land).

 

Nostalgia de una vida no vivida: la paulatina transformación del género cinematográfico. La necesidad de parar, y escuchar nuestro corazón.

 

La ciudad de las estrellas (La La Land) no es un musical, o al menos no sólo eso. Tampoco es una comedia romántica, ni un drama. Lo es todo, avanzando en su transformación a la vez que avanzamos por las estaciones del año, tal y como plantea el film.

El cómo lo hace Chazelle ya lo hemos expuesto. En este último punto nos es quizá más necesario ahondar en la narración, en el por qué es necesaria, precisamente, La ciudad de las estrellas (La La Land).

“Todos buscamos amor”, dice Mia. Pero también buscamos el éxito personal. El tema es… ¿el éxito personal está reñido con compartirlo con tu pareja?

 

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Chazelle nos habla de la frustración, de la necesidad de madurar y tomar decisiones. De la gestión de posibilidades. Pero también habla del orgullo, de la impaciencia, y, sobre todo, del sacrificio.

El sueño americano con el que abríamos el texto no siempre se cumple. Y no lo hace porque somos demasiado egoístas. No sabemos esperar. Vivimos en un mundo acelerado, en el que un móvil rompe la magia de un precioso encuentro. Es la diferencia de nuestra sociedad con la de aquélla que consumía los musicales de Astaire, y Kelly: no nos paramos en los detalles, hacemos demasiado caso a las imposiciones sociales. Algunos luchan para conseguir lo que quieren… pero no se dan cuenta de que siguen influenciados por un mismo sueño patrón: destacar, tener éxito, ganar dinero.


Es por esto que la escena final es única: sin la precipitación autoimpuesta de ella que la ha abocado a la impostura, sin la quietud estancada en los recuerdos del pasado de él, se podría haber llegado a un punto en el que los dos habrían conseguido ser, verdaderamente, felices. Así que Chazelle parece sermonearnos, y nos dice que obviemos las recetas fáciles que encontramos en los libros de autoayuda más típicos (la traslación visual de ‘Another Day of Sun’). Que no nos conformemos con hacer lo que los demás quieren (‘Star a Fire’, o cómo vender tu alma sin darte cuenta). Que pensemos detenidamente, y compartiendo en verdad nuestros sueños más íntimos con el otro, en lo que más nos gustaría hacer (‘City of Stars’). Porque, aunque en medio nuestra vida sea una montaña rusa (‘Epilogue’)… al fin y al cabo esa es la mejor forma de saber que estamos vivos.


Sin más… qué mejor cierre a esta sección, y al texto en general, que reproduciendo parte de la letra de Los días no vividos.

 

Recuerdos falsos, logré proyectar / y en mis paréntesis, de un tiempo oasis.
 El mundo para y nadie puede juzgar. / ¿A quién le gusta ser un blanco fácil?
 No recuerdo, una anti-historia mejor / de contenido incierto.

(Love of Lesbian, álbum La noche eterna; Warner Music, 2012)

 

Aquellos que salgan bailando de La ciudad de las estrellas (La La Land)… por favor, que sea porque se han dado cuenta de que sí han sabido tomar bien sus decisiones. No porque les han gustado las canciones.

 

TRAILER: La ciudad de las estrellas (La La Land, Damien Chazelle, 2016):

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Apasionada del cine y en especial del subgénero de viajes en el tiempo, estudia un Máster en crítica cinematográfica (2008-2009) y se convierte en redactora en El Espectador Imaginario hasta 2011, año en el que cofunda Cine Divergente. Redactora en Miradas de cine desde 2013 y cocoordinadora de su sección de Actualidad desde 2016, además de ser miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y Escritura Cinematográfica) desde 2014 (y de su Junta de 2015 a 2019), en los últimos años ha publicado críticas y ensayos cinematográficos, cubierto festivales, participado en programas radiofónicos especializados y colaborado en los libros 'Steampunk Cinema' (Ed. Tyrannosaurus Books, 2013), 'Miradas: 2002-2019' (Ed. Macnulti, 2019), 'El amor en 100 películas' (Ed. Arkadin, pdte. publicación) y 'David Fincher: autoría líquida' (Ed. MacNulti, pdte. publicación). Ahora, y tras cursar un Máster en Gestión Cultural (2016-2018, UOC)- y un Máster en Filosofía (2020-2022) para obtener una visión completamente holística y complementaria también a sus estudios de Ingeniería, amplía sus textos críticos más allá del cine, entrando también en la ficción, y quiere demostrar que "la" realidad no existe y es producto de nuestra imaginación.