Perder la luz mental: “Bueno, no recuerdes. Es mejor así”
Tres hermanos, que con los años se han ido distanciando, deben volver a reunirse: su madre ha desaparecido de la casa de la costa oeste de Turquía. Se inicia así una Odisea entre ellos que acaba, cómo no, abriendo la caja de Pandora….
Porque se descubrirán a sí mismos, y la posición que ocupan en la familia. Porque serán conscientes de que es necesario perdonarse los errores del pasado, y continuar juntos.
Porque su propia madre arrojará la luz que han perdido en sus ocupadas vidas… cuando ella misma la está perdiendo. Porque su madre sufre un avanzado Alzheimer. Y olvida rápidamente los sucesos recientes… pero recuerda perfectamente un pasado al que sus descendientes no quieren volver a enfrentarse.
Sencilla en su presentación pero más que compleja en su contenido. Narrada de forma lenta, con un total uso de encuadres estáticos, La caja de Pandora (Pandora’nin kutusu) consigue transmitir una fuerza arrolladora gracias a tres factores: el primero, el gran acierto de centrarse en los personajes y las emociones que sienten. En realidad, no nos hace falta saber el detalle de cómo vivieron la infancia en las montañas, qué pasó con el padre, cómo de autoritaria era la madre… todo eso pasó. Hay que vivir el presente, y volcarse en el futuro. Y este sentimiento está muy bien representado (e interpretado) por los cinco protagonistas: la hermana mayor, controladora y autoritaria, necesita estar continuamente rodeada de los suyos para ser feliz; la mediana, llena de inseguridades y con total dependencia en sus relaciones; el pequeño, un colgado al que ya se le ha pasado la edad de ser okupa. En contraposición, encontramos a Murat, el nieto, harto de vivir en el seno de su familia y que lo único que anhela es ser libre. Y, cómo no, a la abuela, que con su mirada perdida y su falta de recuerdos les enternece, pero también les hace darse cuenta de cómo son.
En realidad, podemos pensar que los personajes principales de La caja de Pandora, la abuela y el nieto, son uno solo, indivisible. Para el correcto fluir de la historia. Porque sienten lo mismo, porque buscan lo mismo: ser libres en un mundo que ya nos les entiende, o que ellos mismos no comprenden.
La madre, la abuela, se aferra a su pasado (“¿Dónde está mi montaña?”, se queja en la gran ciudad. Pero no porque no sepa dónde está, sino porque está buscando lo único que sabe con certeza: quiere morir en su montaña, en lo que ha sido su vida). El otro, se aferra a su presente. Y, entre los dos… grandiosa la escena en la que, estando ellos sentados en un banco, la abuela confiesa que se olvida de las cosas y él, enternecido con ella pero quizá también pensando en sí mismo, le contesta “Bueno, no recuerdes. Es mejor así“.
El segundo factor, el uso del entorno como complemento de la historia. Paisajes que se muestran durante largos segundos, y que son el reflejo de los sentimientos de cada uno de ellos: el puerto, la libertad; las montañas, el pasado, la muerte; la ciudad, el caos presente en todos ellos…
Y, por último, el innegable acierto, Tsilla Chelson: su interpretación nos enternece, nos hace pensar en nuestra propia familia, en nuestros propios secretos y errores. Consigue convencernos que el Alzheimer es una enfermedad irremediable pero mágica. Detrás de su mirada vacía intuimos toda una vida de sufrimiento que, gracias a Dios, ahora no recuerda. Y, en sus momentos de lucidez, vemos a una enérgica mujer capaz de recriminar, pero también de aconsejar que no sigan sus pasos.
TRAILER – La caja de Pandora (Pandora’nin kutusu, Yesim Ustaoglu, 2008):
Este texto, ahora revisado y actualizado, fue publicado originalmente en la revista on-line El espectador Imaginario.