Dunkerque: de los sombreros de copa a los cascos de soldado. Los trucos de Christopher Nolan
“(Robert Angier) Which hat is mine?
(Nikola Tesla) They are all your hat, Mr. Angier.”
El truco final (The Prestige, Christopher Nolan, 2006)
Un plano de los que ayudan a aumentar la epicidad de esta masterpiece que ya es Dunkerque (Dunkirk) revela uno de los mejores secretos de Christopher Nolan: nunca, nada, es lo que parece. Y si lo es… que al menos no se dé cuenta el espectador.
El plano en cuestión aparece ya casi al final del film: la cámara sobrevuela una playa llena de cascos de soldado, tirados en la arena. Abandonados. Iguales.
Lógicamente, lo que espera Nolan es evocar, y generar, un sentimiento que mezcla pena y angustia, anónima vinculación con unas personas con las que no coincidiremos nunca ni en espacio ni en tiempo, y nostalgia de lo no vivido, del coraje humano, de la valentía de un pueblo que lejos, parece, estamos de volver a vivir.
Muchos hombres murieron en la playa de Dunkerque. Muchos hombres iguales, iguales a nosotros: hombres con familia, hombres comprometidos, hombres luchadores. El plano, combinado con el de ese avión que parece nunca va a tocar tierra (símbolo también de la incertidumbre de un pueblo, del por qué de una guerra, del sacrifico colectivo), y también con el de esos héroes, pocos afortunados, que salvan su vida y descansan en el tren que les llevará a su hogar… es tan efectista como efectivo. Porque tras casi dos horas de tensión, la (curiosamente) optimista calma final y ensalzamiento tanto de los soldados vivos como de los que perdieron la vida en las playas, y de los anónimos ciudadanos que les rescatan, sólo puede venir enmarcada con frases, e imágenes, de puro triunfo. Aun en la derrota.
Pero esa imagen nos conecta con otra: la de los sombreros de copa de El truco final. Esos sombreros que se acumulan en el patio de la casa de un Tesla que no consigue hacer funcionar la máquina.
El truco final
La máquina no hace desaparecer el sombrero…. La máquina lo copia, metros más allá. Mejor dicho: lo clona. Porque el sombrero… sigue siendo el mismo.
Y el mago lo sabe.
Y es aquí donde encontramos la gran decepción del film de Nolan. Una decepción que, no obstante, convierte en obra maestra a su Dunkerque (Dunkirk).
Cuando se anunció que Nolan iba a adaptar uno de los pasajes de la II Guerra Mundial más destacados de la Historia, muchos fuimos los que pensamos que se trataba de demostrar que sí sabe filmar acción. Nada más lejos de la realidad: Dunkerque (Dunkirk) se aleja de tener que mostrar ninguna escena cuerpo a cuerpo (también es lógico, dada la situación de encierro de sus protagonistas), centrando su foco en diferenciar la tensión sufrida tanto en tierra, mar, y aire.
Tres escenarios, tres actos. Y un gran truco final.
Solo que los actos se entremezclan, y el truco es volver a una estructura ya validada y aprobada por el espectador: tres escenarios, tres niveles… y distinta aproximación temporal.
En tierra, Nolan nos muestra los acontecimientos a una semana vista del rescate. En mar, a un día. En aire, a una hora. El montaje los combina, obligando al espectador a mantenerse consciente del lapso temporal que separa cada acontecimiento, pero también mostrándole que la tensión podía ser exactamente la misma. De esta forma nos permite sentir el bombardeo por aire, el naufragio por mar y las desesperantes colas de espera en tierra que obligan a agudizar el ingenio de los que quieren salir de allí sí o sí.
Así que, por un lado, la cámara en el interior de los aviones, primerísimos planos como no puede ser de otra forma, muestra la calma del que debe mantenerla, y también cómo conseguirlo gracias a la perspectiva aérea que la guerra les otorga. Los planos aéreos, que tanto recuerdan a los del espacio de Interestelar (Interstellar, 2014) por la posición de la cámara en el lateral metálico, sirven tanto de punto de fuga para el compungido espectador como de visión global de lo que significa estar, y llegar, a la batalla.
Por otro, la playa: mucho traveling lento, agonizante. Como están viviendo la situación los allá atrapados. Y en alta mar, planos medios. Como la visión parcial de unos protagonistas conocedores de su deber pero sin idea de su devenir.
Dunkerque (Dunkirk), una historia real, dramatizada (algunas sentencias son tan categóricamente épicas como irremediablemente increíbles en boca de esos hombres), que no aporta a Nolan el lucimiento intelectual al que nos tiene acostumbrados con sus guiones, pero sí le permite no abandonar las preciadas capas de cebolla de sus films.
Aquí, en la superficie tenemos un cuento de héroes ensalzados al uso, pero en su interior encontramos la necesidad humana de sobrevivir (aunque sea pasando por encima de nuestros compañeros), frente a la importancia de educar con fuertes valores a nuestros hijos, al actuar siempre siguiendo nuestros ideales para que consigamos “contagiar” a los que dudan, y a la convicción de que todos podemos ser buenas personas y hacer algo por los demás.
Un pueblo unido nunca podrá ser derrotado.
Volvamos al truco: si no va a lucirse con una compleja historia, lo va a hacer con el minimalismo de su guión. Acertada decisión: el guionista y director se centra en mantener la coherencia en sus imágenes, la diferenciación de estilos en cada entorno, y la explotación de recursos técnicos en los momentos de mayor tensión (esa cámara volteada que nos muestra el agua avanzar en vertical). El montaje, como siempre, aporta otro elemento crucial: ya no únicamente permite seguir, literalmente a destiempo, las tres historias y niveles, sino que consigue la asimilación de tensión antes mencionada para igualar a sus protagonistas (recordemos, si no, el cambio de plano de los soldados ahogándose dentro el barco pasando al del piloto aéreo que acaba de caer al mar): no hay ni rescatadores ni rescatados, ni mejores ni peores. Todos sufren igual, todos tienen las mismas oportunidades.
Pero las imágenes, más si siguen un mismo patrón (y por mucho que consigan adentrarnos literalmente en el sufrimiento que es una guerra en primera persona), no aguantan per se un film, y menos bélico, si no hay una complejidad argumental añadida, o al menos una potente idea de base, que no es el caso (como podríamos encontrar en La delgada línea roja – The Thin Red Line, Terrence Malick, 1998 -, por ejemplo, o, llevándolo al extremo estético, en The Neon Demon – Íd., Nicolas Winding Refn, 2016). Así que el mago de Nolan vuelve a su chistera, y hace lo que mejor sabe: sin admitir sus limitaciones, volverá a pedir la ayuda del mejor. Y el mejor, y Dunkerque (Dunkirk) lo deja completamente claro, es Hans Zimmer.
Desde que aparecen los soldados por primera vez (en un encuadre tan bello y tan significativo que roza el onirismo, con esos terribles panfletos cayendo del cielo lentamente, como copos de nieve alrededor de los perdidos y jóvenes soldados) hasta el silencio que marca el plano final (muy a lo Origen – Inception, 2010 -, también), la banda sonora (y los efectos de sonido) marcan el ritmo de todo el film. Zimmer es el que aporta la verdadera complejidad al histórico rescate, porque nos mueve entre botes salvavidas, barcas de recreo y aviones como si estuviésemos, todos nosotros, en pleno campo de batalla con los ojos cerrados. La estridencia soterrada de alguno de los pasajes obliga a no bajar la guardia en ningún momento y, lejos de componer épicas y melosas melodías, Zimmer se centra en explotar una idea base que puede ser, simplemente, el tic tac, casi inaudible, de un reloj. ‘The Mole’ es el claro ejemplo del estilo que este músico confiere a su obra: misteriosa pero agradable, retorcida por sus múltiples y conjugados sonidos, pero harmoniosa. Y bella.
Si Dunkerque (Dunkirk) no llega a aburrir, es precisamente, y sin discusión, gracias a Zimmer.
Recapitulemos: autocomplacientes autoreseñas (formales y narrativas), como las de El truco final o Interestelar; omisiones conscientes para evitar críticas (posibles escenas de lucha en el campo de batalla… ¿o nadie recuerda lo mal rodada que estaba la coreografía de la batalla frente a la Bolsa de Gotham entre Bane y Batman en El caballero oscuro: La leyenda renace – The Dark Knight Rises, 2012 – ?); y una fe ciega en su compositor fetiche, que consigue que la tensión durante todo el film y desde buen inicio sea equiparable a la ya conseguida por Nolan en ese clímax final de veinte minutos que disfrutábamos en Origen… ¿Nos encontramos ante una obra maestra por sí misma, o al excelente resultado de haber sabido obviar lo que no se le da bien y rodearse de lo que sabe sí le funciona?
Una copia de una copia de una copia, que guarda todo el alma de la original porque sabe destilar lo mejor y más importante.
Quizá con Dunkerque (Dunkirk) Nolan no esté innovando nada respecto a su filmografía. Quizá, sencillamente, está perfeccionando su savoir faire. Pero dado que el punto de partida ya era excelente…
TRAILER – Dunkerque (Dunkirk, Christopher Nolan, 2017):
Espectacular crítica a la altura de la película…y sí, el punto de partida de Nolan es excelente, pero también el de llegada.