Blade Runner 2049: Observa. Conecta. Siente.
**contiene spoilers**
“Interlinked.”
Blade Runner 2049 (Íd., Denis Villeneuve, 2017)
Androides programados para obedecer a su “amo”, sin pestañear, aunque éste les indique que se autolesionen.
El ser humano sigue teniendo miedo a sus creaciones.
Androides que razonan, que toman decisiones, que cumplen como ningún otro sus responsabilidades. Incluso que saben cómo manejar a sus jefes, saltándose órdenes que no se han formulado de forma directa.
El ser humano pierde el control, pierde su supremacía.
Androides a los que se puede engañar, porque no son perfectos. Androides que han nacido, que acumulan recuerdos… y viven tan solitarios como la otra especie con la que conviven.
El ser humano no es capaz de distinguir, sin ayuda, a otros miembros de su misma especie.
Androides que pueden emocionarse, enamorarse… que pueden reflexionar, y sacrificarse no por cumplir una orden, sino por salvar a un pueblo.
El ser humano… ya no es el único humano.
Esto es Blade Runner, pero no lo es.
Observa.
El primer plano de Blade Runner 2049 es el de un ojo que se abre lentamente. Un ojo azul, de pestañas rubias, que pertenece a una persona tan blanca como la nieve. Un ojo nítido, extraño… una imagen que confunde, más al asociarla con nuestro último recuerdo de ese mundo presentado hace treinta y cinco años…
¿En verdad confunde?
No tanto.
“I’ve seen things you people wouldn’t believe…”
Treinta años atrás, Roy se desactivaba (moría, en definitiva) tras haberse atrevido a ver cosas que no le eran permitidas. Ese Roy, ahora eterno, angelical, predecesor de los nuevos modelos (capados en sus acciones por sumisión al hombre), invita al espectador (¿por qué no?) a ver a través de sus “mortales” ojos, de su ojo, el radical cambio que la ciudad de los Blade Runner ha experimentado.
Una ciudad, un mundo, listo para la humana y silenciosa revolución de los androides. La que él no pudo conseguir.
La apuesta del director para esta Blade Runner 2049 es toda una declaración de intenciones desde su segundo plano: sobrevolamos un paisaje blanco, cegador. No hay llamaradas, no hay suciedad, ni oscuridad. El mundo es el mismo, pero ha evolucionado. Y no gracias a la sociedad humana, sino más bien a la respetuosa convivencia de los que son tratados como inferiores…
El mundo parece más civilizado… pero no tranquilizador. Composiciones simétricas nunca lo son.
El mundo que crea Villeneuve se antoja encorsetado en su propio miedo. Y es que el equilibrio de sus imágenes provoca la inconsciente necesidad de constatar que todo se va a romper en pedazos de un momento a otro. La simetría se convierte en amenaza encubierta, y la fotografía…
Lo antiguo, lo sagrado, lo nostálgico, tomará colores tierra (la torre Wallace/Tyrell; el desierto de las Vegas en la que encontraremos a viejos conocidos…); el apartamento de K centrará nuestra atención en una exquisita, familiar e iluminada sala de estar en la que comparte la vida con su platónico amor, y que compite con el lúgubre cuchitril en el que Deckard se escondía; el blanco impoluto de los cuarteles de policía, de la sala de interrogatorios post-misiones, se nos antoja el impasse entre una época y otra, el cambio que sólo el trabajo de los Blade Runners ha sido capaz de proporcionar… En definitiva, el sucio, oscuro mundo que Scott creó como representación de un tétrico futuro a escala global (todo es malo para todos) se ilumina ahora por partes, por zonas, por memoria y por alarma de lo que ya no es un futuro distópico imaginado hace décadas, sino que se ha convertido en demasiado cercano y posible. No obstante, Villeneuve, paradójicamente para el espectador, accede a presentar un mundo esperanzador…
Un mundo que acaba cubierto por la hermosa, blanca nieve, que todo lo purifica.
Y ese ojo azul de pestañas rubias es testigo de la reflexiva evolución de su propia especie. Una evolución de la que él ha sido, de alguna forma, partícipe.
Roy descansa, satisfecho… esperando que su revolución avance.
Conecta.
La nueva Blade Runner ya no elucubra, sino que constata.
Constata continuidad.
Villeneuve, consciente del legado, da al incondicional fan lo que va buscando a la sala de proyección (aunque éste no se dé cuenta). Y no puede ser de otra forma: nuestros miedos se mantienen, y se han visto incrementados….
Miedo a las máquinas y a que nos quiten de en medio. Miedo a morir. Miedo a estar solos. Miedo a no ser comprendidos.
Pero además, ya hay que sumar el miedo a no saber relacionarse, en un mundo tan acelerado y computarizado como es el nuestro. Incluso, también, el miedo a no encontrar en los demás, de carne y hueso, lo que se busca para ser feliz.
Así que Blade Runner 2049 adquiere una estructura de personajes muy similar a su original, pero curiosamente llevados a un extremo emocional contrario: K, sumiso y bondadoso, reflexivo cuando no debe ejecutar su trabajo, vs. Roy (sí, no vs. Deckard…), el siempre impulsivo Nexus cuyos instintos provocan tanto la frustrada revolución como los acontecimientos de esta nueva etapa, reverso del talante de los actos que llevarán a K a la victoria; Tyrell, el calculador empresario que se nutre del ingenio de Sebastian, vs. Wallace, el hombre hecho a sí mismo, (auto)endiosado, y con razón, porque con sus propios recursos e inteligencia salvó a toda la humanidad; Deckard vs. Luv, los dos sicarios, ella con una necesidad de continua aprobación muy distante de la personalidad de un Deckard aburrido de todo lo que le rodea; y Rachel vs. Joi/ Mariette (en clara identificación, también, con Pris), las verdaderas protagonistas del film, por el significado de sus papeles:
Mariette, la replicante prostituta, la que junto a Joi representa a la Magdalena de K (en breve desarrollo esta propuesta…), en claro giro/guiño del papel de la amante de Roy, Pris.
Y Joi, la amante que todo humano, y no humano, querría, con un único problema: la falta de materia. Joi es el verdadero elemento diferenciador de Blade Runner 2049 con respecto a su predecesora, porque es con la que, paradójicamente, se materializa una de las realidades que no existía hace treinta años: Joi recoge la preocupación actual del ser humano por la falta de identificación social. Joi es el amor incondicional, limpio y libre de ataduras, tan intenso como irreal, al haber sido programado por los deseos del propio K. Joi es la Samantha evolucionada de Her (Íd., Spike Jonze 2013), un juguete que se sabe adaptar a los gustos un usuario que, en verdad, resulta ser miles, conectados a la vez. Joi no es única, y sin embargo consigue serlo. Joi es la actual realidad virtual, la vía de escape para esos muchos que no son capaces de enfrentarse a su día a día. Joi es, en definitiva, el peligro de nuestros (¿últimos?) días, tratado en el film con hermosa condescendencia, e incluso haciéndonos creer que representa el amor verdadero, comprensible en sus diferencias humano-máquina porque, en definitiva, no debemos enamorarnos de cuerpos, sino de mentes. Y, en cierta manera, esta premisa es válida, sí… si no fuese porque puede significar, irremediablemente, nuestra desaparición.
Y Roy observa a K, a su amor y sus actos… y está satisfecho al ver que sus descendientes son incluso más emocionales que los humanos que les crearon.
La deseada continuidad, a modo de apunte, convierte también el producto final en una pequeña decepción en cuanto a su banda sonora. Competente pero no rompedora, Blade Runner 2049 se merecía una desvinculación total de los sonidos de Vangelis. Tal es su identidad.
Siente.
Continuidad, sí. Pero no sin licencias.
La historia de Blade Runner 2049, una vez observadas las diferencias y conectadas las coincidencias, se permite un desarrollo espiritual, que marca el inconsciente de un espectador que se deja llevar por el poder del mensaje.
Roy nos muestra que los Blade Runners siguen persiguiendo a su gente. Que siguen siendo ermitaños solitarios, que siguen estando al servicio de los humanos. Pero K no es Deckard, es una versión mejorada: una versión eterna*, humilde y sumisa que, a diferencia de su antecesor, sigue soñando con vivir una vida mejor.
A partir de la presentación de K, Villeneuve hilvana su exposición dejando que poco a poco la historia se enlace por sí misma…
K nos llevará a la deseada evolución, avanzando el metraje en tres bloques que podríamos “bautizar” como Revelación, Asimilación, y Sacrificio. Y es que es imposible no ver en la evolución de Blade Runner 2049 una identificación directa de K con los evangelios del Nuevo Testamento:
K tiene un cometido y cree resolverlo (revelación). K, aterrado, intenta asumir la responsabilidad que su lugar, en el mundo de los androides, parece le ha otorgado (asimilación). A K se le revela una nueva verdad… y decide ayudar a que se haga realidad, aun sabiendo cuál va a ser su destino (sacrificio).
Así que K, apoyado por su Magdalena, resulta no ser un hijo-dios, sino un hijo-humano. Por sus emociones, por sus sentimientos, y por sus actos. K es un héroe anónimo, es el Jesucristo que se deja morir para que su especie sobreviva**, una especie tan similar a la humana que deviene indiferenciable***.
K consigue lo que no pudo Roy.
Roy. Ese ojo azul.
Roy, ese padre en la distancia….
Roy, omnipresente.
En esta asimilación bíblica, y volviendo al plano inicial… ese ojo que todo lo observa se convierte en el Dios Creador. Roy, el padre indirecto de K, y el generador de una especie capaz de desbancar a los humanos, precisamente por representar todo lo que éstos han perdido.
Roy, perpretador del resurgimiento de un ser humano inocente, valiente y curioso, que resulta partir de un ADN ingeniado, inicialmente, en una fábrica de metal.
Roy, Dios único, pastor de un rebaño de ovejas eléctricas, otrora hombres****.
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* En Vox se plantea otra línea, que Stelline es Jesús, y por tanto K es Juan Bautista. Personalmente no coincido con este análisis: una cosa es que Stelline sea el inicio de una nueva especie, y otra que ella sea su salvadora. Siguiendo el guion de Blade Runner 2049, el salvador de los androides, al menos temporal, es K y, por tanto, el que puede identificarse con Jesucristo.
** El film parte de la propuesta original, no del director’s cut. Esto implica que Deckard puede ser humano, y envejecer… aunque algunos preferimos pensar que, simplemente, se trata de una versión experimental exitosa, tal y como se deja entrever en el film (se hace referencia directa exclusivamente a la creación de Rachel), que no ha podido volver a reproducirse.
*** Otro film actual se construye en base a esta misma premisa: no humanos que se comportan como tales, y con los que nos identificamos más que con nuestra propia especie. Me refiero a La guerra el planeta de los simios (War for the Planet of the Apes, Matt Reeves, 2017), en la que César tiene una evolución muy similar a la de K.
**** Esta última conexión (quizá algo desquiciada para algunos, pero sin duda posible si se sigue la argumentación del texto) se la dedico a Marla Jacarilla y Mónica Jordan. A la primera por retarme a hablar de ello, y a la segunda por apoyar la seguramente poco probable, pero muy estimulante, teoría del film.
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TRAILER – Blade Runner 2049 (Íd., Denis Villeneuve, 2017):
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