#Sitges2020, N2. … peek. Cine: de cómo somos, y de cómo seremos.
Black Bear (Íd., Lawrence Michael Levine, USA, 2020, Noves Visions)
Last Words (Íd., Johnattan Lossiter, Francia/Italia, 2020, Noves Visions)
Cine. Cine dentro del cine.
Vida.
Confusión.
Búsqueda de la verdad, de una verdad. De una señal para continuar.
Black Bear se abre con la imagen de una chica que observa el infinito. Pensativa, pero a leguas de su ubicación. Su bañador rojo destaca frente a la claridad de la toalla sobre la que se sienta, de la madera de la pasarela y del lago que la rodea. Parece aislada en sus pensamientos, parece triste…
Esta imagen abrirá las tres partes en las que el director divide el film. Aparentemente sólo tiene sentido en la segunda, pero…
Black Bear
Nuestra vida personal viene marcada por nuestra vida profesional. A veces demasiado. El entorno nos condiciona, nos hace actuar de una forma que no nos gusta. Nos impregna de sentimientos que, reflexionados, no se desarrollarían como otros quieren que ocurra. ¿Es esto Black Bear? Sí, y no.
Black Bear es una interesante propuesta de metacine que explora, por tanto, tanto el propio ejercicio cinematográfico como el abusivo poder de sus relaciones personales y profesionales. Falla, por forzado, en la transposición de conceptos que supone la conexión de las partes en las que se divide el film pero sale victoriosa en la reflexión que aborda la propuesta. Lejos del terror psicológico, juega más a la confusión, que consigue a través del género y no del “cambio formal” en la historia…
La historia ficcionada y presentada al espectador cual film de terror psicológico con un argumento extraño por demasiado común para ser tratado como thriller se transforma en el rodaje del film, con los mismos personajes pero con distintos roles. Tergiversados. El adulterio de la película de traspone, la búsqueda del límite del otro de tensa. La ficción proyecta lo que la realidad percibida por cada protagonista, cada parte de la pareja, detecta en el ambiente, en su relación. El enfrentamiento al otro se esconde en complicidad con terceros. La imposibilidad de decir abiertamente que el amor intenso en un mundo quebradizo se ha convertido en un juego de retos y superioridad por culpa de los demás, y de uno mismo, se plasma en uns imágenes perturbadoras primero, y descorazonadoras después. El ambiente opresivo inicial en el que se quiere introducir al espectador a base de oscuridad y música apremiante se vuelca después en cámara en mano para retratar la falsa superficialidad de todos los que son cómplices del desmoronamiento de una pareja que acaba abrazada, unida, tras todo el daño que se ha hecho. Puntos cómicos entre la tensión del set, de la relación; polarización de cada profesión y personalidad rodeada también de los que consiguen ser ellos mismos y mantener la calma… Una relación es, al fin y al cabo, como una película en la que hay que saber
Y todos y cada uno de nosotros somos directores, actores, productores, y técnicos, en nuestra historia o en la de nuestros compañeros.
Así que el sector audiovisual es el entorno perfecto para demostrar la fragilidad del yo. Black Bear crece tras su visionado, cuando se nos viene a la mente esa mujer de rojo entre tonos tan fríos. Quizá no logra su propósito de género y se hace extraña su inclusión en una programación de Sitges centrada este año mucho más en defender su línea de género, pero en verdad consigue remover los sentimientos de un espectador que puede identificarse fácilmente tanto con una de las profesiones como con su traducción en la ficción. Y, ya puestos, el guionista y director acaba por poner de manifiesto la realidad de un sector más preocupado por crear el escenario, no del film, sino de la profesión, que por preocuparse de las personas.
Y del cine, del cine dentro del cine, a la poesía. Poesía apocalíptica. Con cine, también.
El cine. El cine como recuerdo, como testigo, como entretenimiento, como unificación. El cine como salvación en una sociedad que ya se ha olvidado de cómo interactuar uno con otros. Last Words, el mejor film que hemos podido ver en este sneak peek de Sitges 2020.
Last Words
2086. Un chico habla a cámara. Dice que es el último hombre en la Tierra. Comienza a relatar su historia, no más atrás del año y medio anterior.
Entre ruinas, deshechos, carteles de direcciones ya imposibles hacia otras ciudades y alguna indicación que hace pensar en una guerra nuclear, se desplaza con su hermana en busca de un lugar donde establecerse. Todos los paisajes son igual de desoladores, estén donde estén. En París aprende a leer. En París aprende a que los niños de esta postguerra ya no pueden ser calificados de humanos. No sabemos hasta qué punto él llegó a conocer la civilización, pero sí que la bondad es intrínseca al individuo…
Los silencios que acompañan a un espectador hipnotizado por la ambigua propuesta son sorprendidos con la aparición de Shakespeare, un hombre centenario que espera en Italia su muerte rodeado de carteles y películas de celuloide. Un hombre que encuentra en el chico su legado, sus ganas de vivir. Un hombre que mostrará, nos mostrará, que no todo está perdido. Al menos, mientras se pueda ser útil.
Y el cine lo es.
El paisaje post-guerra nuclear, la iluminación cálida pero aterradora, las condiciones de supervivencia de los pocos humanos que albergan ya la Tierra entre harapos y latas oxidadas de comida que son lo único que muchos de ellos han probado desde su nacimiento… la puesta en escena es tan realista que da en verdad miedo. Y ese miedo se apodera del espectador cuando el film se adentra en este demasiado visionario relato del futuro de una humanidad que acaba comparando con el del cine:
El cine digital no sobrevivió. Se tuvo que volver al celuloide, a las cámaras mecánicas, para documentar la auto-trampa en la que el hombre ha caído. A las películas “de toda la vida” para entretener a los pocos que descubren por primera vez la magia de este arte imperecedero.
El cine como medio, el cine como fin.
La sociedad actual también tiene fecha de caducidad. El futuro está escrito. Desapareceremos. Por guerras, por “el virus de la tos” (qué escalofrío recorre la espalda cuando la letal enfermedad aparece en el film), por la pérdida de valores, de respeto, de pasado…. Pero el film termina con una sonrisa. Del protagonista y del espectador: quizá sabemos cuál es nuestro destino, pero hasta que llegue, podemos luchar. Podemos seguir fieles a “la llamada”, aunque sepamos que no es verdad, aunque sea un puro entretenimiento desde que nacemos hasta que morimos.
Deberemos desandar algunos pasos para centrarnos en lo que realmente queremos para nosotros mismos. Para alargar, aunque sea sólo un poco, nuestra existencia. La evolución no es siempre sinónimo de progreso.
Fin de este sneak peak de Sitges 2020.
TRAILER – Black Bear (Íd., Lawrence Michael Levine, 2020):
TRAILER – Last Words (Íd., Johnattan Lossiter, 2020):