#Sitges2018N5, Oportunidad: descubrirse a uno mismo, saber reaccionar en consecuencia
Animal (Íd., Armando Bo, Argentina/España, 2018, SOFC)
Under the Silver Lake (Íd., David Robert Mitchell, USA, 2018, SOFC)
Parallel (Íd., Isaac Ezban, USa/Canadá, 2018, Panorama Fantàstic)
Aniara (Íd., Pella Kagerman/Hugo Lilja, Suecia, 2018, SOF Discovery)
Tenemos familia, amigos, un poco de dinero, o al menos el suficiente. Somos sociables. Parecemos buenas personas. Creemos que lo tenemos todo en la vida. Tomamos nuestras propias decisiones. Somos aparentemente felices siguiendo las normas establecidas por la sociedad, y trabajando hasta la jubilación más de diez horas al día; o intentando ser emprendedores, soñando con que alguien nos dé la oportunidad de nuestra vida; o, simplemente disfrutando de nuestros mejores años tirados en el sofá, o decidiendo, por qué no, mejorar nuestra situación en otro planeta.
Pero la casualidad (o el destino, o confabulaciones que se escapan a nuestro entendimiento), puede enfrentarnos a una situación inesperada, en la que hace falta ingenio para salir adelante… pero también valentía.
La valentía de descubrir hasta dónde eres capaz de forzar las situaciones para conseguir tu objetivo.
Animal
Animal es un film terrorífico, ya no por el tema que trata, el tráfico de órganos, sino por la naturalidad con la que consigue que nos identifiquemos con uno u otro protagonista… sin darnos cuenta de nuestro error.
Antonio es un hombre de mediana edad, Manager de producción en una compañía de alimentación, con dos hijos y una devota esposa. Vida acomodada, holgada. Todo bien. Un hombre con suerte, dirían algunos. Un hombre que se ha hecho a sí mismo, dirían otros. Pero un día sus riñones fallan… y el sistema sanitario es el que es. Desesperado cada vez que accede a su posición en la lista de espera de transplante, se plantea el por qué es ilegal comprar un órgano por parte de alguien que puede hacerlo, como él mismo. Y ve la oportunidad…
En internet encuentra la solución: “un riñón por un piso”. Así conocerá a Elías y Lucy una pareja de okupas a punto de ser padres, sin aspiraciones más allá que vivir la vida con el mínimo esfuerzo.
Esfuerzo según la definición de una sociedad capitalista, claro.
El film evoluciona casi como un thriller psicológico hasta acabar exponencialmente en desconcertante terror, con los actos de un Antonio que por primera vez toma las riendas de su vida. La divergencia entre las personalidades de Elías y Antonio converge poco a poco, pasando de ser antagonistas a ser observados por el espectador con los mismos atónitos ojos. Y el cierre del film es toda una provocación: ¿qué hay de malo en hacer lo que uno quiere hacer realmente?
Seguramente nada. Seguramente todo.
Es esta reflexión la que hace que Animal consiga que nos avergoncemos de habernos puesto del lado de Antonio o de Elías. ¿Lo mejor de todo? Lo hemos hecho inconscientemente, vinculándonos a ellos en función de nuestro estrato social (si bien es cierto que la presentación del acaudalado hombre quiere llevarnos a empatizar con él y su problema, “perdonando” inicialmente el acto ilegal que va a cometer). Y esta es la gran baza del film: no hay ni malos ni buenos. Ni vagos ni trabajadores, ni peores ni mejores. Esa clasificación nos viene impuesta por unas normas que no hemos decidido nosotros.
Unas normas diseñadas por unos pocos.
Es posible sea verdad que existe una codificación de los acontecimientos que rigen nuestra vida. Una codificación metavivencial.
La metavida. El metacine.
Under the Silver Lake nos habla de la primera, y utiliza el segundo para declarar a los soterrados cuatro vientos la posible frustración de su director en la industria cinematográfica.
Under the Silver Lake
Los Ángeles. Un chico en sus treinta y tantos sin trabajo (¿actor?¿guionista?¿realizador? Importante identificarlo com alguien que pertenece al sector…) se dedica a espiar a sus vecinas. Un día se queda prendado de una de ellas, llegando a conseguir una cita inolvidable… Pero esa misma noche, ella desaparece. Comenzará entonces una personal cruzada que le llevará a conocer los entresijos de una ciudad con mucha historia…
Vagabundos dueños de las calles, y de sus secretos. Prostitutas de lujo, otrora actrices (frustradas). Cantantes sin voluntad propia. Compositores que esconden mensajes en sus letras desde hace siglos. Magnates que compran a alto precio su lujoso final… y jóvenes ¿actores? ¿guionista?¿directores? que se ven arrastrados, desde que inician su andadura en la industria, a seguir los pasos diseñados por los pesos pesados del sector cultural.
Unos pasos que, obviamente, se rigen por y para el beneficio de unos pocos.
Como me adelantó Antoni Peris, se trata de un film con muchas similitudes con la incomprendida Puro Vicio (Inherent Vice, Paul Thomas Anderson, 2014), tanto en cuanto a los magistrales y delirantes giros en su trama (por la que nos acompaña en este caso un casual “detective”) como por el equilibrio realidad-ficción que debe identificar el espectador (en Under The Silver Lake, eso sí, sin mucho esfuerzo)… pero llevada a la cultura pop.
Y este es un dato importante, dado que el director nació en el ’74.
Mitchell pertenece a esa generación somos los que sí hemos tenido la oportunidad de vivir los gloriosos años ochenta, década por excelencia de la “cultura de masas”. Nos identificamos con cierto tipo de música, de novelas, de entretenimiento. Crecimos sin tecnología, pero pronto nos hemos sabido adaptar a ella. Y ahora, vemos como los millenials sienten nostalgia de una época sólo conocida por libros, y vídeos. El legado de los que a hicimos posible.
¿Por qué digo todo esto?
Porque parece que David Robert Mitchell tenga un doble objetivo con su film. El primero es, precisamente, reírse de este nuevo auge, de esta veneración a una época pasada. Todas las referencias de la película, combinadas con la alucinada ironía que rezuma cada escena, se antojan parodias para estas nuevas generaciones. “¿Os gusta esta época? ¿Lleváis años “recordándola”? No fue la mejor. Fue un período, nada más”, parece decir el director. La exaltación de esta cultura se lleva a un extremo paródico, que hace las delicias de la gente que no la conoce, pero que es irreconocible (aunque apreciada) por los que sí lo hicimos. Así que que haga evolucionar el film com lo hace, riéndose de las personas atrapadas en esa cultura (además de decidir mostrarnos que todo lo relacionado con ella es impostado) y convirtiendo la investigación del chico en un recorrido por el derrumbamiento de la idealizada época es, simplemente… sublime. Así que iphone’s se combinan con Playboys setenteras, tecnología puntera convive com o modernas consolas que, como es moda ahora, sirven para jugar a Super Mario…. Mucho color, hombreras y color rosa contrastan con la normal apariencia de un protagonista que avanza continuamente perplejo entre personas eternamente sonrientes.
Porque es así como ven los jóvenes de ahora cómo debimos vivir los adolescentes de hace treinta años.
Pero hay otro objetivo mucho más importante: el mostrar al espectador las miserias de la industria cinematográfica. Lo hemos adelantado: fiestas con drogas, en las que es necesario conocer a alguien importante para seguir avanzando; carreras truncadas, con personal que deciden reconvertir su futuro en un trabajo de servidumbre (actrices voluptuosas que ahora son prostitutas porque no han podido continuar con su carrera… ¿por qué? El caso Weinstein aparece en nuestra mente en varios momentos del film), o tan agotados por querer hacerse un nombre, como el protagonista, que esperan inmóviles en su casa la oportunidad de presentar sus ideas a alguien que conoce a alguien que conoce a alguien con poder de decisión; “personajes” que consiguieron hacerse un nombre, y que parece lleven siglos apropiándose de todo el mercado (el compositor que es capaz de manipular los gustos de generaciones de fans); y, finalmente, líderes sociales podridamente ricos, tan hartos de conseguir todo lo que quieren que deciden malgastar su dinero y su vida, e incluso comprar la de otros, en el adoptar nuevas y estúpidas religiones que les saquen de un sopor conseguido exclusivamente al haber llegado a la cúspide de la pirámide social.
Productores y distribuidores, el objetivo del Mitchell.
Mitchell, un guionista y director que ha debido encontrarse con la puerta en las narices en más de una ocasión.
Así que toda la intriga detectivesca, con personajes extremos, con resoluciones imposibles, simplemente nos lleva a conocer, poco a poco, el “submundo” por el que tiene que pasar un recién llegado a la industria para hacerse un hueco.
El talento no es siempre sinónimo de éxito. A veces, para conseguirlo, hay que venderse al mejor postor.
¿Y si fuésemos capaces de captar la atención de esta minoría robando las ideas de otro, sin el temor de ser descubierto? ¿Y si pudiésemos navegar pro infinitos universos paralelos que lo hiciesen posible? Entramos en Parallel.
Parallel
En 2010 el Festival de Sitges nos trajo un film lamentablemente aún inédito en nuestro país, La puerta (Die Tür, Anno Saul, 2009). En él, el protagonista (un por entonces más desconocido Mads Mikkelsen) encontraba un pasaje en unos jardines de la ciudad que le llevaban a un universo paralelo que avanzaba con unos años de retraso respecto al suyo. En el mundo “real” era invierno, y él un alcohólico destrozado por la muerte accidental de su hija pequeña. En el mundo paralelo, es verano, y su hija sigue viva. Ël sabe cómo evitar el desastre… así que no duda en evitarlo y, en un acto egoísta, suplantarse a sí mismo para, lejos de redimirse, volver a ser feliz.
Suplantarse a uno mismo. En una realidad que nos parece mejor. En una realidad que nos es más conveniente a nosotros, sin importar la vida de nuestro otro “yo”, o de sus familiares y amigos.
Así se inicia Parallel, antes de conocer a los protagonistas y sus aventuras.
Menos elegante que La puerta (el film no puede esconder sus ansias de llegar a un público más amplio), Parallel nos presenta a un grupo de amigos que, tras un cúmulo de casualidades, descubren una habitación oculta en la casa con un espejo que, al atravesarlo, permite visitar una realidad paralela diferente cada vez que se realiza la acción. El viaje de vuelta, no obstante, devuelve siempre al universo de partida.
La película juega con este descubrimiento como base a qué se aventuraría a hacer cada uno de sus protagonistas para mejorar su propia vida, así que comenzando por un inocente uso de la diferencia temporal entre realidades (símil del famoso “y si…”) para finalizar el encargo de una app que les hará ricos, iremos conociendo cómo sus intereses van variando a medida que se sienten más cómodos a la hora de “visitar otros mundos”.
Otros mundos.
¿Qué seríamos capaces de hacer para conseguir una segunda, e incluso tercera oportunidad?
Compartir más tiempo con un familiar, o conquistar a aquella persona que no se consiguió en “su mundo”… no reclama que modifiquemos nuestro carácter.
Y, yendo un paso más allá… ¿qué seríamos capaces para conseguir una primera oportunidad?
Ser famoso. Ser rico. Ser respetado…
Conseguirlo puede sacar lo peor de nosotros mismos.
En cualquier caso: todos buscamos la oportunidad de ser más felices, en definitiva… Con definiciones distintas para “felicidad”, en función de a quién se le pregunte pero, para todos los casos… se trata del ya citado “¿y si…?” puesto en bandeja.
Esta es la premisa más importante del film, que da pie a varias reflexiones (algunas planteadas durante el metraje, otras muchas que, lamentablemente, no). Por ejemplo:
¿Qué marca mi personalidad, o mi futuro más o menos exitoso? ¿Mis decisiones, las de mi entorno, o una perversa (por incontrolable por uno mismo) combinación? El film presenta una comparativa hilarante: los protagonistas se dan cuenta de que los mundos no son completamente simétricos en función de pequeñas variaciones. Unas variaciones mucho más pronunciadas en el sector artístico, en el que la creatividad y su consecuente aceptación, o descarte de ideas, es crucial. En una de las realidades encuentran que Ryan Gosling y Emma Stone filman juntos una mediocre versión de Frankenstein…
Las malas decisiones destruyen carreras. Vidas.
Las buenas, en cambio… nos hacen avanzar a todos.
El problema es saber de qué tipo son, por supuesto.
Pero hay más:
Si nos valoramos como individuos, con las decisiones que hemos tomado en nuestras vidas… ¿podríamos “utilizar” a nuestros otros “yo” (es decir, esos que han seguido otros caminos, otras decisiones) para reconducir algunos pequeños errores, o miedos que nos impidieron realizar algún deseo?
¿Qué son esos “otros”, en este mundo?
Seguramente, la máscara que debemos bajar en algunas ocasiones para evitar que nos (re)conozcan tal y como somos.
Así que nos encontramos ante un film que toma ideas ya valoradas tanto en literatura com en cine pero que aporta una vuelta de tuerca a la hora de reflexionar sobre la importancia que debemos dar al autoconocimiento (que no el posible consecuente arrepentimiento), enmascarada en viajes a través de espejos (con la recorrida técnica de diferenciar la iluminación de los “mundos paralelos” para ayudar al espectador a situarse – y de la que se abusa… no hace falta utilizarla en los planos en los que se encuadra a un “otro” llevado a la primera realidad), periscopios que permiten ver a través de las paredes y robos de inventos de otros mundos, como el papel tecnológico y la pistola sublimado, entre otros.
La ciencia ficción utilizada, una vez más, para intentar dar respuesta a las grandes preguntas sobre el ser humano.
Aniara no intenta dar respuesta. Es, básicamente, un film fatalista. Otro de tantos del género, también.
Aniara
En la línea de la vista en este Sitges 2018, Human, Space, Time and Human, y recordándonos, de nuevo, a Snowpiercer o High-Rise, Aniara incluye un elemento diferenciador: mezcla en su temática aquella genial propuesta (a nivel argumental, que no el film) de Passengers (Íd., Morten Tyldum, 2016).
Aniara es una nave espacial que transporta a cientos de pasajeros a Marte, en un viaje de placer con tres semanas de duración. Dentro de ella se tienen todo tipo de lujos, desde restaurantes y tiendas hasta MIMA, una I.A. que es capaz de generar bellas imágenes a partir de los recuerdos de una persona, y que se pone al servicio del pasajero en momentos de estrés o, sencillamente, a modo de relajación.
Pero un accidente destruye el depósito de combustible, dejando a Aniara a la deriva hasta que consiga ser propulsada por la fuerza gravitacional de un asteroide cercano.
Solo que no hay ninguno cerca.
Así que volvemos a estar ante un film que plantea la evolución de un grupo representativo de toda una sociedad, encerrado en un espacio limitado. Al principio, como siempre, todo va bien: se acepta la autoridad del capitán y su tripulación, y no hay peleas… Pero pasan los años, y la mente del ser humano es frágil. Los mensajes de esperanza dejarán de calar. Suicidios, creación de nuevas y específicas religiones sin sentido, depresiones insalvables… muerte física y mental, en definitiva.
Sólo los más fuertes sobrevivirán.
Pero, ¿durante cuánto tiempo?
El film cuida los detalles y nos sumerge en esta nada descabellada distopía con sus sencillos efectos visuales y, por encima de todo, por centrarse más en un guión creíble que en una gran puesta de escena futurista. El concepto MIMA es original en este tipo de películas, más cuando la máquina decide destruirse por no poder soportar que le lleguen imágenes terroríficas que ya no puede procesar, y la proximidad que consigue la actriz protagonista con el espectador genera una empatía que acaba convirtiéndose, conscientemente, en amargura. La amargura de (re)conocer cuál será nuestro futuro, si no aprovechamos bien las oportunidades que se nos presentan.
Pero… ¿qué significa, aprovechar “bien”? ¿Como lo hace Antonio en Animal? ¿Como lo hace el empresario de Parallel? Cada uno de nosotros conoce su particular respuesta.
TRAILER – Animal:
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