#Sitges2018N3: Placer, y no únicamente en el sexo
Piercing (Íd., Nicolas Pesce, USA, 2018, SOFC)
Mandy (Íd., Panos Cosmatos, Bélgica/USA, 2018, SOFC)
Inuyashiki (Íd., Shinsuke Sato, Japón, 2018, SOFC)
Prospect (Íd., Zeek Earl, Chris Caldwell, USA, 2018, SOFC)
Un picador de hielo recorriendo superficialmente la piel del vientre. El convencimiento de ser el elegido. El triunfo del que se convierte en justiciero. El bienestar global del que ayuda a otro a sobrevivir. La euforia de conseguir un botín que no era el inicialmente deseado.
Cada individuo es capaz de encontrar placer desde una fuente distinta.
El sexo. La religión. La venganza. El reconocimiento.
Quizá en más de una, claro. Pero ese placer siempre se basa en una sensación preliminar, consciente o inconsciente, que provoca el torrente posterior de…
Comencemos por Piercing, que nos lleva a recordar aquella joya que fue The Eyes of my Mother (Íd., Nicolas Pesce, 2016).
Piercing
La opera prima de Pence analizaba el perfil del psicópata desde su más tierna infancia. Aquí, el director se centra en otro tipo de ¿enfermedad?. Basándose en cuento de Ryü Murakami, presenta a Ree, un hombre tan obsesionado con cumplir su supuesta fantasía de matar que, negándose a sí mismo el perpetrar parricidio, decide planear a a la perfección el asesinato de una prostituta, partiendo de la necesidad que el “servicio” sea sadomasoquista. ¿Qué mejor forma de dejarse atar de forma voluntaria para facilitar las cosas?
A partir de confirmarle al espectador esta premisa (antes incluso de los títulos de crédito), el film avanzará mostrando a Ree cómo practica el futuro asesinato hasta que llama a la agencia para que le envíen a la chica y… todo empiece a ¿torcerse?.
La puesta en escena de Piercing es sencilla pero impactante y resolutiva, y el ritmo es lento pero lo suficientemente tenso como para no perder la atención de un espectador que descubre, junto al propio protagonista y principalmente en las escenas acontecidas en el hotel, sus verdades motivaciones. Porque si algo debe disfrutarse en Piercing es el placer del detalle.
Las alucinaciones del protagonista pueden equipararse a su sentimiento de angustia en un matrimonio que, quizá sí deseado (¿quiere a su mujer e hijo? seguramente), no le da todo lo que él necesita. Que le hable el bebé para confirmar su objetivo, que busque la imaginaria aprobación de su esposa para asesinar a la prostituta… pueden no ser tanto fruto de una mente perturbada, sino atrapada en su propia frustración. Una frustración que pronto verá liberada…
Piercing quiere ahondar en los recovecos de nuestra mente, en hacer aflorar la necesidad de autoanalizarnos y ser sinceros con nosotros mismos o, mejor aún, con nuestras parejas… pero dejando al espectador que decida el nivel de profundidad de su propio análisis. Nos ayuda con algún ejemplo (las bizarras imágenes provocadas pro la droga que se suministran en la casa de la prostituta avanzan el posible origen de los desconocidos deseos de Ree), pero básicamente Pence decide que el film plasme la historia como nos la imaginamos al leer el cuento: sin florituras técnicas (movimientos de cámara o perspectivas útiles para diferenciar lo real de lo irreal, por ejemplo), ni efectos de sonido extradiegético. Dos personas, una habitación de hotel, y un poderoso sentimiento compartido que no puede dejarse escapar. Y es que es muy difícil encontrar a la pareja con la que la compenetración física, intelectual, e incluso espiritual, sea completa.
Las relaciones son complejas, sí. Por eso Piercing nos alienta a dejarnos llevar, a vivir el momento y a compartir experiencias, sean del calibre que sean, con quien más nos entienda.
Una relación de compromiso completo, de esas más que envidiables, es la que se presenta en Mandy. No es de extrañar que su protagonista, Red, inicie toda una personal cruzada para vengar a los asesinos de su esposa.
Mandy
Nos vamos a los Estados Unidos de los años ochenta, pero bien puede presentarse la propuesta en la época actual, y con cualquier sociedad occidental. Una sociedad que vuelve a creer en Dios, en extraterrestres o cualquier manifestación inexplicable, simplemente por el hecho de tratarse de la única vía de escape a una vida que ha perdido todo el sentido entre terrorismo, depravación sexual, guerras injustificables… o cualquier otra sinrazón que se nos venga a la cabeza. Quizá una de esas interesantes sinrazones sea la época Trump, y en concreto todos los que siguen los pasos del presidente de los Estados Unidos como si fuese el Mesías en lugar de verle como un destructor. O quizá debamos centrarnos en analizar a todos aquellos que hacen de la religión su forma de vida, su forma de taparse los ojos ante la cruel realidad (en ese país hay mucho charlatán que vive de “predicar”)… y Mandy jugará con eso: en esta sociedad moderna, que mira a ritos del pasado para sobrevivir, siempre hay cabida para el mal. Aunque el mal sea, simplemente, mirar hacia otro lado.
Y, en cualquier caso, Costamos ve la oportunidad de convertir a los más beatos en verdaderos monstruos satánicos desde una perspectiva personalísima e inusual en el género. Como decía Marla Jacarilla, la propuesta de Cosmatos es como si “Rob Zombie conoce a Nicolas Winding Refn”.
Mandy es espiritual. Lee sobre constelaciones, dibuja alegorías, y le gusta el heavy. Red es más terrenal (¿que lo es más que un leñador?) pero adora todo lo que hace y le explica su mujer. Su compenetración se palpa en el ambiente, y Cosmatos lo pasma con miradas y susurros, con la especial iluminación de sus caras. El director ralentiza las escenas que comparten, acompañadas de una música completamente inmersiva que provoca en el espectador la sensación de compartir con ellos ese amor casi material.
Pero el director también ralentiza el momento en el que “el elegido” se encuentra casualmente con la mujer.
Cosmatos plantea la típica historia de amor y venganza, centrando su propuesta en crear una atmósfera en la que la luz y la música consiguen el ochenta por ciento del ya conocido resultado. Situaciones inverosímiles planteadas lo más irrealmente posible como personal protección para el que pueda ofenderse al verse nítidamente reflejado en el espejo que pone el director delante de cada uno de nosotros. Cosmatos diseña todas sus escenas, tanto a nivel de diálogo como de imaginativa acción, de forma que hagan que entremos en una espiral de absurdidad tal que no pueda negarse que lo mostrado es un sinsentido… deseado.
El placer de vengarse no tiene por qué ir acompañado de racionales situaciones.
Y además confía su arriesgada propuesta a un Nicolas Cage capaz de ofrecer la dosis justa de comicidad, equilibrada de estupor y terror, en cualquiera de las escenas que protagoniza (y en especial la del cuarto de baño, en el que quiere dar rienda suelta a su enfado perdono puede reprimir las lágrimas por el horror vivido. No nos engañemos: Cage borda la escena, y tanto el decorado como el encuadre son maravillosos).
El último plano, con Cage mirando a cámara, es todo un cierre que borda la declaración de intenciones del director.
Las sobreactuaciones de todos, exceptuando conscientemente la de Mandy, refuerzan la denuncia de Cosmatos hacia la sociedad actual. Retrata a tontos, a inocentes, a interesados y a locos. La irreverencia del director llega a su cúspide cuando el “mesías” pide a Red que le deje chupársela. Y claro, quemar una iglesia… pues se supone es lo más sensato a hacer.
Metafóricamente hablando, claro.
La venganza, impulsora del placer. Asesinar a asesinos. Asesinar a los que se ríen de uno. A los que no nos hacen caso. A los que se han desconectado de la realidad.
Inuyashiki es una evidente crítica a los tiempos que corren, también. Pero centrada ahora en esos tiempos en los que hablamos entre nosotros con emoticonos, en los que nos atrevemos a insultar a desconocidos parapetados tras el anónimo escudo que es la pantalla de nuestro ordenador.
Inuyashiki
Basada en el anime homónimo, el film nos presenta a un hombre de mediana edad y a un joven estudiante que se convierten en robots al presenciar la aparición de una cegadora luz a altas horas de la madrigada. El hombre pronto utilizará sus poderes para hacer el bien. El joven… todo lo contrario. Lógicamente: la batalla está servida.
Así que Inuyashiki, cuya premisa y desenlace recuerda mucho a la de aquella ya por muchos olvidada Chronicle (Íd., Josh Trank, 2012), presenta la realidad japonesa tras una historia se sabe van a comprar los más jóvenes: una de superhéroes y megavillanos. Y, ya que estamos, de extraterrestres, o divinidades. Inuyashiki es, curiosamente, el reverso de Mandy: denuncia la misma pérdida del sentido de la vida en la sociedad actual pero, al contrario que la anterior descrita, ésta confía en una solución colectiva más que en un “arreglo” individualizado. Lógico también, si pensamos en las diferencias existentes entre la sociedad americana y japonesa.
Pero… ¿cuál es el actual sinsentido acentuado en Japón, esa realidad que denuncia el film? La desconexión con otros seres humanos. La excesiva confianza en crear una vida virtual que ayude a superar nuestras fobias.
Así que no es baladí que el héroe sea, precisamente, un hombre rozando la edad de jubilación, alejado de la siguiente generación por el simple hecho de no considerarle “apto” para los nuevos, y tecnológicos, tiempos..
Miremos a nuestros abuelos, a nuestros padres, y recordemos que es posible divertirse relacionados con los demás. Relacionándose en persona.
Y tampoco lo es que el joven villano mate a cientos de personas con solo “colarse” en las pantallas de sus móviles. El asesinato que muestra el film existe, también, en el mundo real: estamos matando (nuestras) neuronas.
Nuestro héroe lucha contra enfermedades, contra villanos y contra su personal abandono, consiguiendo que su familia deje de infravalorarse. Y es feliz de saber que ha escogido el buen camino. Igual que lo son los protagonistas de Prospect.
Prospect
Un western al uso llevado a la ciencia ficción de forma muy efectiva, eso es Prospect. Cee viaja con su padre a la Luna Verde, lugar de atmósfera tóxica en el que irán a buscar el cotizado mineral aurelac para su extracción (y contrabando). Allá se encontrarán con otros dos vándalos con sus mismas intenciones y, como en todo western… habrá que luchar por conseguir ser el que se lleva el botín. El resultado implica un viaje en el que la niña deberá demostrar su madurez, y uno de los bandidos tendrá que escoger si el ayudarla le proporciona más placer personal… que el hacerse rico y seguir su camino.
Prospect agrada por su eficaz e imaginativa resolución para construir los escenarios enmarcados en la (ciencia) ficción en la que se sitúa, desde una sencilla nave/cápsula hasta unos trajes en los que el concepto retro otorga realismo al supuestamente galáctico entorno. Pero también lo hace por sabernos trasladar a un mundo futuro, a base de líneas de guión (hablando de planetas no pisados por el hombre como si fuesen colonias) y de detalles visuales poco significativos (por ejemplo los irreconocibles signos que conforman la escritura de la niña); por demostrar que los géneros están para fusionarlos, encontrando nuevos formatos para historias ya conocidas pero para las que seguimos teniendo las mismas ganas de (re)disfrutar, y por equiparar la relevancia del papel de la niña (un gran descubrimiento Sophie Tatcher) con el del mercenario (un Pedro Pascal que sorprende, y convence). Además, claro, por permitirnos disfrutar de un buen western que, al contrario de los de su época dorada en el cine, deja abierta la puerta a la esperanza para cualquiera que no pueda ser (auto)considerado, abiertamente, una buena persona. Sencilla, entretenida y creíble, Prospect es un film de ciencia ficción a tener muy en cuenta.
Entrevista – Piercing:
TRAILER – Mandy:
TRAILER – Inuyashiki:
TRAILER – Prospect:
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