Marjorie Prime: el “yo reconstruido” (#Sitges2017N5)
“Once you’re a parent, you’re the ghost of your children’s future.”
Interestelar (Interstellar, Christopher Nolan, 2014)
Yo.
Yo no soy mi cuerpo, yo no soy mi cerebro. Yo… soy mis recuerdos.
Porque mi personalidad, “yo”, se forma en base a mis experiencias vividas. Mis historias, mis opiniones, mis reflexiones, mis creencias, mis principios…
Por tanto, se forma gracias a mis recuerdos, y a las conclusiones que saco de ellos.
Pero un recuerdo no se almacena como en un archivador. Un recuerdo se crea en base a la última vez que quisiste devolver a tu conciencia unas imágenes ya vividas. Y entonces…
Poco a poco, los recuerdos se distorsionan. Pierden detalle, porque los “proyecto” diferente. O porque, simplemente, he querido sustituir ese recuerdo por uno mucho más placentero. Y entonces…
Un recuerdo puede transformarse, consciente o inconscientemente, en una bonita historia que nunca ocurrió.
Y entonces… ¿quién soy yo?
Yo dejo de ser yo, y ni tan siquiera me he dado cuenta.
Si le sumamos que la visión que puede tener de mí mi familia y amigos, precisamente no únicamente por lo que saben de mi (y me han oído), sino por cómo van a recordarme, tampoco me va a ser fiel…
Mi yo se convierte, inexorablemente y en poco tiempo tras mi desaparición… en otro yo.
Un yo muy distinto.
Hasta que nadie conserve, ni tan siquiera, un solo recuerdo de mi persona.
Marjorie Prime nos sitúa en una distopía demasiado afín para no pensar que puede ser, en breve, una realidad:
¿Cómo superar la pérdida de un ser querido? Comprando un holograma que le represente. Un holograma con la apariencia que desee el cliente (¿quiero recordar a mi madre con 85 años o cuando tenía mi edad actual? ¿A mi marido de la mediada edad, y no con el que continué conviviendo tras haber tenido ya nuestros hijos y que se volvió taciturno?), precargado con anécdotas y biografía básica, pero que va a ir aprendiendo a medida que le explique cómo era en vida. A nivel emocional, a nivel de expresión verbal y corporal… a todos los niveles. Así que, en teoría, el holograma será una imagen perfecta del ser que nos ha dejado. ¿Y en la práctica?
Almereyda traslada a la pantalla la famosa obra de teatro nominada al Pulitzer, ayudado en el desarrollo del guión por el propio autor, Jordan Harrison, y manteniendo en gran medida el formato de este arte. Y es que no hace falta más: Marjorie Prime se sustenta por su poderosa propuesta conceptual, y no es para nada necesaria ni una puesta en escena futurista ni un vestuario preapocalíptico, ni nada parecido: la película se mueve gracias a un milimetrado guión, mucho más complejo que las conversaciones a dos o tres bandas parecen contener atendiendo exclusivamente a las palabras pronunciadas, y a la experiencia unos actores protagonistas que se nos antoja, por su propio momento vital, han aportado gran parte de sus emociones al relato.
A nivel formal el film se nutre básicamente por planos generales y plano contraplano, permitiendo en algún momento vital para el desarrollo de la propuesta los primeros planos. Y, siguiendo con la simplicidad. el director decide, como en la obra teatral, diferencial principalmente tres niveles narrativos, consecutivos.
Tres grandes actos, tres líneas de reflexión.
En el primer acto, se nos presenta la idea: una anciana habla con un hombre maduro sobre sus recuerdos conjuntos. Algo no cuadra… y a medida que avanza su diálogo, pronto sabremos cuál es la premisa de Marjorie Prime.
En el segundo, aparecen también los hologramas de dos de las protagonistas, ya fallecidas, y que ya habían aparecido previamente en el film. Esta parte es importante, porque el espectador ya puede hacerse una idea de la gran diferencia que puede haber entre el “yo” y el “yo reconstruido”, al haber conocido al ser humano y haber escuchado sus verdaderos recuerdos. Por tanto, en este segundo acto, la información de los “yo” ya es incompleta…
El tercero, y más emocionante, es el que muestra a varios hologramas hablando entre ellos, rememorando recuerdos precargados, además de los vividos ya, como “máquinas”, con los miembros de la familia. Es la parte más interesante: esos tres hologramas, que representan a personas que fueron otrora de carne y hueso, y que abiertamente plantean su deseo de parecer más humanos… se divierten con anécdotas que sabemos no ocurrieron. ¿Quiénes son ellos, entonces? ¿Podemos definirlos como personas, como máquinas o programas? Ni una cosa ni la otra.
Son la clara definición de “la persona que a los demás, y a mí mismo, me hubiese gustado ser”.
Pero que no fui.
Y, tras tanto diálogo que no ha necesitado de más aderezos, tras tanta emoción trasmitida en pocas frases y con muchos silencios, la gran cuestión que plantea Almereyda no deja de ser otra que:
¿Cómo quiero ser recordado?
Si tuviesen que hacer un holograma de mí mismo en base a esas historias compartidas… ¿el hologramas me será fiel?
¿Yo querría que se hiciese uno de mi mismo?
Rotundamente no.
Pero, escribiendo estas pocas líneas, sé, como uno de los protagonistas, que aunque sea consciente de que el holograma no es mi suegra, ni mi mujer, ni mi madre, ni mi hermana, ni mi marido…. querré tenerle(s) a mi lado, aunque sea(n) la sombra del recuerdo que tenga de ellos.
Porque lo que querré es tenerlos a mi lado. Decirles todo lo que no pude decirles con vida. O que no sepan lo que verdaderamente ocurrió, para no reabrir viejas heridas (que yo seré la única que seguirá conociendo si no se lo explico a los Prime).
Y ellos serán impostados… pero “yo” también.
Estaremos (de)construyendo nuestros “yo” verdaderos. Mútuamente…. para convertirnos en aquellos en los que nos habría gustado ser. Y para ser recordados, aunque sea por esos hologramas que sí vivirán eternamente, como el “yo” que nunca fuimos.
TRAILER: Marjorie Prime (Íd., Michael Almereyda, 2017)