Ciencia y cine: #sitgescampus2016

De mad doctors y androides. De creadores y criaturas. Reflexiones… a partir de #sitgescampus2016

 

“- Maldita máquina loca – gritó Vandaleur.

– No soy una máquina – respondió el androide-. El robot es una máquina. El androide es una creación química de tejido sintético.

– ¿Qué mosca te ha picado? – gritó Vandaleur-. ¿Por qué lo hiciste? ¡Maldito seas! – Golpeó al androide salvajemente.

– Debo recordarte que no puedo ser castigado – dije -. El síndrome de dolor-placer no está incorporado con la síntesis del androide.

– Entonces, ¿por qué la mataste? No fue para divertirte, ¿por qué…?

No lo sé.”

Extracto de Tiernamente Fahrenheit (Alfred Bester, 1954)

 

Por visionaria, por retar a la comunidad de expertos a conseguir lo “imposible”, o, simplemente, por alertar sobre las consecuencias de un mal uso de los avances en el terreno científico, la ciencia ficción ha sido, desde sus inicios literarios, termómetro de una realidad futura. Una realidad verdaderamente posible si se tienen en cuenta dos factores…

El primero, que el hombre siga queriendo equipararse a Dios, algo que parece irremediable. Crear “algo” nuevo, único, y que pueda ser dominado. “Algo” que nos haga caso, que nos tema. Que esté a nuestra merced… pero que tenga conciencia propia, para demostrar el triunfo de la raza humana sobre su temido Dios (o, mejor dicho, de nuevo, para equipararse a Él, para sentirse Él). Si la criatura tiene una mínima capacidad analítica, es muy probable comprenda su situación. Y si la criatura es capaz de comprender, y aún así nos idolatra, como nosotros a nuestro Dios… el triunfo es incuestionable.

El segundo factor es consecuencia obvia del primero. Muchos de nosotros, como humanos, cuestionamos la existencia de un ser superior. ¿Por qué no lo iba a hacer, también, nuestra creación? Quizá no cuestionar nuestra existencia, pero sí nuestros métodos, o nuestros motivos. Diversas generaciones de artistas, capitaneados con especial fuerza por los escritores de la Edad de Oro de la ciencia ficción (1939 – 1966), se han planteado cómo puede reaccionar nuestra “artificial” descendencia cuando conozcan la intrínseca maldad humana (entendiéndose por maldad, incluso, simplemente nuestra curiosidad).

 

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Portada de la edición (vol. I) de relatos cortos de Alfred Bester, La fantástica luz, 1984 ed. española)

 

Partiendo de estos dos factores, y echando una mirada a la literatura y cine universal, por todos es conocido que la mayoría de relatos, por muy evolucionados que sean, giran en torno a esta visión de creación-destrucción del hombre-engendro (aunque sea uno mismo), con la criatura del Dr. Frankenstein como madre/padre de esa revisión del mito de Prometeo (desde el brebaje en el laboratorio para convertirse en el Mr. Hyde ideado por Robert Louis Stevenson en 1886 hasta la experimentación genética con clones que puedan sernos de utilidad como los de MoonÍd., Duncan Jones, 2009- o La islaThe Island, Michael Bay, 2005-, pasando por la necesidad de hacer evolucionar al ser humano hacia una especie mejor, visión del Dr. Moreau de H. G. Wells, o de El hombre con rayos X en los ojosX, Roger Corman, 1963-).

El hombre y la ciencia, al inicio representados como la ingenua posibilidad de descubrir, para pronto desarrollar relatos en los que se plantee el miedo a que los avances acaben por superarnos a nosotros mismos. No obstante, ya Mary Shelley resumía la naturaleza del ser humano y cómo iba a comportarse a lo largo de los siglos, pasase lo que pasase, en las últimas palabras que escribió para el Doctor:

“Pasan ante mí los espíritus de aquellos a los que tanto quise, y corro hacia ellos. ¡Adiós, Walton! Busque la felicidad en la paz, y evite la ambición, aun aquella, inofensiva en apariencia, de distinguirse por sus descubrimientos científicos. ¿Mas por qué hablo así? Yo he visto truncadas mis esperanzas, pero otro puede triunfar.”

Frankenstein o el moderno Prometeo (Mary Shelley, 1818)

 

Otro puede triunfar. El hombre, el científico como esencia, no como individuo, no parará hasta convertirse en Dios. ¿Estamos jugando con el futuro de nuestra especie?
Esta visión de creador-engendro, moral y ética es la base del curso de este #sitgescampus2016, en el que los mad doctors, experimentando sobre ellos mismos o investigando sobre otros sujetos (de carne y hueso o de metal), ha sido hilo conductor de un curso titulado “Ciencia y científicos en el cine”. También ha habido cabida para hablar sobre la posibilidad de los viajes en el tiempo y sus consecuencias (espero que en otra edición hablen de las distintas teorías sobre estos viajes llevadas al cine, pero se agradece se haya hablado de la que personalmente considero es la mejor película sobre viajes en el tiempo, PrimerÍd., Shame Carruth, 2004-); sobre la rigurosidad científica en films de la talla de Interestellar (Interestelar, Christopher Nolan, 2014) o, lógicamente, 2001: Odisea en el Espacio (2001: A Space Odissey, Stanley Kubrick, 1968); sobre el papel de la ciencia en los cómics de superhéroes e incluso sobre los formatos de proyección aplicados a la ciencia ficción. Además, y como no podía ser de otra forma, con motivo del 50 aniversario de Star Trek que homenajea este Sitges 2016, se ha articulado el curso de #sitgescampus2016 alrededor de una idea intergaláctica en la que los planteamientos más filosóficos que el hombre se pregunta desde hace siglos son tratados con exquisito detalle: la necesidad del entendimiento de la diversidad para la armonía; la importancia de no relegar el sentido de la moral y la ética con el fin de avanzar a toda costa o, por supuesto, la posibilidad de conocer otras civilizaciones y de cómo aprender, siempre, de ellas.

 

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Tripulación de la serie original de Star Trek (1966 – 1969)

 

No obstante, no es objeto de este texto ni explicar el curso en detalle, ni reproducir una lista cronológica de films que ayuden a ampliar la cinefilia de cada uno de nosotros, sino recuperar el planteamiento inicial sobre el moderno Prometeo, y una idea que me obsesiona desde hace años: la evolución de la especie humana desde el punto de vista de su relación con las máquinas.

Abría el artículo con un extracto de ‘Tiernamente Fahrenheit’, escrito por uno de los grandes autores de ciencia ficción (inexplicablemente bastante desconocido aquí en España). En el relato, simplificándolo, encontramos a un robot de servicio que asesina cuando la temperatura ambiente pasa cierto umbral. El texto es interesante por tres motivos: el primero, la integración del robot como “animal de compañía” a escala social (lo que se llama, tal y como explicaba Jordi Ojeda en el curso #sitgescampus2016, robótica social). El segundo, el factor “descontrol” del ser humano: se ha domesticado a la criatura, a la creación, para que sea servicial, pero desconocemos el por qué de su fallo. El tercero y más interesante: como en cualquier criatura al servicio de un “amo” (extrapólese esto a “familia”, “entorno”, “moralidad”), existe una transferencia de comportamiento. El robot del relato sentenciará: “Si vives con un hombre loco o con una máquina loca durante demasiado tiempo, yo también me vuelvo loco”. Ese “yo” es demoledor: ¿quién es yo? ¿El robot o Vandaleur?  Bester juega, retorciendo el concepto, con la identidad.

Identidad, sí. Interesante reflexión en un mundo en el que ya se sabe que los humanoides van a ser una realidad cotidiana. Violeta Kovacsics hablaba en el curso del documental de Werner Herzog, Lo and Behold (Íd., 2016), en el que el realizador pregunta a la comunidad científica si Internet sueña consigo misma. Si lo hace, tiene identidad propia. Si tiene identidad propia, tiene conciencia. Y si tiene conciencia, puede pensar en su lugar en la Tierra, y en si el hombre es merecedor de seguir controlándola. Skynet se nos viene a todos a la mente, y el Terminator como icono de salvación. Pero el Terminator original, no el manipulado por la resistencia… Máquinas que crean máquinas humanoides, androides, para infiltrarse y destruir al hombre.

Máquinas de carne y hueso.

Esta es una de las posibles líneas evolutivas de los androides, claro.

Porque, tras los androides… ¿qué vendrá? Ya se ha especulado con ello: ‘El hombre bicentenario’ de Asimov (con una infravalorada versión cinematográfica de la mano de Chris Columbus en 1999) es la respuesta: hombres. Los robots, las criaturas, convirtiéndose, finalmente, en su creador. Por decisión propia, apoyada por la justicia (y con todas sus consecuencias: robótica ética). Hablaba de ello en el texto para Miradas de cine hace unos años, que titulé “De la herramienta al androide”. Ideas como las de Engendro mecánico (Demon Seed, Donald Cammel, 1977) tergiversan la idea de Asimov, pero también la magnifican: la máquina no sólo quiere procrear, sino introducir su propia conciencia en su hijo. Quiere ser hombre… para dominar el mundo.

 

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Engendro mecánico (The Demon Seed, Donald Cammel, 1977)

 

Pero también existe la línea que plantea la infravalorada Autómata (Íd., Gabe Ibáñez, 2014). Si bien es cierto que es un amalgama de buenas ideas ya vistas, no hay que olvidar que en su tramo final muestra la creación de un ser distinto, por parte de los humanoides. Un ser que no estará sometido a las leyes de los hombres, y que se atreverá, desde su concepción, a retarles.

Porque ya no se considera fruto de su ingenio.

Es un eslabón adicional, tangencial al creado por el hombre (autómata – robot – humanoide – androide). Es una máquina hija de máquinas. Es la pesadilla del ser humano.

 

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La evolución de la máquina en Autómata (Íd., Gabe Ibáñez, 2014)

 

Muy bien. Tenemos las dos posibilidades más probables para la evolución de la máquina. Ahora bien… ¿cuál es la evolución del hombre? La respuesta, otra vez, la tenemos en el cine. Desde la nueva carne de Cronenberg hasta Robocop (Íd., Paul Verhoeven, 1987) o los Borgs de Star Trek… el hombre utiliza sus conocimientos tecnológicos para implantarse prótesis mecánicas. Externas (los exoesqueletos mecánicos de Iron Man, por ejemplo), o internas, mucho más interesantes. Nos convertimos entonces en cyborgs, superhombres que incrementan sus capacidades físicas para ser más fuertes o, por supuesto, obtener información de forma instantánea al estar conectados a bases de datos que nos ofrecen todo lo que necesitamos, en el momento que lo necesitamos.

 

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Robocop (Íd., Paul Verhoeven, 1987)

 

Los cyborgs son Terminators, pero con un origen humano. Y esto es lo verdaderamente siniestro:


¿Quién ganará la carrera hacia la evolución de la especie humana? Si los hombres quieren ser cyborgs y las máquinas quieren ser hombres,  ¿llegará un momento en el que será imposible distinguirse unos de otros? ¿Es ese el futuro de la humanidad, convivir con su creación a un mismo nivel? ¿Llegar a desconocer si nos relacionamos con ex-humanos o con ex-máquinas?


Seguramente dará igual, porque ya no habrá distinción entre unos y otros. Un par de generaciones y se tratará de la misma especie.

Por supuesto, también existe otro tipo de evolución para el hombre. Pero esa lleva a la extinción total y absoluta. Me refiero a la planteada por l’‘Inframón’, o por la mal envejecida El cortador de césped (The Lawnmower Man, Bred Leonard, 1992), o Trascendente (Íd., Wally Pfister, 2014). La humanidad relegada a estar conectada a una máquina (¿ironía?) para poder vivir en el mundo en el que realmente quiere vivir, o transfiriendo su mente y conocimientos a la red, convirtiéndose en, simplemente, datos que viajen. Las dos opciones son igual de desesperantes: la primera, por considerar el cuerpo humano como un lastre necesario para poder conectarse a otra realidad (MatrixThe Matrix, hermanas Wachowski, 1999 – en toda regla). La segunda, porque, inevitablemente, y sin entrar en consideraciones metafísicas ni espirituales, el hombre no es sólo su memoria. Y aquí entramos en hablar sobre cuál es la esencia del hombre, y, en consecuencia, sobre cuál es la esencia de la máquina. ¿El alma? ¿La conciencia? ¿La identidad? Pero, si la identidad son sólo recuerdos y conocimientos… entonces sí sería posible transferirnos eternamente tal y como ya somos, ¿verdad?

En cualquier caso, una cosa parece inevitable: el hombre va a querer ser Dios; la máquina va a querer ser Hombre. La pregunta final, para responder satisfactoriamente el dilema sobre la evolución de la especie, es si la máquina va a convertirse en Dios.

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Apasionada del cine y en especial del subgénero de viajes en el tiempo, estudia un Máster en crítica cinematográfica (2008-2009) y se convierte en redactora en El Espectador Imaginario hasta 2011, año en el que cofunda Cine Divergente. Redactora en Miradas de cine desde 2013 y cocoordinadora de su sección de Actualidad desde 2016, además de ser miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y Escritura Cinematográfica) desde 2014 (y de su Junta de 2015 a 2019), en los últimos años ha publicado críticas y ensayos cinematográficos, cubierto festivales, participado en programas radiofónicos especializados y colaborado en los libros 'Steampunk Cinema' (Ed. Tyrannosaurus Books, 2013), 'Miradas: 2002-2019' (Ed. Macnulti, 2019), 'El amor en 100 películas' (Ed. Arkadin, pdte. publicación) y 'David Fincher: autoría líquida' (Ed. MacNulti, pdte. publicación). Ahora, y tras cursar un Máster en Gestión Cultural (2016-2018, UOC)- y un Máster en Filosofía (2020-2022) para obtener una visión completamente holística y complementaria también a sus estudios de Ingeniería, amplía sus textos críticos más allá del cine, entrando también en la ficción, y quiere demostrar que "la" realidad no existe y es producto de nuestra imaginación.

2 comentarios sobre «Ciencia y cine: #sitgescampus2016»

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