#DocsBarcelona2018N1: (auto)engaño. De autoprotección, inocencia, verdad… e ilusión
Ladrones del tiempo (Time Thieves, Cosima Dannoritzer, Cataluña/Francia, 2018, Sección Oficial – Latitud)
Experimento Stuka (Íd., Pepe Andreu, Rafa Molés, España, 2018, Sección Oficial – Latitud)
Shootball (Íd., Fèlix Colomer, Cataluña, 2017, Sesiones Especiales)
The Prince and the Dybbuk (Íd., Elwira Niewiera, Piotr Rosołowski, Polonia/Alemania, 2017, Sección Oficial – What the Doc)
Petitet (Íd., Carles Bosch, Cataluña, 2018, Inauguración)
Miss Kiet’s Children (Íd., Petra Lataster-Czisch, Peter Lataster, Paises Bajos, 2016, Sección Oficial – Panorama)
El DocsBarcelona 2018 arrancaba por todo lo alto con Petitet, un film enternecedor… y tramposo. Tramposo, sí. Porque va mucho más allá de contarnos, de la forma más clásica y efectiva posible, la agradable historia del rumbero que consiguió tocar en el Liceu. Petitet consigue que volvamos a creer en el altruismo, la bondad innata de las personas, el poder de los vínculos relacionales, y la fuerza de voluntad. Consigue que empaticemos con la persona, que la apoyemos en sus esfuerzos, y que nos alegremos por sus éxitos como si fuesen propios. No en vano varios fueron los largos aplausos que arrancó el film, incluso durante la proyección.
La trampa de Petitet es que, aun siendo fresca y agradable, se instala en la retina para hacernos reflexionar sobre cuestiones de gran magnitud.
Sobre la familia. Sobre los compañeros. Sobre las relaciones.
Sobre uno mismo.
Y sobre cómo aceptamos o descartamos la información que no nos interesa.
Así que la película vuelve a nosotros ininterrumpidamente. Y vuelve a medida que avanza la programación del Festival. Porque refuerza nuestras decisiones, nuestros análisis y juicios de valor cuando opinamos sobre cualquiera de los films de un festival que, ahora en su ecuador, está proyectando, consciente o inconscientemente, films sobre el engaño, y el autoengaño. Como el que se aplica el propio Petitet para lograr su objetivo.
Comenzamos por Ladrones del tiempo.
Ladrones del tiempo
Hace unos años, In Time (Íd., Andrew Niccol, 2011) se presentaba como una distopía imposible, más excusa para hablar de la economía (y la necesidad de rebelarse contra el sistema capitalista) que gran visionaria en cuanto a lo que iba a significar, poco ¿después?, la “moneda tiempo”:
“Time is now the currency. We earn it and spend it. The rich can live forever. And the rest of us? I just want to wake up with more time on my hand than hours in the day.”
No nos engañemos (más): el tiempo es, desde hace años, incluso siglos, la medida de control y explotación del trabajador. La directora se limita, en la primera parte del documental, a presentar cronológicamente cómo el tiempo, como unidad capitalista, ha cobrado cada vez más relevancia: el establecimiento de un uso horario común, ese simple e importante hecho que se convirtió en beneficio para los ciudadanos… pero más para los empresarios.
Desde la venta de ese nuevo producto de precisión, el reloj de pulsera, hasta la relevancia en el mundo industrial de la medición de tiempos para hacer procesos más eficientes, pasando por dejarnos testimonios de workalcoholics japoneses que entran a la oficina de madrugada con linternas o las fallidas medidas implementadas en ese mismo país en los años ochenta para que los empleados se tomasen un mínimo de vacaciones (y gastar dinero, claro), al espectador se le van abriendo cada vez más los ojos al ser consciente de la manipulación a la que se le somete en su vida diaria. Un estupor que acaba siendo exponencial, cuando se da cuenta de que acciones acogidas sin preguntas resultan ser verdaderas tomaduras de pelo: buscar uno mismo los billetes de avión, incluso etiquetarse la maleta a facturar; pedir la comida en un McDonalds a través de las pantallas táctiles; horas y horas de series, o del candy crush…
¿Cómo hemos podido integrar en nuestra vida de forma tan natural eso de que “hacerlo uno mismo” es en nuestro propio beneficio?
Vamos corriendo a todas partes. Comemos en diez minutos, a veces incluso de pie. Trabajamos para disfrutar de un ocio dirigido a mantenernos conectados… Todo está pensado.
Y es aquí, en este punto del documental, en el que Ladrones del tiempo acaba de dar su último golpe: de la explicación racional, a la reflexión emocional.
Hombres y mujeres desesperados porque sus derechos son pisoteados aparecen en la pantalla, reflejo de nuestros propios pensamientos: prohibiciones de ir al baño, incluso descuento de salario asociado, para mantener la productividad; experimentos de restaurantes sin personal para darnos cuenta, por fin, de que necesitamos sigan existiendo miles de puestos de trabajo que dan servicio y hacen que la rueda capitalista gire coherentemente; un mundo que deja de lado a nuestros mayores cada vez más temprano, porque no son capaces de seguir las novedades tecnológicas ligadas a un “progreso” que acabamos cuestionando como tal… Un mundo en el que nos hemos tenido que inventar una palabra concreta para las muertes por exceso de trabajo, ya sea por colapso o por suicidio: karoshi, se llama. Increíble.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La conspiración es estratégica y a nivel mundial. Ladrones del tiempo es excelente en su exposición y conclusión, un documental imprescindible tanto para amantes del “concepto tiempo” como para sociólogos, o personas con la inquietud de querer saber qué implica eso de vivir según las reglas establecidas por un mundo acelerado. Y también es recomendable, por su analítico repaso, para seguidores de la Historia.
Historia.
Un término, también, que esconde varias reflexiones. ¿Existe LA Historia? Sabemos que no. Sabemos que, si el tiempo es una moneda, la Historia es un instrumento. Porque la manipulación y el engaño (autoengaño cuando nos creemos los falsos argumentos) se han utilizado desde el inicio de los tiempos, y de las civilizaciones. Experimento Stuka es sólo la confirmación de uno de ellos.
Uno de esos que, realmente, duelen.
Experimento Stuka
Durante la guerra civil española, cuatro pueblos de Castellón son bombardeados. Y no es hasta 2017 que se conoce el bando responsable.
Ni rojos, ni franquistas.
Alemanes con ganas de probar sus nuevos juguetes.
El documental muestra el trabajo de investigación realizado por uno de los habitantes del pueblo, descendiente de aquellos que sufrieron las consecuencias del bombardeo: un físico que no encontraba la lógica en aquellos ataquess, y que tras años de oír cómo en el pueblo se echaban las culpas los unos a los otros, se atreve a indagar.
La curiosidad es ese comportamiento que, aunque se vea amenazado, puede tomar las riendas y nos ayuda, como seres humanos, a progresar. A comprender. A perdonar.
El documental descubre que el engaño no era tan difícil de desenmascarar, y nos hace reflexionar sobre la parálisis que nos genera: preferimos asumir informaciones a saber de una verdad capaz de provocar un dolor tan inmenso como insoportable. Y es que sí, quizá sólo el paso de tantos años amortigua la rabia, y la frustración…
El acceso a algunos archivos ha costado más dinero que tiempo. La composición del puzle se presenta a base de documentos, fotografías y testimonios de los antaño niños que se asomaban inocentes a la ventana al descubrir aquellos enormes y desconocidos pájaros, y que luego vieron cómo su vida cambiaba para siempre. Y sí, en muchos momentos Experimento Stuka podría tildarse de lento y repetitivo, pero no lo es si lo consideramos más un homenaje que un documental de investigación. Porque si algo se merecen los habitantes de estos cuatro pueblos es un afectivo regodeo en el alivio que significa dejar de culpar a personas que, finalmente, han resultado estar todos del mejor de los bandos: el inocente.
Algo que no podrán hacer nunca los protagonistas de Shootball.
Shootball
Dos hombres, una misma situación de partida. Y decisiones completamente distintas. Eso es Shootball en una esencia no tan evidente como parece desvelar en buen inicio.
El bien contra el mal. El héroe contra un demonio disfrazado de ángel. Carnivàle (Íd., 2003-2005) se viene a la cabeza en un momento clave del documental, junto a una evidente reflexión: el abuso que denuncia Shootball no es exclusivamente sexual. Es institucional. Y no precisamente de una Iglesia a la que, por cierto, no se nombra directamente en ningún momento. Aunque su presencia sobrevuele todo el metraje…
El realizador construye su propuesta a modo de espejo de sus pensamientos: qué le llamó la atención de la historia, qué ha querido conseguir, y cómo lo ha hecho. El panel inicial, lleno de fotografías e hilos que las relacionan como si de una telaraña se tratase (una imagen muy de thriller detectivesco), se reinicia para identificar, uno a uno, a sus protagonistas. Y se agradece que se mantenga ese espejo narrativo también en la decisión de incluir material de rodaje: la preparación del micrófono para la entrevista, la revisión de las preguntas antes del inicio, el engaño “al diablo”, diciéndole que no se está rodando aún (para que el espectador pueda ver, y sentir, cómo éste está preparando su inmediata actuación)… Quizá la presencia del guionista y director es excesiva (abuso de su voz en off , o interrupciones poco aconsejables de los acontecimientos para hacernos partícipes de sus personales reflexiones – “es posible ahora os esté empezando a caer bien, a mi sí”). Quizá se hace muy evidente la falta de objetividad con respecto a lo que piensa, y quiere que piense el espectador. Quizá, también, sorprende, y no se da ningún tipo de explicación, que el equipo haya tenido acceso tan aparentemente abierto y cómplice con según qué personalidades. Pero estos “quizá” son perdonables, y asumibles. Porque si algo es Shootball, es un documental contrastado, doloroso, y necesario. Un gran ejemplo de investigación periodística, que avanza de forma ágil, natural, y atrayente. Un notable ejercicio que incluye altas dosis de creatividad narrativa para mantener la atención de su espectador, y que sí, juega con la música y el tempo para provocar algunas emociones y reacciones… ¿hay algo de malo en ello? No, si se engaña al espectador tan bien que se deja convencer fácilmente. De hecho, y en relación, también lo hace (y con alta maestría) Carles Bosch con Petitet: ¿cómo no empatizar con un hombre tan ilusionado con cumplir una promesa?
Pero antes hay que hablar de otro, por muchos desconocido, personaje. Uno a caballo entre el dolor de las víctimas del diablo de Shootball, y la alegría de los compañeros del peculiar rumbero. Un personaje creado y moldeado por el propio protagonista durante gran parte de su vida. Un personaje que esconde a una persona que no sabe si vive en una realidad propia o compartida con otros muchos, que no sabe si vive en una jaula de oro por las circunstancias, o por su propio sentimiento de culpa. Una persona, en definitiva, cuyo personaje no es menos impostado que el diablo de Shootball, pero que está despojado de la consciencia que a éste se le supone y, por tanto, es mucho más atrayente, y perdonable.
Como él mismo diría, seguramente sus pensamientos son fruto de una invasión. Y es que un espíritu se ha apoderado de su cuerpo. Estamos hablando de un príncipe que no es tal, pero sí lo es. Estamos hablando de The Prince and the Dybbuk.
The Prince and the Dybbuk
No es fácil acercarse a la figura de un hombre tan influyente en la industria del cine como la de Michael Waszynski. El documental podría haberse quedado en la superficie, mostrando exclusivamente el poder que alcanzó este príncipe polaco en la época dorada de Hollywood, y las relaciones que llegó a mantener con aclaramos directores, productores y actores de la época. Un documental para el recuerdo de una persona influyente. Cine dentro el cine, y poco más. No obstante, y muy al contrario, el film arriesga. Se adentra en la historia, y en la Historia. Nos descubre retazos de su diario personal, leyendo para nosotros algunos pasajes en voz en voz, mientras nos asombramos con la capacidad de enlazarlos con las imágenes de algunas de sus películas, pero también con cómo contrasta una información que Waszynski nunca permitió fuese cristalina yendo a buscar a posibles familiares y amigos de la infancia.
De esta forma, The Prince and the Dibbuk no únicamente deja entrever un gran trabajo de documentación, recuperando tanto imágenes de archivo de la convulsa época como escenas de los films dirigidos directamente por el aristócrata en su país natal y Estados Unidos, sino que, mucho más interesante, cruza imágenes y conceptos para poner de manifiesto que Historia, pensamientos personales y fotogramas sellados con su autoría se relacionan hasta un nivel personal extremo. Narrado con una poética arrolladora, sabremos que el príncipe resultó ser el hijo de un herrero; que el polaco resultó ser ucraniano; que el católico era judío; que el felizmente casado con una gran heredera italiana era un homosexual reprimido… que Michael Waszynski era Moshe Waks, en definitiva. Y que toda su transformación, todo ese personaje inventado, se empieza a gestar ya en Polonia… y él nunca estuvo del todo conforme con ello. Pero sólo a nivel inconsciente.
El autoengaño llevó a Moshe a creerse sus mentiras, pero en el fondo de su alma sabía que lo eran. Unas mentiras, y remordimientos, que no llegaba a manifestar abiertamente ni en su propio diario, precisamente por no reconocerlos como tal, sino que se convertían en atormentadas sentencias, cuestiones sobre su propia existencia (la vida y la muerte, y la capacidad de seguir existiendo). El uso repetitivo del fotograma de Dibbuk para mostrar la dicotomía existente en su mente es fascinante, y arrollador: el espíritu del amante que vive dentro de su amada es reflejo directo del hombre que se siente mujer; el espíritu de un judío ucraniano atrapado en el engaño de un católico polaco; el espíritu de un humilde trabajador atrapado en el cuerpo de un falso pero ansiado aristócrata… el espíritu de un creativo cuya imaginación y ansias de vivir, y amar, se ve atrapado en el cuerpo de un hombre que no existe.
El documental no es de consumo exclusivo para amantes o estudiantes del mundo cinemátográfico y su historia reciente. Es casi de obligado visionado para cualquier persona que quiera descubrir cómo describir a un hombre, cualquier hombre, en cuanto al manejo personal de sus dudas, fantasías, orgullo, remordimientos, e imaginario. Es un film tan ambiguo como la propia naturaleza del ser humano, y es realmente fascinante por ello.
Y por ello, también, resulta muy curioso poder comparar el ambiguo autoengaño de Moshe, y cómo éste afronta y equilibra su particular sufrimiento y objetivos, con el de Petitet.
Petitet
Lo decíamos al inicio de este texto: Petitet es el ejemplo del documental que avanza fresco y agradable, que combina drama con comedia comedida, que a ratos se vuelve casi épico… y cuya historia querría poder ser compartida por muchos de nosotros. Petitet, a golpe de recursos tipo busto parlante (en un blanco y negro que ofrece la posibilidad de acercarse a la intimidad del que habla, acelerando la empatía), mezcla de imágenes en un mismo fotograma para revisar pasado y presente (un recurso que recuerda mucho a 30minuts), o cámara en mano para acercarnos a la acción, sigue a este personaje, no tan extremo como el príncipe Michael pero suficientemente auto-exagerado como para sentir cierta atracción por sus ideas y propuestas, y nos hace reflexionar sobre nuestros propios valores y creencias, nuestras raíces y convicciones, nuestro perfil relacional, y nuestras metas en la vida. Ahí es nada.
Porque Petitet prometió a su madre que llevaría la rumba al Liceu con una orquesta sinfónica, y tras su muerte, y gracias a su empeño y tenacidad innata, lo consigue. Porque Petitet, gracias a su personalidad arrolladora, es capaz de movilizar a profesionales de la música y sentarlos a trabajar al lado de los caóticos amigos de la infancia. Porque Petitet es lo suficientemente inteligente como para saber cuándo algo o alguien no funciona y tiene que abandonar el barco, pero tiene suficiente mano izquierda como para no generar un problema. Porque Petitet reúne todas las características de un líder que a muchos nos gustaría tener, y de una persona que sabe gestionar sus emociones, y sus relaciones personales para armonizar el ambiente. Y eso, definitivamente, no es fácil. Entonces, Petitet recoge esta personalidad y sabiduría de su protagonista, y las vuelca en imágenes que hablan por sí solas, o en retazos de un diálogo que las constata. Sin conocer el final de la historia, Petitet monta un relato sobre el día a día, en el día a día. Sigue a un protagonista en el confía tan ciegamente como las personas que le rodean. Y acaba saliendo tan victorioso como su personaje.
Petitet es objetivo en su planteamiento (aunque peca de un uso excesivo de la música extradiegética para dramatizar algunos pasajes que no lo necesitan), limitándose a seguir a Petitet. De esta forma, es el espectador quien evaluará el grado de autoengaño del personaje y lo llevará a su propio terreno.U un autoengaño que, quizá, se puede traducir, simplemente, en eso de que “si no lo veo no existe”…
“Si no veo la enfermedad, no existe.”
“Si no evalúo racionalmente las posibilidades de éxito y fracaso previamente a pensar una estrategia para conseguir el objetivo, será más fácil improvisar.”
“Si actúo como yo soy, los demás me aceptarán”.
Esta actitud frente a la vida es la que muchos necesitamos tener pero, ya no sólo por nuestra personalidad o creencias, sino que también por las profundas marcas que nos dejan algunas vivencias, reprimimos estas ansias de ser nosotros mismos. Recodemos Experimento Stuka: ¿de verdad aquellos inocentes niños pudieron ser en su edad adulta aquello que se imaginaban de pequeños? Vivir una guerra debe ser terrible… y tenemos que ayudar. Todos, y entre todos. Hablemos de Miss Kiet’s Children.
Miss Kiet’s Children
Un documental es mucho más efectivo cuando sabemos que lo que se presenta es lo que es. Ni música dramática que acompañe las imágenes, ni realizadores que se ponen delante de la cámara, ni voz en voz que refuerce lo que se está mostrando. Y una o dos cámaras rodando todo lo que pasa frente a ellas en una sala, en un aula, son suficientes para transmitir claramente el mensaje que quiere abordarse.
Miss Kiet es profesora de niños pequeños, en una clase en la que se juntan refugiados de diversas edades, que conviven con niños del país, una Holanda que nos da mil vueltas a la hora de pensar en cómo afrontar esta situación.
Porque un niño refugiado puede despertarnos lástima, pero no debemos sobreprotegerlo. Requiere de nuestra atención, pero no mucha más que la de otro niño. Sólo considerándolo igual que otro es posible enseñarle que la adaptación está, también, en su mano. Y Miss Kiet es excelente en la tarea.
Los directores se centrarán en algunos niños con personalidades muy dispares para mostrar cómo la profesora lidia con ellos. La niña que pega a otros niños en el patio, que quiere imponer sus ideas, se controla a base de explicarle muy seriamente cómo debe actuar, poniéndola a veces en evidencia delante de la clase para que comprenda que lo que hace no está bien. Seguramente, la personalidad de esta niña sea dominante, pero seguramente, también, el vivir una guerra y haber visto algunas situaciones extremas le haya hecho pensar que debe mostrarse fuerte para ser respetada. Y finalmente, a medida que avanza el metraje vemos la evolución de una niña que pega para ser querida… y que acaba dándose cuenta de que en absoluto hace falta.
Como este, seguimos varios ejemplos. La profesora hace que sean los propios niños los que se ayuden entre ellos para hacer los deberes, no permite otro idioma en clase que no sea el holandés desde el primer día (es la única forma de agudizar todos los sentidos), busca soluciones para que todos jueguen juntos, aunque al niño pueda parecerle vergonzoso… Les trata, básicamente, como a cualquier niño holandés. Como a cualquier niño. Porque los niños son niños, y tratados con amor, equilibrado con distancia y respeto, pronto se convertirán en grandes personas.
Personalmente, del documental sólo me molesta una cosa: el tipo de plano escogido para rodar dentro del aula. Entre el plano medio y el primer plano, posiblemente para acercar nuestra mirada en exclusiva al niño en el que se quiere que nos fijemos, da la sensación de que les invadimos en su inocente intimidad. Una intimidad que aún necesitan proteger celosamente, más con las duras situaciones que han debido experimentar. Tratándose de un documental tan objetivo, tan “esto es lo que es”, se me antoja mucho más relajado un plano más abierto, que nos permita, como espectadores, ser verdaderamente observadores, tanto del niño y su comportamiento como del entorno que le rodea. La objetividad real se ve truncada cuando el espectador no es libre de poder recorrer con sus ojos la pantalla y tener la posibilidad de relacionar todo lo que sabe ocurre en ese momento, en ese lugar. Se pierde perspectiva, y es un flaco favor al conjunto del film. Quizá, en este caso, el autoengaño con encontramos en la dirección: “somos objetivos, pero mira sólo esto para hacerte la idea de la vida del niño refugiado en un entorno amigable”.
TRAILER – Experimento Stuka (Íd., Pepe Andreu, Rafa Molés, España, 2018, Sección Oficial – Latitud):
TRAILER – Shootball (Íd., Fèlix Colomer, Cataluña, 2017, Sesiones Especiales):
TRAILER – The Prince and the Dybbuk (Íd., Elwira Niewiera, Piotr Rosołowski, Polonia/Alemania, 2017, Sección Oficial – What the Doc):
TRAILER – Petitet (Íd., Carles Bosch, Cataluña, 2018, Inauguración):
TRAILER – Miss Kiet’s Children (Íd., Petra Lataster-Czisch, Peter Lataster, Paises Bajos, 2016, Sección Oficial – Panorama):
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