#BCNFilmFest2019N1 (egoísmo, y desorientación)

#BCNFilmFest2019. Egoísmo, y desorientación: de cowboys y suicidas. De pelucas y conciertos.

 

Rojo (Íd., Benjamín Naishat, Argentina/Brasil/Francia/Holanda, Alemania, 2018, Fuera de competición)
Litus (Íd., Dani de la Orden, España, 2019, Película de inauguración)

 

Las cosas no van bien, y uno se encierra en sí mismo.

Las cosas no van bien, y uno decide qué es lo mejor para los demás.

Las cosas no van bien… y ya no sabemos cómo denunciarlo.

 

El primer día del BCN Film Fest 2019 nos encontramos con dos films aparentemente muy distintos, pero que se focalizan en un mismo concepto: el estar desorientado. De hecho, comparten punto de partida: el egoísmo, y el suicidio…

La desorientación puede ser consecuencia del agobio personal, y causa del no saber, o no atreverse, a pedir ayuda. El agobio puede haberse originado, inconscientemente, por la desorientación a la que nos somete el entorno. A nivel social, político, económico. La desorientación saca lo peor del ser humano, el egoísmo. A veces éste es inofensivo. A veces…

 

Rojo

 

Treinta minutos para acabar (brillantemente) de presentar los títulos de crédito con un film que abre con un intrigante plano fijo en el exterior de una vivienda de la que salen varias personas llevándose muebles apresuradamente, seguida de la incómoda y cruda escena en un restaurante, que esconde más significado del que aparenta:

Un hombre increpa a otro que ocupe una mesa sin consumir nada mientras él tiene que esperar turno. El que está esperando le da la razón, y le cede el puesto, para poco después, desde la tranquilidad del que se considera superior, ponerle en evidencia ante todos los presentes…


A partir de ahí, el film avanza entre thriller y film noir, para seguir con crípticos planteamientos que rozan el humor absurdo combinados con situaciones al borde del surrealismo, reforzadas por un montaje sorprendente (muy apoyado también en el sonido), que arropa un guión inteligente que se aleja de centrar abiertamente su discuso en la política para hacerlo, completamente, desde el punto de vista social.


Y es que Rojo tiene dos lecturas: la primera, la que se esconde tras la aparente vida cotidiana, es la situación política de una Argentina desorientada a mediados de los años 70, tras la Revolución argentina, y en su año clave: 1975. Una situación que, obviamente, afecta a su población. Algunos siguen rigiéndose por las pautas de la última dictadura, aprovechándose de su privilegiado status, o manteniéndose en la sombra, en la rutina, para seguir gozando de buena posición. Otros, ven la oportunidad de abrirse al mundo, pero manteniendo un totalitario control (magistral escena esa de la visita de los cowboys y la amenaza al periodista). Argentina estaba en pleno cambio, y aún no sabía cómo iba a acabar… a peor. El problema es que es una situación que estamos, lamentablemente, viviendo en bucle…

El hombre que espera tranquilamente en el restaurante representa a la clase media-alta de una Argentina ahora caduca, que muy bien podemos identificar con la de cualquier otro país (el nuestro sin ir más lejos…). El que pide su lugar, al que más adelante se le llamará despectivamente “el hippie”, es, precisamente, el hombre de izquierdas, también de clase media, que se ve sometido al yugo del momento político, y que en cuanto decide protestar, es arrinconado, “asesinado”, para que otros puedan seguir adelante impunemente… el “rojo”, que también representan otros protagonistas del film… simplemente molesta ya no sólo al Gobierno, sino también a los que prefieren ocultarse y no llamar la atención para no ser detenidos, ni asesinados.

Así que Rojo se centra en demostrar, a través de personas con las que pdoemos identificarnos, con las que convivimos en nuestro día a día, en por qué el país acabó sumido en una espiral de silenciosa violencia. Y esta es la segunda lectura: el llevar la desazón social al individuo concreto. El presentar cómo la suma de abogados egoístas, amigos que piden ilegales favores, hippies desquiciados, hijos inocentes (con medias rojas, o guitarras), y niños que crecen con la maldad aprendida de sus padres, llevan al país al precipicio.Que la película se desarrolle centrándose en el “doctor”, en el abogado, y su entorno, es todo un acierto para la denuncia que esconde: el hombre al que todos conocen se siente impune, capaz de salirse con la suya, siempre. No obstante, la cambiante situación, el “apremio” rojo y su ya hirviente respuesta política, le hace temblar sus cimientos. Qué mejor forma que mostrarle en su ocio (viajes de placer, juegos de mesa con amigos) acompañando las inocentes y comunes imágenes de estridente música que refleja su interior… El abogado no las tiene todas consigo, pero aparenta tranquilidad. Y sabiduría. Y superioridad. Hasta el final. Igual que su mujer, esa que bebe agua en una taza de café para aparentar, también, que está de acuerdo con todo y todos los que la rodean, imitando sus costumbres, reproduciendo lo que se espera de ella. Por otro lado, los dos desenlaces, equivalentes también a las interpretaciones personal y social, son fascinantes: la que hace terminar Rojo en el mismo desierto en el que nos emplazaba al inicio, con un diálogo tan irracional como previsible (sí, sólo faltaba meter a Dios en todo el embrollo) entre el investigador privado (ex policía y, por tanto, con una mentalidad que forzosamente debe “esconder” falso progresismo… que resuelve el caso tal y como se haría a partir de entonces en el país) y el abogado, que al lado de la “autoridad” se torna tan vulnerable como el “hippie”; y el que incluye esa desternillante peluca “escondida” entre el público, como si el disfraz borrase todo el pasado, presente y futuro del egoísmo. De la desorientación. Del acto criminal. De la dictadura.

Y sí… resulta que lo borra.

No deja de ser “curioso” que se haya proyectado Rojo el día del primer debate de los candidatos a la presidencia en España.

Rojo sangre, rojo política, rojo traición…. El guión es inteligente, igual que la puesta en escena. No sólo el film rezuma la estética de la época, tanto en cuanto a vestuario como en formato y textura de la imagen, sino que destaca por decidir una posición de cámara que sitúa en la mayoría de ocasiones al espectador por encima del abogado, en ligero contrapicado. El espectador entonces se siente observador objetivo, sí, pero también juez: su privilegiada visión le da el poder de decidir sobre el futuro del abogado… para luego arrebatárselo o, mejor, dicho, presentarle que aún le es posible, que nunca es tarde, identificar y denunciar el terror entre la multitud… porque una peluca, un eslogan o una pancarta con mensajes confusos, o contradictorios, no pueden seguir engañándonos. Acallándonos. Rebelarse para conseguir avanzar.

Rojo, presentada fuera de competición, abría el BCN Film Fest 2019 para prensa y dejaba muy alto el listón para la película inaugural, Litus. Y, sin embargo…  El egoísmo de su protagonista que decide tapar su despreciable acto para su beneficio propio (y de su “partido”, y de sus aliados), es equivalente al del que encubre su acto, dice, por el bien de los otros. Vamos, entonces, con Litus.

 

Litus

 

El film, que se basa en la homónima obra teatral, parte de una premisa con la que el espectador puede empatizar rápidamente: una reunión de amigos para recordar al que les dejó recientemente. Cada uno con una personalidad, cada uno con un objetivo concreto, cada uno con mejor o peor suerte tras la tragedia… todos acaban por ponerse en manos del fallecido, Litus, omnipresente sin aparecer en ningún momento, para evaluar sus propios actos y decidir sobre su personal futuro. Cómo se llega a esta catarsis, el camino a la redención propiciada por las cartas que el fallecido, supuestamente, ha dejado a cada uno de ellos, es lo interesante de la propuesta.

Litus se centra en ubicarnos rápidamente en el pasado y presente de sus personajes y desarrollar su carácter para facilitar la autoidentificación, siendo un retrato fiel de una actual sociedad más preocupada por lo que piensen los demás que por lo que uno mismo se auto-valora. Alusiones sin fin a instagram y sus filtros, al desprecio hacia los que se cruzan fugazmente en nuestro camino y sólo nos sirven como marionetas para nuestros egoístas propósitos, o a la falta de comunicación entre amigos y parejas que destruyen poco a poco los (débiles) vínculos que intentan crear. Como no podía ser de otra forma, las notas cómicas son necesarias en este drama, así como la agilidad para pasar de un tema a otro, de un estado emocional a una mirada que lo contradice… ahí es donde la película puede aportar más que el teatro…

… porque es verdad que Litus no aprovecha las bondades del arte cinematográfico por encima de las del teatral para exponer su historia, más allá de poder incluir exteriores o, lógicamente, primeros planos, uso del plano/contraplano y distintas ubicaciones dentro de la casa. Podríamos preguntarnos si los flashbacks ayudarían. Quizá, aprovechando la exponencial opresión sentida por los protagonistas, podría haber hecho del espacio también un personaje (además, se trata del piso de Litus, que se ha conservado tal cual lo dejó hace seis meses… el thriller estaba servido si así se quería). Quizá emplear estas técnicas hubiese llevado el drama a un nivel superior…  pero seguramente no. Hubiese sido pretencioso, perdiendo el foco en el grupo.


A veces, es mucho mejor mantener la simplicidad de lo que funciona antes que adornar con tecnicismos innecesarios. Y el guión de Litus funciona, y Dani de la Orden lo ha sabido potenciar notablemente para la gran pantalla, ayudado por una generación de actores entregados a sus personajes…


Porque Litus trata de reforzar a los supervivientes. De dar herramientas para intentar seguir, mirar hacia adelante. Entre filtros y fotos a la comida. Pero Litus también pone de manifiesto que no debemos desestimar el daño que este momento social está haciendo en las nuevas generaciones, esas que cuentan con miles de parados sin un propósito claro, que son felices con sus redes sociales y con su vermut. Englobándoles a todos en el mismo saco estamos obviando a los que esta superficial vida les está haciendo sufrir, sin motivo aparente. Y encima, nos preguntamos: ¿por qué no son felices, si se lo damos todo?

Es aquí, y en concreto basándome en el cierre del film, donde se me antoja comparar el concierto de Litus con la peluca de Rojo: los protagonistas hacen introspección, se perdonan, se abrazan. Se mezclan en la multitud que va a escuchar cantar al último músico comercial de moda. Se ponen su particular peluca para pasar, nuevamente y tras el indeseado terremoto, desapercibidos. Algunos se la ponen sin reparo, auto-creyéndose que han superado la difícil penuria. Otros se muestran incómodos, pero aceptan seguir ahí, con la cerveza en la mano, abrazados a los amigos de siempre que por fin ¿vuelven a serlo? y coreando la canción principal, esa que, para más inri, compuso el propio Litus. Pero Toni, el hermano mayor de Litus, el promotor de la farsa, les mira desde la distancia. Igual que el espectador de Rojo observa al abogado sentado en su butaca del teatro. Toni se da la vuelta, decide no formar parte. Su egoísmo, su necesidad de propia superación, le ha llevado a orquestar una situación que se le ha escapado de las manos y no comparte, y no le dejan compartir. Toni, en verdad, decide no callar, no dejar que la falsa paz ahogue la verdad del por qué de la reunión. E invita al espectador, como el director de Rojo al enfocar en primer plano al abogado y su evidente peluca, a hacer lo mismo.

 

 

  TRAILER – Rojo (Íd., Benjamín Naishat, 2018, Fuera de competición):  

 

TRAILER – Litus (Íd., Dani de la Orden, 2019, Película de inauguración):  

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Apasionada del cine y en especial del subgénero de viajes en el tiempo, estudia un Máster en crítica cinematográfica (2008-2009) y se convierte en redactora en El Espectador Imaginario hasta 2011, año en el que cofunda Cine Divergente. Redactora en Miradas de cine desde 2013 y cocoordinadora de su sección de Actualidad desde 2016, además de ser miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y Escritura Cinematográfica) desde 2014 (y de su Junta de 2015 a 2019), en los últimos años ha publicado críticas y ensayos cinematográficos, cubierto festivales, participado en programas radiofónicos especializados y colaborado en los libros 'Steampunk Cinema' (Ed. Tyrannosaurus Books, 2013), 'Miradas: 2002-2019' (Ed. Macnulti, 2019), 'El amor en 100 películas' (Ed. Arkadin, pdte. publicación) y 'David Fincher: autoría líquida' (Ed. MacNulti, pdte. publicación). Ahora, y tras cursar un Máster en Gestión Cultural (2016-2018, UOC)- y un Máster en Filosofía (2020-2022) para obtener una visión completamente holística y complementaria también a sus estudios de Ingeniería, amplía sus textos críticos más allá del cine, entrando también en la ficción, y quiere demostrar que "la" realidad no existe y es producto de nuestra imaginación.

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