#Americana2019N5. Inocencia: de cómo se pierde, y del porqué de su relevancia
We the Animals (Íd., Jeremiah Zagar, USA, 2018, Tops)
Minding the Gap (Íd., Bing Liu, USA, 2018, Docs)
La inocencia es uno de los más preciados tesoros que el ser humano debería conservar. Permite dar rienda suelta a la imaginación; probar siempre cosas nuevas sin temer las consecuencias; eliminar o, directamente, desconocer los filtros sociales (léase prejuicios, miedo al ridículo, o al castigo)…
La inocencia no debería perderse nunca, pero nuestro intrínseco carácter provoca cierta imposibilidad en esta utópica petición. Así que, al menos… la inocencia de un niño debería conservarse mientras está en sus mejores años de aprendizaje, para que le permita descubrirse a sí mismo, conocer sus límites, y escoger, sin presiones, qué quiere hacer con ese valor tan preciado que es venir a este mundo.
We the Animals y Minding the Gap nos acercan a chicos que perdieron demasiado pronto esa necesaria inocencia.
We the Animals
Narrada desde el punto de vista del menor de tres hermanos, We the Animals, primer largo de Zagar, se acerca a una familia disfuncional en la que los tres pre-adolescentes deben superar la desestabilidad de su hogar manteniéndose unidos. La imaginación de Jonah será la que nos ayude a comprender sus deseos, sus temores, y su recién descubierta identidad… muy alejada a la de sus otros hermanos. Y esta es la clave de un film que crece tras su visionado.
Mezclando el realismo de las escenas más duras (con la cámara en mano a la altura de los ojos de los más pequeños, siguiéndoles por la espalda para que sintamos sus experiencias, o alejándola para captar planos generales que nos permitan conocer las condiciones en las que viven), con la animación de los dibujos con los que Jonah drena sus frustraciones (unos dibujos demasiado oscuros para un niño de nueve años, que representan desde violencia de género hasta la maldad que desprenden los que le rodean), e intercalando cierto grado de fantasía (esa cámara que sobrevuela el pueblo cuando Jonah se imagina volando, escapando de una realidad que no quiere compartir), Zagar consigue que el espectador obtenga una composición global y clara de las emociones a las que un niño que está creciendo en una familia disfuncional es capaz de enfrentarse.
We the Animals
Y es que el film, adaptación de la novela homónima, se atreve a mostrar, por un lado, cómo viven los niños la tóxica relación de unos padres. Dos escenas hielan la sangre: esa en la que están escondidos, jugando a qué respondería la madre a un padre que ha abandonado el hogar y la llamase por teléfono, y que empieza siendo una graciosa imitación de una disputa pero acaba mostrando el dolor sufrido por unos niños que se sienten abandonados; o la que comienza con un juego de hacer cosquillas al padre entre toda la familia, y termina con golpes al atónito hombre mientras sus tres hijos le gritan “¡eres malo, eres malo!”. Y por otro, a cómo un niño puede ser plenamente consciente de su identidad, aunque sea completamente distinta a la del entorno en el que está creciendo (esa cámara, los ojos de Jonah, mirando de lejos a unos hermanos con los que comienza a no sentirse tan a gusto porque actúan exactamente igual que su padre, condicionados también por el saberse no controlados – “aquí no nos conoce nadie”, dice uno de ellos tras salir corriendo al tirar piedras a los coches en marcha), y lo necesario (que debería ser) de encontrar el apoyo familiar para desarrollarse como equilibrado adulto (la figura materna, esa que no quiere que su hijo crezca para que no la abandone, se antoja relevante en el film… pero Zegar se encarga de erradicar cualquier esperanza).
We the Animals es un film necesario para comprender desde el sentimiento, y no la razón, la influencia de la educación y del entorno en los niños. Minding the Gap pretende algo similar, también…
Minding the Gap
Quizá uno de los aspectos más destacables de Minding the Gap sea que el director es uno de los principales implicados de esta su opera prima, tanto delante como detrás de la cámara, en la historia que desea plantear. Y es que el documental muestra cómo un grupo de amigos de uno de los pueblos más violentos del estado evolucionan a lo largo de los años, con la excusa de estar unidos gracias a la pasión que sienten por el skate.
Iniciando el documental con las imágenes de los auto-retos que se imponen para superarse a sí mismos, y el apoyo incondicional que los compañeros se muestran entre ellos para llevarlos adelante, Liu presenta a tres “personajes” principales, recupera los vídeos caseros de hace años que ya empezó a grabar con ellos, y lleva poco a poco el planteamiento hacia su verdadero propósito: primero, demostrar que el entorno en el que han crecido no les ha permitido desarrollar su desconocido potencial. Segundo, que ese mismo entorno condiciona la persona que uno puede llegar a ser. Y tercero, y más importante para el director, enfrentarse y expiar sus propios miedos para salir adelante.
Liu consigue sus objetivos simplemente acompañando a sus amigos de la infancia en su día a día, y descubriéndonos lo perdidos y poco preparados que están para enfrentarse a la vida adulta. Las imágenes de camaradería están muy bien contrarrestadas con las entrevistas a lo busto parlante que realiza para contrastar sus indagaciones, ya sea filmando a novias, padres o tíos de los protagonistas, y que demuestran que nunca hay que conformarse con una versión de los hechos. Gracias a este ejercicio descubrimos que el joven pero entregado a su reciente paternidad resulta ser un maltratador capaz de argumentar (eso sí, borracho), el porqué de la necesidad de pegar a su mujer, o el porqué esa misma mujer defiende que la hayan pegado, de la misma forma que la anterior generación de mujeres del pueblo lo hacen. El formato lo combina también con una cámara que le enfoca a él mismo haciendo entrevistas, principalmente cuando está “interrogando” a su propia madre, y descubriéndonos el sufrimiento del que no se esconde detrás del objetivo para obtener el resultado deseado. Así que a nivel formal el documental está muy bien equilibrado para mantener la atención el espectador y conseguir se interese por la vida de estos desconocidos…
Minding the Gap
… pero el problema del documental es, precisamente y tal y como abríamos la reseña de este film, que el director es uno de los principales implicados.
El último tercio del documental lleva a Liu a exponenciar el dramatismo a costa de un acelerado montaje que compara las tres historias y su diferente desenlace (muy efectivo, esa es la verdad), y de hacer sufrir a su propia madre y, en consecuencia, a él mismo, para demostrar el horror que ha sido su vida. Todo esto aderezado con una música lacrimógena que, lamentablemente, acaba expulsando al espectador. Así que el resultado, en lugar de encontrar la empatía y el reconocimiento completo, se antoja toda una manipulación de un espectador que acaba llevándose la sensación de que ha sido manipulado, encontrándose con un documental que ni es completamente objetivo, ni completamente emocional. ¿Es esto un error en Minding the Gap? En absoluto. Pero lastra, seguramente a un nivel inconsciente, la opinión del espectador.
TRAILER – We the Animals (Íd., Jeremiah Zagar, 2018):
TRAILER – Minding the Gap (Íd., Bing Liu, 2018):