#Americana2019N4. Autoengaño: de prejuicios e ilusiones
Tyler (Íd., Sebastián Silva, USA, 2018, Tops)
Damsel (Íd., David Zellner, Nathan Zellner, USA, 2018, Tops)
Ellos me odian, ella me quiere.
Experiencias pasadas, presión social, falta de contacto con “la” realidad…
Cuando uno no comparte las opiniones/valores de los que le rodean, puede reaccionar de cuatro formas distintas: imponer las propias; mirar hacia otro lado; ponerse a la defensiva; o intentar comprender la situación.
La última, claro… suele ser la menos recurrida. De las otras tres, encontramos ejemplos tanto en Tyrel como en Damsel. Y las dos cierran con un significativo retrato, además.
Tyrel
Que la sombra de Déjame salir (Get Out, Jordan Peele, 2017) enturbia (aún más) los pensamientos del espectador a medida que avanza el film es incuestionable. Que las intenciones de Silva son mucho más ambiguas, también. Y es el que director de aquella excelente La Nana (Íd., 2009), en la que nos adentraba en la vida diaria de una sirvienta a punto de perder su trabajo tras años de trabajar con una pudiente familia, se propone que nos fijemos ahora en el drama del día a día de una persona de color pero, muy inteligentemente, lo hace proponiendo una mirada alejada del abordaje al que estamos más acostumbrados: cuestionando el rechazo.
Con una cámara en mano (recurso principal durante absolutamente todo el film) que contagia la desazón del protagonista, Silva consigue un film continuamente incómodo, pero con un significado que varía completamente de inicio a fin. Comienza su propuesta con la reunión en una masía de varios amigos íntimos, todos blancos, introduciendo uno de ellos en el estrecho círculo a su personal amistad: Tyler. El único negro.
A partir de este momento, Tyler muestra una reunión de amigos, un guión, tan (supuestamente) banal como típica: comentarios homosexuales como forma de reforzar la masculinidad; alusiones sexistas sobre a chicas que no están presentes; infantiles juegos y retos, mucha maría… y chistes racistas.
Comenzamos a sentir la opresión de un Tyrel tan incomodado como la reacción que se ha conseguido en nosotros, espectadores: sabemos el chiste está fuera de lugar. Pero Silva continúa.
Tyler no encaja con el cumpleañero. ¿Es Pete racista, o sólo un weirdo?
Tyrel no quiere jugar con ellos. ¿Son los juegos exclusivos para un grupo con alto nivel de camaradería, o está siendo Tyrel demasiado snob, autoexcluyéndose del grupo sin motivo aparente?
Tyrel no está cómodo con la irreverencia religiosa que ha llevado al grupo a quemar retablos encontrados en la casa. ¿Están atacando a recién llegado porque saben él y su novia son creyentes, o es cierta la respuesta de su amigo (que no están en contra, sino que simplemente les gusta quemas cosas)?
Tyrel acude a la bebida para poder integrarse. ¿Tiene razón cuando espeta que los demás son unos “tacaños” con él a la hora de compartir, o está siendo él desagradecido y egoístamente individualista?
La incomodidad con respecto a los inconscientes muchachos blancos se torna, no hacia Tyrel, sino hacia los pensamientos de un espectador que no sabe si sentirse culpable por formar parte del “bando” del grupo, o por desconfiar del posible autoengaño que sufre un Tyrel al que tampoco podemos culpar. En una sociedad con un presidente como Trump, para el que ya se encarga Silva de posicionar su opinión con respecto a él … ¿es imposible que la reacción del muchacho sea ponerse a la defensiva? Seguramente no. Pero tampoco es defendible su reacción. ¿O sí?
Ahí radica la brillantez de Tyrel: nos obliga a elegir un bando, sin nosotros quererlo, y sin mostrar abiertamente sus intenciones. Y consigue que la selfie sea el fotograma más enigmático de todos, tanto para Tyrel, como para Pete y compañía, como para nosotros mismos.
Tyrel
Enigmático retrato… como el que cierra Damsel, la esperadísima vuelta de los hermanos Zellner, invitados de honor en este Americana 2019.
Damsel
Que el cine de los Zellner recuerda al de los hermanos Coen tampoco es noticia, y menos tras ese sentido homenaje que hicieron a Fargo (Íd., 1996) con Kumiko, the Treaure Hunter (Íd., 2014). Nuestro error sería considerar el cine de estos hermanos como copia del de los más conocidos, exclusivamente porque rezuma un sentido del humor similar a la hora de enfrentarse a los temas que tratan. Y es que la marca Zellner se distancia de la Coen en cuando podemos descifrar una intencionalidad en la que el absurdo y la sátira sobrevienen a la comedia, y la reflexión a la denuncia. Damsel no es ni True Grit (Íd., 2010) ni La balada de Buster Scruggs (The Ballad of Buster Struggs, 2018), sino que se erige con identidad propia al conseguir poner de manifiesto contradicciones de la más rabiosa actualidad. Contradicciones alimentadas por los propios guionistas y directores ya desde el inicio del film, con un mensaje, el baile de Samuel y Penélope, que alimenta el (hasta mucho más tarde conocido) autoengaño de él.
Robert Pattinson en continuo estado de gracia (la última alegría nos la daba con la inquietante High Life – Íd., Claire Denis, 2018) borda el papel de tonto enamorado que cruza medio oeste para rescatar a su amada de su secuestro, e inmediatamente pedirle matrimonio. Un hombre capaz de encontrar el regalo perfecto de bodas (un caballo en miniatura como los que siempre ha querido Penélope), de conseguir que un sacerdote le acompañe en un largo viaje hasta encontrar a su estimada, de hacer justicia disparando a los terribles captores de la indefensa mujer, incluso de hacerse con la aprobación de ser considerado un gran trovador…
La aparición de Samuel en la bahía se antoja de ensueño, oculta premonición de unos acontecimientos que tomarán una senda propia: la de poner de manifiesto que su vida es una ilusión. Ilusión a la que se aferra para dar sentido a su existencia.
Damsel
Samuel se cree perfecto, y cuida su imagen para que refleje esa convicción. Pero sus actos le delatan. La construcción del personaje es tan sólida como su interpretación: evasivas respuestas, torpes movimientos, ensayos de triunfales discursos… y un vestuario que resalta la falta de integración con el entorno en el que debe moverse. La breve interacción con los habitantes del pueblo en el que recoge al sacerdote es significativa: los Zellner presentan al tabernero y a uno de sus clientes como los típicos de los films del oeste, para rápidamente mostrar la humanidad que hay tras ellos, y que delata la fachada del recién llegado. Y, en contraposición a Samuel, la figura del reverendo, que desde antes de los títulos de crédito sabemos no es tal: si Samuel cree saber lo que quiere, Parson está tan perdido que se acoge, también, a una fachada prestada (incapaz, muy al contrario que Samuel, de auto-creérsela).
El viaje de ida hacia el rescate de Penélope revela varios de los cuestionamientos que los Zellner (el papel institucional de la religión – “soy un hombre que cree en el amor, soy una buena persona”-, que el dinero compre la felicidad…) pero los más importantes están por llegar.
El film se transforma, se convierte en otro en cuanto el relevo lo coge el personaje de Penélope. Damsel inicia entonces un literal viaje de regreso a la bahía inicial, avanzando como reverso a la llegada de Samuel, física y psicológicamente. Porque allá donde Samuel es la representación del embuste, Penélope actúa, siempre, segura de sí misma. Allá donde Samuel necesita ayuda para seguir, Penélope ni la quiere, ni la reconoce, ni la necesita. Allá donde Samuel se aferra a un futuro sólido únicamente en su imaginación, Penélope evita pensar más allá del aquí, y ahora.
Damsel
Al contrario del western tradicional, los Zellner escriben un rol fuerte para una mujer que debe sobrevivir en un mundo de hombres, demostrando su valía pero sin erigirla, tampoco, a la categoría de heroína. Porque Penélope ha alzado también una fachada, una coraza que la aleja de ser un personaje simpático. Pero…
…ni falta que hace.
Esta segunda parte sirve a los Zellner, también, para ampliar su abanico de cuestionamientos: la tergiversada visión de las tribus indígenas (personificadas, con gran sorna, en un hombre con refinados modales); el cansino papel de la familia política; la necesidad de estabilidad (esa absurda declaración del sacerdote a Penélope…)… Muchos interrogantes, y ningún posicionamiento por parte de un film que cierra el círculo volviendo al punto de partida: con la niebla, o ensoñación, del que parte en busca de su futuro. Pero con las ideas bien claras.
Contradicciones. Vidas espejo, afrontadas con ánimo y convicciones diametralmente opuestas. Y un mensaje final: una foto de familia.
Lecturas, las que se quieran. Ya lo respondieron así los propios hermanos Zellner durante el Q&A post-screening. Aquí nos quedamos con el símbolo de la complejidad de mantenerse unidos, de ser sinceros los unos con los otros, de no presuponer ni prejuzgar, de preguntar, de ayudarse, de…
TRAILER – Tyrel (Íd., Sebastián Silva, 2018):
TRAILER – Damsel (Íd., David Zellner, Nathan Zellner, 2018):