#Americana2019N3. Supervivencia: del personal fin del mundo, y de cómo aferrarse a la vida
Relaxer (Íd., Joel Potrykus, USA, 2018, Next)
Her Smell (Íd., Alex Ross Perry, USA, 2018, Tops)
Sin propósitos. Sin consuelo. Sin metas.
Cuando dudas de ti mismo y no encuentras en tu entorno ningún tipo de apoyo (sea esto cierto, o no), acabas sintiéndote inferior. Perdido. Sin identidad.
Acabas en un personal pozo.
Y puedes echar la culpa a que te faltó la figura paterna/materna, o a que querían más a tu hermano, o a que no has tenido oportunidades en una sociedad que prima los estudios y la competitividad, o a que por culpa de tus compañeros caíste en las drogas, o a que tartar mal a los demás es el resultado del precio de la fama.
Pero, al final… puedes decidir ir en busca de tu auto supervivencia. Para demostrar, y autodemostrarte, que eres capaz. Que eres valiente. Que eres único.
Sea cual sea el resultado.
Así que de ti depende, en primera instancia, que tu mundo pueda verse reducido a una sala de estar. O a una sala de conciertos.
Dos films tan diferentes como Relaxer y Her Smell acaban desarrollando una misma idea: aferrarse a la vida. Defender la propia supervivencia.
Relaxer
Con sus treinta y muchos, Abbie no tiene trabajo, ni amigos, ni personalidad. Pasa su tiempo aceptando los estúpidos retos que su hermano le plantea. ¿El último? No moverse del sofá hasta que consiga pasar el nivel 256 de Pac-Man. Tiene hasta la entrada en el año 2000 para conseguirlo. Es julio.
Y no se moverá. Ni nos moveremos.
La propuesta es arriesgada: hora y media encerrados dentro de una sala de estar, con una cámara que, siempre a la altura de la vista del protagonista, prefiere reducir al mínimo los cambios de plano para que no perdamos detalle de la prácticamente estática vida del “chico”.
Pocos medios, y muy buenas ideas. Tras la extraña introducción (que iremos comprendiendo a medida que avanza el film) que da paso al título de crédito, Relaxer comienza dos retos: el propio, y el del protagonista. Así que Vemos a Abbie intentando convencer a “amigos” para que le ayuden con su vida diaria (comer y beber, básicamente) mientras él intenta conseguir, esta vez sin hacer trampas, demostrar que es capaz de finalizar algo. El desfile de compañeros, amenizado también con la llegada del casero, no tiene desperdicio: el director muestra en poco más de 40 minutos una micro-sociedad en la sala de estar, reflejo de la que puede ser la vida de cualquiera de nosotros. De esta forma, encontramos al que como finalidad básica pretende saberse superior al protagonista; al que busca más la propia atención que el soporte al amigo, y que sirve a nuestro protagonista para compararse, y actuar en consecuencia; al que arrimará el hombro sólo cuando Abbie le ofrezca recompensa… Y, que finalmente sea ayudado con total desinterés (y un poco de pena) por la persona a la que no quería ni abrir la puerta… es, simplemente, brillante.
Porque así es la vida. A veces los prejuicios nos ciegan. A veces, creemos que autoprotegiéndonos con una espesa coraza invisible (aka gafas 3D), nos convertimos en invencibles.
Relaxer
Y, paralelamente a estos fortuitos intercambios sociales, Abbie, Relaxer, avanza por la vida tomando sus propias decisiones, que no dejan de ser constataciones para el espectador de que todos, en algún momento, debemos tomar las riendas de nuestra vida, de la forma que mejor sepamos (o las normas sociales acabarán por imponerse). Pistas, varias: cómo llegamos a desechar nuestras convicciones cuando nos sentimos acorralados (“te odio”, en boca del que se había quejado previamente de esa expresión); cómo podemos dejarnos arrastrar por ideas ajenas, cuando no somos capaces, o no queremos, enfrentarnos nosotros mismos a los problemas (el reto es el gran ejemplo ilustrativo); cómo preferimos confiar en la fe como resolución a nuestros problemas (el intentar acercar el vasdo gracias a “la fuerza”); cómo, con tal de no salir de nuestra zona de confort, nos autoconvencemos de que estamos bien tal y como estamos (“me estoy relajando”, como respuesta evasiva a no haberse levantado del sofá ni cuando nadie está mirando)… Pero, por perdidos que estemos, sabemos, y nunca es tarde, lo que no queremos ser (el que se auto-reta a beber litro s y litros de coca-cola). Y podemos aferrarnos a una esperanza, aunque sea remota, para seguir (el reencuentro, tras la victoria – con consecuente transformación hacia la imagen de Jesucristo, irónico paralelismo contrario a lo que se está defendiendo en el film – con un padre desaparecido… que como doble lectura puede representar tanto el éxito como la muerte).
Aferrarse a una esperanza. A encontrarse a uno mismo. A aceptar la propia identidad… aunque sea pasando por otra.
Abbie, de joven sin futuro a Jesucristo, y a hijo que ha superado un reto que nadie esperaba. Becky, de hija de inmigrantes a estrella del rock, y a devota madre, y amiga. Her Smell nos ha dejado un poco descolocados, esa es la verdad.
Her Smell
Ross Perry vuelve al Americana Film Fest, que ha apostado por él, con muy buen acierto, desde sus inicios. Y vuelve con un film, de nuevo, que puede calificarse entre tardío y atemporal, dicotómico calificativo que ya nos arrancó Golden Exists (Íd., 2017) en la pasada edición, Americana 2018. Porque la caída de una estrella del pop puede sernos tan alejada y conocida como cercana y con necesidad de ser descubierta… para compararla con nuestras propias necesidades. Como las de Abbie. Como las de todos.
Perry vuelve a trabajar con su actriz fetiche, una Elisabeth Moss camaleónica que en esta Her Smell será criticada por muchos por parecerles una exagerada interpretación, cuando lo que en verdad hay que destacar son los matices que aporta a su Becky, equilibrando histeria drogadicta, neurosis y desconfianza, con timidez, miedo al rechazo y auto marginación. Y utiliza su talento para transmitir, quizá, un arrepentimiento personal: el de renegar de las raíces.
Porque debe pasar más de hora y media de metraje para que nos demos cuenta de la verdadera denuncia del director: hora y media en la que ha primado una cámara en mano temblorosa, que parece quiera absorber el alma de todos a los que consigue registrar en esos momentos frenéticos pre-concierto (con excelente diseño de personajes, con mención especial al del manager, interpretado por un Eric Stoltz en estado de gracia), y que nos inmersa en el excéntrico mundo de una Becky fuera de sí. Y es entonces, tras largos planos secuencia en los que la cámara se ha separado apenas quince centímetros de la cara de la cantante, su ex marido e incluso el chamán-guía de la cantante… cuando ella por fin, decide pronunciar el nombre completo de su madre. Y comprendemos su (poco defendible) actitud.
No es nueva la combinación cámara en mano actual -imágenes en formato 4:3 del inocente pasado del grupo de adolescentes dispuestas a comerse el mundo, pero sí atractiva para mantener nuestra atención, al igual que el cambio de temblorosa cámara en mano a cámara estática en función de la “sobriedad” de la en que se centra. Pero resalta, y mucho, el cambio entre esa época “actual” en la que Becky no tiene control personal, en comparativa con la post-adicciones: de los rojos oscuros y difuminadas imágenes cámara en mano, a los brillantes, cálidos y estáticos planos de una mente tranquila, relajada y segura de sí misma, que se ha encontrado a sí misma y que reconoce lo más preciado que le ha dado la vida: su hija. Así que Perry experimenta en su Her Smell no con enrevesados guiones destinados casi exclusivamente destinados a hipster culturetas (recordemos la maravillosa Listen Up Philip – Íd., 2014), sino con la transformación formal de su propuesta, y apuesta por explicar lo que parece más bien un cuento de auto-superación que un relato intimista generacional. Algo que serái loable, si no fuese porque, lamentablemente, en eso se convierte Her Smell: si comprendíamos el lento tempo de la parte inicial de denuncia… acabamos por aborrecer lo que parece ser una narración pro-auto-ayuda, con un “clímax” de más de veinte minutos en el que un impostado y cutre buen-rollismo (la canción de cierre parece de patio de colegio) impregna la pantalla. Y, conociendo la filmografía del director, se nos antoja, quizá como salvavidas, pensar que es incluso una burla a este tipo de films (comparable al desafortunado remake, por auto-vanagloriarse, Ha nacido una estrella – A Star is Born, Bradley Cooper, 2018). Pero la verdad es que parece que no. Y es una pena.
TRAILER – Relaxer (Íd., Joel Potrykus, 2018):
TRAILER – Her Smell (Íd., Alex Ross Perry, 2018):