Gook: tangentes.
“Son lemas de guerra, Sr. Motss. Recordamos los lemas, ni siquiera podemos recordar las jodidas guerras.”
La cortina de humo (Wag the Dog, Barry Levinson, 1997)
Rodney King: taxista estadounidense agredido por cuatro policias de Los Ángeles el 03 de marzo de 1991. absueltos el 29 de abril de 1992
Tangente: Recta que toca en un punto a una curva o una superficie.
Gook: término peyorativo usado para describir a un coreano, que se remonta a una confusión/falta de empatía de los americanos durante la guerra, obtenido de la pronunciación coreana de su país, Hangook.
Primera generación de coreanos nacidos, o crecidos, en América. Unos padres ilusionados con poder dar una buena vida a su incipiente familia. Unos padres con ganas de trabajar y aportar su granito de arena a un sueño americano que se han hecho suyo.
América, Mi Gook.
Una gente inocente, de mente agradecida, que se topa inesperadamente con estratos sociales que no pueden creerse ya nada de lo que le venden ni políticos, ni jueces. Y cuya rabia se transforma en una frustración que, por no saber hacerlo de otra forma, sólo se libera a base de tratar a otros como se les trata a ellos mismos.
Blancos. Negros. Latinos. Coreanos. Este es el orden de la repulsa.
América, Mi América, se convierte en completo desprecio hacia el que pide una oportunidad.
Gook. Idiota.
Dos hermanos americanos/coreanos malviven de forma más o menos legal vendiendo zapatos de mercadillo en las afueras de la gran ciudad. Uno quiere ser cantante de r&b. El otro, simplemente, tener una vida sin problemas, sin tener que estar continuamente alerta por si un coche se para y sus pasajeros bajan para pegarle una paliza, porque sí. Los dos sienten un gran afecto, convertido en sobreprotección, hacia Kamilla, una niña de color que les entrega también todo su cariño. Más incluso que a sus propios hermanos, tan cegados con su mala suerte respecto a su posición social que han descuidado lo más preciado: la familia.
Gook es un film complejo. Intenta, de forma tangencial, exponer una verdad acallada, que se divide en varias realidades: la primera, que los medios sólo potencian lo que les interesa potenciar (ya lo describía Levinson, por ejemplo, con su genial La cortina de humo). Y, en concreto, la guerra social que interesa a los medios es la lamentable e inexplicablemente eterna blancos contra negros, negros contra blancos. Pero hay más guerras, muchas más. Igual de dolientes, pero sin una voz que las defienda.
Porque la personalidad de los que la sufren es muy distinta a la de los que la perpetran.
Y así entramos en la segunda realidad.
Justin Chon expone de forma amable un problema que persiste: el acoso, no magnificado pero sí continuo, a las minorías silenciosas. Esas que, por histórico, nunca se atreverán a rebelarse.
Y el histórico es la tercera realidad que Chon denuncia: generaciones llenas de odio, que hacen perdurar en el tiempo reivindicaciones (que, en verdad, ni saben de dónde vienen), en lugar de construir conjuntamente. Esta realidad histótica está genialmente presentada con una única escena: Kamilla bailando alegremente con los dos hermanos en la tienda de zapatos, ajenos, todos ellos, a los problemas económicos. Ajenos al mundo, al odio.
El blanco y negro potencia la gravedad de los acontecimientos (entendiendo como “acontecimiento grave” no los disturbios, sino las palizas sistemáticas), y no deja de ser un guiño a la cortina de humo que enmascara la realidad de los coreanos. La cámara en mano, recurso muy utilizado durante todo el film, se traduce en cercanía, y reivindicación (parece que nos invite: “vive lo que estamos viviendo diariamente, siente lo que sentimos diariamente”). La alusión, a modo de speech de un hombre reconvertido (el personaje, y mensaje, de ese abuelo coreano recuerda a ese Gran Torino – Íd., 2008 – de Clint Eastwood), a que los mayores están más preparados a perdonar y olvidar que esa generación intermedia, perdida (representada por el hermano de Kamilla), es el contrapunto básico a la soterrada petición de ayuda del director, que ruega a esa generación que no siga influenciando a las venideras (Kamilla). Esas que, sin pejuicios, sólo ven a personas y no colores, o guerras perdidas.
Gook peca de querer tocar la fibra del espectador con recursos demasiado tradicionales (hay momentos en los que la mejor música extradiegética es un silencio diegético), o intentando remarcar escenas ya digeridas, pero en su conjunto se agradece una aproximación poco usual. Y es que potenciar un problema histórico, y racial, apoyándose y enmarcándolo en otro mucho más conocido por el potencial espectador es, aunque no original, sencillamente brillante.
Gook ha sido la película de inauguración del Americana 2018 y, tars su visionado, es imposible no pensar, sonriendo, que ha conseguido ya un público que le conoce. El Americana Film Festival crece, pero siempre siguiendo una línea acorde con sus principios. Abrir con este film… sólo demuestra su valentía, y reafirmación de valores. #feslindie
TRAILER – Gook (Íd., Justin Chon, 2017)