Los cerdos son verdes: un pequeño divertimento
—Los cerdos son verdes.
—¿Disculpe?
—De donde yo vengo, los cerdos son verdes. Pero el jamón es de calidad. Como el de Bellota de este, tu país.
—Ajá…
—¿Te apartas? ¿Es que no tienes curiosidad en saber de dónde vengo?
—Mire yo… me quedan cinco paradas, y quiero terminar el capítulo. No quiero problemas…
—¿Qué problemas? Vengo de Alfa Centauro. Y sí, allá también hay cerdos.
—Ajá…
—¿Ajá? ¿En verdad es tu única respuesta? ¿No se te han agolpado infinidad de pre-guntas? Como… yo qué sé, ¿por qué cerdos?
—Está bien, por qué no. Ya guardo el libro. Juguemos…
—¿Jugar? ¿Ahora?
—No bueno, quiero decir… en fin. Quizá la pregunta más lógica es: ¿qué hace usted aquí en la Tierra?
—¡Claro! ¡Investigación! Pues he venido a por más especies. Allá nos hemos quedado sin unicornios.
—Pero los unicornios no existen…
—¿Cómo? ¿Qué? ¡Claro que existen! Nosotros los dejamos aquí hace dos millones de años, en los bosques McNamara, denominados así en honor a nuestro Dios. Ahora los bosques son sólo ese pequeño parque en el que se inicia la ruta de esta línea. Pero allá no he encontrado, no he tenido suerte. Así que estoy siguiéndoles la pista.
—A los unicornios.
—Sí, claro. ¿Es que no me estás prestando atención?
—Sí sí, disculpe.
—Necesitamos unicornios.
—¿Y por qué los quiere de vuelta? ¿Por qué son tan útiles para usted?
—Pfffff. Pues por lo mismo que aquí. Porque conceden la felicidad.
—Ya.
—No me crees. Entiendo que es porque no se te ha brindado la oportunidad de ver ninguno.
—Pues no, no he tenido el placer…
— ¿Sarcasmo, eh? Claro. Son escurridizos con los que no van a saber atender a sus necesidades.
—¿Y por qué cree que yo no iba a saber?
—Ahora. Ahora me estás tomando en serio. Ahora ya no soy un loco al que seguir la corriente, ¡ja! Por eso me he subido a este autobús, porque me ha dado en la nariz que eres la elegida.
—La-e-le-gi-da. ¿Para…?
—Para ayudarme a encontrarlos. Para traer la felicidad al Universo.
—¿Y cómo iba yo a hacer eso?
—Está en tu interior. Está en tu cabeza.
—Pues dígame… ¿cómo lo saco?
—¡No literalmente! ¿Te burlas de nuevo? Quita ese tono escéptico de tus palabras, Laia.
—No me refería a literalmente. ¿Cómo sabe mi nombre?
—Laia, Laia. Céntrate. No te pongas nerviosa y atiende, es importante.
—Pero, ¿cómo? ¿Me está siguiendo?
—No, no, ¡para nada! Ese es mi poder, el mismo que el tuyo, lo presiento. Leer la mente, conocer el pasado, presente y futuro de los humanos. Y tu futuro está en Alfa Centauro. Tu futuro es ser criadora de unicornios, Laia. ¿No lo ves? ¿No aparecen ya las imágenes en tu cabeza? Intento enviártelas, entonces. ¿Nada? ¿No visualizas la granja? ¿No te ves vestida con el mono tejano y las botas, llevando las pilas de avena a tus súbditos? ¿Y no te ves en los prados purpúreos, vestida como una verdadera princesa y cantando a las tropillas de unicornios en libertad que deben viajar a otras galaxias para sembrar el amor a todas las especies?
—Vale, para.
—¿Cómo que pare? Créeme cuando te digo…
—Para. Qué sabrás tú de unicornios, Turipili. No lo estás haciendo bien.
—¿Qué?
—Los unicornios no son tu cometido en la Tierra, y menos intentar llevarte a humanos a nuestro planeta.
—Pero yo…
—Cállate, anda. El unicornio dorado está en casa, bien resguardado. Ya lo llevé yo hace más de seis mil años, y ya ha procreado lo suficiente para comenzar con su lucha. Siglos y siglos en la puta granja esa que has visto, llevo. Estoy hasta las narices.
—¿Clapaucio? ¡Clapaucio!
—Ya era hora de que te dieses cuenta, ¿no? Llevo aquí más de un mes intentando que me encontrases por ti mismo, y nada. Este envase de chica me va pequeño, estoy harto. Y además lleva una vida aburridísima. Vaya asco de días, de verdad.
—Oh, Clapaucio, me alegro de verte. ¡Qué gran equipo hacíamos!
—Ya, bueno, eso es lo que tú crees. El caso: tu misión eran los cerdos, Turipili. Sólo los cerdos. Cerdos terrícolas para colonizar otras galaxias con buen gusto, no esparciendo a los seres humanos por donde no van a saber sobrevivir, aunque ellos sigan insistiendo en ello. Menudos delirios de grandeza que tienen, estos idiotas. ¿Y qué es eso de que los cerdos son verdes? ¡Los cerdos son azules! ¿Por qué engañar a esta especie subdesarrollada? Bastante tienen con ser tan inútiles. ¿O es que llevas aquí tanto tiempo que ni te acuerdas de los detalles de tu propio planeta? Te voy a enviar de vuelta.
— Oh, no… llevas poco aquí, no sabes de las bondades de este astro. Déjame quedarme, ¡te lo suplico! Prefiero vivir aquí y que me confundan con un vagabundo loco que volver a las filas del ejército de “Próxima Centauri b”, como llama esta gente a nuestro hogar. Hay que tener poca imaginación, ¿no crees? Con lo bonito que es “Líonta Móra”…
—Turipili, divagas. Has perdido el sentido de tu existencia. Y lo que es peor, de tu misión. Es vergonzoso que te hayas integrado, en lugar de concentrarte en el objetivo.
—No, déjame que te enseñe…
—Nos vamos. Ya. Pero antes pasamos por un Cinco Jotas.
Diciembre de 2019, Arantxa Acosta
__
Imagen de portada: fotograma de Tienda de unicornios (Unicorn Store, Brie Larson, 2019), película y argumento que ha inspirado de forma tangencial este relato.